Resistencialismo 88
La palabra resistencialismo fue acuñada, allá por los años sesenta y comienzo de los setenta, entre Madrid y París, sin olvidar Barcelona, Bilbao, San Sebastián y Ginebra. Recibía en principio el nombre de resistencialista todo aquel que dedicaba su existencia al antifranquismo. Fuese parcial o casi total esa dedicación, el resistencia lista, más que un hombre de partido era hombre de contactos. Vamos, un conspirador, como solía decirse con la mente sin duda puesta en Aviraneta. De todos los contactos posibles -Tierno, Dionisio, Alvarez del Bayo, Llopis, los Felipes, el PC, etcétera-, el que, más se valoraba, de lejos, era este último, ya que en sus manos parecía estar la clave del derribo del franquismo. Tras muchas mesas redondas, plataformas y platajuntas, el dictador murió de muerte natural, como sabemos, sin haber renunciado a ninguno de sus poderes; se sucedieron entonces la transición, el desencanto y, finalmente, el cambio. Lo que no se produjo -así son las cosas a veces- fue el gran espectáculo que todo el mundo parecía creer que iba a producirse; un equivalente, en lo que a vistosidad se refiere, al asalto al Palacio de: Invierno, la larga marcha o la entrada en la capital de los guerrilleros procedentes de la sierra. Ni siquiera una huelga nacional, o mejor, general, desde luego política, una huelga general política, sí, y a ser posible revolucionaria, revolucionaria. ¡Qué mediocridad!, pensará más de uno. ¿En qué ha quedado, así pues, el espectáculo?O mejor: ¿quiénes nos lo han escamoteado? De la adecuada respuesta a. esta pregunta y de las cábalas acerca de los eventuales golpes y contragolpes que tal vez hubiéramos tenido ocasión de vivir de no ser por ese escamoteo, se derivan las actitudes neo-resistencialistas que estamos presenciando, la concentración crítica en la gestión del actual Gobierno, el Gobierno socialista de Madrid, como puntualizan desde las áreas autonómicas. ¿Qué tiene en común ese neo-resistencialismo y el resistencialismo de los años sesenta? Fundamentalmente, la voluntad de ser que les inspira basarla en una similitud de objetivos: el acoso y derribo, como suele decirse, del Gobierno. El Gobierno de Franco entonces, el Gobierno de González ahora. Las diferencias que median entre un Gobierno democrático y una dictadura no parecen importar. De hecho, tales diferencias son ignorables, cuando no negarlas explícitamente. Así que, más que en la oposición, están en la resistencia. En buena parte de los casos, los neo-resistencialistas son resistencialistas de los años sesenta -con 20 años más, que no es nada-, veteranos que han sabido adaptar su actividad a los nuevos horizontes que el presente, y sobre todo el futuro, les sugieren. En parte no menos buena, son neo-resistencialistas algunos de los que antaño interpretaron precisamente el papel de represores de aquel resistencialismo de los años sesenta y ahora utilizan unos recursos cuyo mecanismo han aprendido a la perfección. Finalmente, hay que destacar la presencia de algún que otro joven con empuje, lo bastante joven como para añorar un pasado que sólo conoce de oídas y que tal vez se magnifique con la distancia, redimido gracias a las perspectivas de la miseria imaginativa que le era propia. Por lo común, creo yo, lo que ahora no hacen es conspirar en el sentido que entonces se le daba a la palabra. Nada de contactos, ni de juntas o platajuntas; lo de ahora son las declaraciones en portada y los escritos-noticia (no comentan una noticia, la crean) que les brinda la libertad informativa en los diversos medios de comunicación. En ocasiones se mueven en el ámbito de lo general. Se trata entonces de buscar descalificaciones globales, aplicar, por ejemplo, esa retahíla tan de moda de altanería, arrogancia y prepotencia para definir la actitud del Gobierno respecto a tal o cual tema. 0 equiparar el PSOE al PRI mexicano, como si en su origen, historia, estructura y realidad cotidiana, ambos partidos tuvieran algo en común. Y quien dice el PRI, dice el antiguo régimen, y a lo que se equipara entonces el PSOE es al mismísimo franquismo.
Pero lo general resulta con frecuencia demasiado abstracto -es mucha la gente que no tiene ni la menor idea de lo que es el PRI- y entonces se echa mano de lo particular. Si lo que se afirma es, no obstante, en exceso fuerte, se recurre al rumor: los rumores hay que desmentirlos y un desmentido es ya una noticia. Particularizar, personalizar es siempre más tangible y eficaz que manipular conceptos, y en virtud de un tácito sobreentendido, de una especie de simple guiño, cabe conseguir que los dardos confluyan sobre el blanco elegido desde los puntos más dispares del espectro político Se mete en un mismo saco el caso el Nani y el caso Amedo, por ejemplo, y ya tenemos un culpable: Barrionuevo, del que se habla como si nos hallásemos ante una reencarnación de Camilo Alonso Vega. El área de Economía y Hacienda es, a este respecto, una de las más fructíferas, aunque, dadas sus características, los fuegos, vengan inevitablemente cruzados: contra Solchaga, los sindicatos; contra Borrell, la patronal y los profesionales, gente que, sin embargo, a veces, asegura admirar mucho a Suecia. El fenómeno Borrell es especialmente notable debido, se diría, a que, por su condición de catalán, acaso se esperaba de él. otra actitud, pero si cuando llevaba barba un periodista barcelonés lo tildó de mefistofélico, la, expresión pícara más que meramente risueña que luce ahora, contribuye, sin duda, a perpetuar esa imagen. Ahora bien: desde el punto de vista de la demonología, el que a todas luces se lleva la palma es Guerra. Guerra es el Gran Satán, un privilegio que sólo recientemente, con el auxilio de un achinado enano canadiense, ha empezado a compartir González, habitualmente más a salvo de críticas, directas en virtud, creo yo, de un reflejo atávico. Tras la última remodelación de Gobierno -la crisis, según algunos titulares de Prensa-, y en parte gracias a las vacaciones, se ha establecido una especie de tregua en torno a alguno de los ministerios más conflictivos. Pero me parece más que probable que en el caso de Múgica y en el de Semprún, su pasado sirve en el futuro para fundamentar eventuales críticas de gestión; para unos, por lo que fueron; para otros, porque dejaron de serlo. De letra de tango.
En Estados Unidos, y más aún en diversos países europeos que he visitado últimamente, la opinión que en medios mínimamente bien informados se tiene tanto acerca de la evolución de España como de su actual Gobierno es excelente. Tal vez por eso, por el contraste, me resulten tan chocantes, cuando regreso, los comentarios que oigo, los escritos que leo, la forma en que se quiere convertir en peculiaridad española tal o cual escándalo que, como aquí, se producen en la RFA, Francia, Italia, Japón, Estados Unidos o la Unión Soviética. Y que más que ahora, con mucho, se producían en España bajo anteriores Gobiernos. Pero ese contraste entre opinión externa y la opinión interna que se pretende crear es lo que esclarece el objetivo final de ese resistencialismo 88 que estamos viviendo, un tipo de actividad que rebasa con creces el mero ejercicio de la oposición política: el temor, con la vista puesta, no ya en esa curiosa meta de 1992, sino dos años antes o, si se prefiere, dentro de dos años, en 1990, a que si los socialistas se hacen con una nueva legislatura, los logros alcanzados puedan suponer los cambios más importantes realizados en España desde el reinado de Carlos III.
Algo similar, aunque, si cabe, más de congoja, les sucede a los resistencialistas cuando se asoman al exterior, cuando proyectan en el ámbito internacional sus dejes residuales, sus tics de otros tiempos y otras círcunstancias. Y es que el panorama internacional de este año de gracia de 1988 depara al observador tantas modificaciones respecto a los esquemas tradicionales -basta mencionar la conjunción Reagan/Gorbachov- que la desorientación del resistencialista sería superada por la del creyente al que le fuese anunciada, de forma oficial, la muerte de Dios. Pues, tras tanto pasear el monigote de Reagan, se ve venir que, merced a su buen entendimiento con Gorbachov, el presidente norteamericano pasará a la historia como el presidente del desarme. ¿Estarán ya preparando el monigote de Bush y el de Dukakis -más fácil de caracterizar-, dado que la sucesión de Reagan poco se ha de notar en lo que a política exterior se refiere? Pero lo que además de acongojante resulta irritante es el elogio de Gorbachov por parte de los que siempre han apoyado todo lo que él está desmantelando. ¿Con qué derecho le aplauden ahora?
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