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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Ozal, contra las cuerdas

EL PRIMER ministro turco, el conservador Turgut Ozal, es un superviviente nato. Cuando, el pasado 18 de junio, escapó con tan sólo una leve herida en una mano a un atentado en Ankara, no hacía otra cosa que mostrar su buena estrella. Un año antes había regresado de Estados Unidos en sorprendente buena forma tras una complejísima intervención quirúrgica a corazón abierto. Su instinto de supervivencia se extiende también a la política: fue ministro (por un partido islámico) con el derechista Suleimán Demirel antes de la intervención militar de 1980, viceprimer ministro con los propios golpistas y jefe de Gobierno con la seudodemocracia que los hombres de uniforme restauraron en 1983, cerrando la espita a las ideologías tradicionales.Y ahí sigue, incluso después de los comicios de noviembre de 1987, abiertos a todos los partidos, excepto al comunista. Su invento puede compararse al de la extinta Unión de Centro Democrático (UCD) española. El gobernante Partido de la Madre Patria (PMP) tiene tantas familias (islámica, conservadora, liberal, incluso socialdemócrata) que es imposible atribuirle una tendencia clara. Su cemento es el poder. Su aglutinante, el propio Ozal. Y si Ozal tiene una ideología, es la del pragmatismo. La aplica en las relaciones con los militares, siempre complejas cuando la teórica vuelta a los cuarteles contrasta con el poder real que conserva el Ejército. Y la aplica en cuanto sus intereses están en juego. No dudó, así, en hacer aprobar una ley electoral que le permitió ganar en noviembre 292 escaños, de un total de 450, pese a obtener sólo el 36% de los votos.

Nueve meses después resulta evidente que aquella victoria fue pírrica. Desde entonces, los dos principales grupos de oposición no dejan de acosar a Ozal. Tienen munición de sobra, comenzando por la crisis económica, agudizada por la receta ultraliberal y pretendidamente modernizadora del Gobierno. Apenas se cerraron las urnas, el primer ministro dejó que los precios se dispararan, que los ingresos de los trabajadores disminuyeran alarmantemente en términos reales, que aumentaran las desigualdades sociales. El líder socialdemócrata, Erdal Inonu, lo había advertido antes de las elecciones con una imagen gráfica que hizo gran fortuna durante la campaña: un limón (Turquía) exprimido por una mano (la de Ozal).

En el frente de los derechos humanos, uno de los últimos abiertos para que la democracia turca sea homologable, se vive un período de estancamiento: el actual proceso contra centenares de militantes de la extinta organización de extrema izquierda Dev Yol (Camino Revolucionario) es un claro síntoma, al que hay que sumar, y la relación es incompleta, la falta de libertad sindical y la práctica generalizada de la tortura, pese a haberse suscrito la convención contra la misma. Este panorama parece el responsable de que las encuestas sitúen al PMP con tan sólo el 20% de las intenciones de voto, por detrás de los socialdemócratas de Inonu y los derechistas de Demirel.

La presente crisis brinda a la oposición una oportunidad de oro para acabar con Ozal. El intento de éste de adelantar a noviembre las elecciones municipales, previstas en principio para marzo del año próximo, obliga a una revisión constitucional que podría llegar por una de estas dos vías: la votación del proyecto en el Parlamento por una mayoría de dos tercios, o el sometimiento de la cuestión a referéndum nacional.

La primera falló: sólo hubo 284 votos a favor. La segunda tiene ya su día D: el 25 de septiembre. Inonu y Demirel quieren que en esa fecha se juegue el ser o no ser de Ozal. Su intención es apoyar el no para forzar la dimisión del primer ministro y derrotarle en las subsiguientes elecciones legislativas. El pragmático y escurridizo primer ministro no ha aceptado el planteamiento de sus enemigos. Y falta por saber si se dejará coger en la trampa y si, en las próximas semanas, se sacará algún as de la manga. Habilidad para ello no le falta.

Si todo sale de acuerdo a los planes de Erdal Inonu, el hijo de Ismet Inonu, el gran compañero del padre de los turcos, Mustafá Kemal, puede hacer realidad un sueño reciente (hace apenas unos años su mayor preocupación era la física), pero vigoroso: llegar al poder. Su etiqueta socialdemócrata, en principio, no parece poner nerviosos a los militares, guardianes de la pureza kemalista republicana, y que saben que, en última instancia, tienen la sartén por el mango. El poder y la ideología siguen, y seguirán por mucho tiempo, no en las sedes de los partidos, sino en los cuarteles, donde se conserva entre tanques y fusiles bien engrasados y dispuestos a entrar en acción.

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