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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Revuelta en Birmania

LAS MANIFESTACIONES masivas que se desarrollan en Rangún y en otras ciudades de Birmania, la represión salvaje del Gobierno, que ha causado ya cientos de muertos, obligan al mundo a volver los ojos hacia un país olvidado desde hace décadas. La dimisión, a finales de julio, del general Ne Win -que gobernaba por métodos dictatoriales desde 1962- y la designación para sucederle de uno de sus íntimos, el general Sein Lwin, no han surgido de la nada: son la consecuencia de un deterioro de la situación política que se viene acentuando desde el pasado mes de marzo, cuando los estudiantes, y otros sectores de la población, empezaron a realizar manifestaciones para protestar contra unas condiciones económicas insostenibles y para exigir el fin de un régimen odiado por todos. Pero la colocación en la cúspide del poder de la persona responsable de las acciones represivas llevadas a cabo por el Ejército y la policía no ha calmado los ánimos. Por el contrario, ha provocado protestas aún más amplias y una trágica espiral de muertes y violencias.Desde 1962, Birmania ha sido un caso raro, un país diferente a todos los de la región. Ne Win definió un "camino birmano al socialismo" basado en una mezcla de budismo, astrología, sistema de partido único, aislamiento del mundo y estatalización de la economía. Los efectos han sido calamitosos. De ser un país rico, gran productor de arroz, con un enorme potencial exportador, Birmania se ha convertido en uno de los diez países más pobres del mundo. Detrás de un rígido control por el Estado, la economía está dominada por el mercado negro y la corrupción; ésta corroe las más altas; esferas del régimen. Birmanla es punto de partida del tráfico mundial de heroína.

La oposición a la dictadura de Ne Win ha tomado, sobre todo, la forma de la lucha guerrillera, con un papel decisivo en ella del partido comunista y de diversos grupos representativos de las minorías nacionales, muy numerosas en el Norte. Esa lucha armada ha contribuido a colocar a los militares en un lugar central en la vida nacional. En esas condiciones, el país ha carecido prácticamente de vida política. El Partido Birmano del Programa Socialista, único legal, ha sido un instrumento servil del dictador. Cuando han surgido en su seno veleidades críticas, los atrevidos han sido eliminados.

En ese clima causó sensación el anuncio por parte de Ne Win, ante el congreso de su partido, de su inmediata retirada, acompañado de la propuesta de convocatoria de un referéndum para decidir sobre la renuncia al sistema de partido único. Esta última propuesta fue marginada por un congreso de jerarcas y caciques, poco deseosos de poner en entredicho sus posiciones y privilegios. La sucesión ha recaído en Sein Lwin, uno de los militares que acompañó a Ne Win en el golpe de 1962; por su crueldad al frente del aparato represivo en diversos períodos, los estudiantes le habían puesto el mote de el verdugo.

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Independientemente de su poco brillante historia, Sein Lwin, al asumir el poder, se ha apresurado a hacer declaraciones en favor de una liberalización económica y de una cooperación con empresas extranjeras. No hay otra vía para salir de la ruina y del hambre, y la presión de un incontenible descontento popular no deja al equipo gobernante otra opción que cambiar el rumbo de su política. Por eso ha tenido que presentar su dimisión el viejo dictador. Pero no parece remedio suficiente que su sucesor anuncie una nueva política económica. Las grandes manifestaciones de los últimos días indican que la desconfianza de la población es total. Al responder con disparos y muertes, Sein Lwin demuestra que sigue siendo el mismo. La realidad es que no se ve por ahora una salida a la tragedia del pueblo birmano, aunque la siniestra estabilidad de los últimos lustros ha desembocado en una espiral de muertes y violencias.

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