Prisioneros de la isla del Diablo
Hay un lugar en la tierra cuyo solo nombre evoca el infierno. Es la isla del Diablo, la obsoleta colonia penal francesa frente a las costas de la Guayana. La isla era notoria como cárcel de presos comunes más allá de la redención y condenados al olvido. Pero pronto fue también una prisión política. Uno solo de sus presos la volvió célebre el inocente capitán Dreyfus condenado por traición. Su mejor defensa no la hizo un aboga do, sino un escritor, Emile Zola Zola fue procesado por escribir su jaculatoria civil J'accuse, y para evitar ser condenado huyó al Reino Unido, no sin antes crear la Liga por los Derechos del Hombre y el Ciudadano. Poco después Zola apareció muerto en su cuarto de trabajo, se cree que asesinado.Escribí revelando el caso Arcos en una serie de artículos publicados en España y México y reproducidos en todas partes. Ahora Arcos acaba de ser puesto en libertad. ¿En libertad? Léase más adelante.
El veredicto que condenó a Gustavo Arcos a la cárcel no es un veredicto de 12, sino de uno: un solo juez condena y absuelve en Cuba. Su nombre es Fidel Castro. Este máximo magistrado revela ahora las causas por las que Arcos fue encarcelado dos veces. "Arcos", dejó saber Castro, "tiene ideas racistas, fascistas. Ésa es su filosofía". Hay que señalar que si Arcos tenía esas ideas incriminantes, ¿por qué Castro lo llevó al asalto del cuartel Moncada en el auto que manejaba el propio líder máximo? Arcos nunca ha padecido una filosofía, como Castro nunca ha tenido una ideología definida. En realidad Castro ha explotado la filosoria marxista no para uso del delfin (que sería Raúl Castro), sino ad usum Fideli. Por otra parte, ¿cómo puede Castro hablar de racismo? No hay más que ver una foto de la dirigencia nacional y del partido comunista cubano y contrastarla con una visión al azar del pueblo en la calle para saber que las grandes mayorías son negras, inaientras la minoría que gobierna Cuba ahora es toda blanca. La razón de la injusta prisión de Arcos es la sinrazón totalitaria. Para los que creen en la historia como Arcos cree en Dios, se trata, una vez más, de un accident de parcours, como dijo Régis Debray. Un accidente en la carretera al futuro.
Arcos fue encarcelado (sin sentencia pero sin juicio) en 1966. Pasó cuatro años preso, hasta que dejó la cárcel para ser sometido a arresto domiciliario. Impedido de salir de Cuba por vía legal, trató de escapar en un bote. Pero su plan de evasión lo diseñó el desespero. Atrapado en alta mar, fue devuelto a la isla, juzgado y condenado a 14 años de prisión. Nada le valió que fuera uno de los asaltantes del cuartel Moncada en 1953; que, herido, quedara inválido de una pierna para siempre; que compartiera la cárcel con Castro; que fuera dirigente del 26 de Julio en el exilio; que avituallara a las guerrillas de la sierra desde México; que hubiera sido embajador de Cuba en Bélgica de 1959 a 1965. Se puede decir que, como a un héroe griego, a Arcos lo condenaron sus virtudes. Para Castro y sus miñones, Arcos devino el enemigo que regresa y había que mantenerlo a raya después de que cayó en la trampa de creer en el honor entre oportunistas.
Arcos ha salido de la cárcel, pero no está en manera alguna libre. Simplemente ha sido transferido de Cayena a la isla del Diablo. El tratamiento será diferente, pero el régimen es el mismo. Hará falta algo más que un bote en la noche, como propuso Zola, para sacarlo de la isla. Mientras tanto, como Dreyfus, Arcos espera.
Carlos Franqui salió de Cuba para siempre en 1968 sencillamente porque no pudo salir antes con su familia. Franqui es un hombre de familia. Fui testigo de sus intentos en París, en 1965, buscando una salida segura. Tuvo que regresar a Cuba. Finalmente, harto hasta la náusea, consiguió salir con su mujer y un hijo menor, dejando atrás a su madre y a su hijo mayor, que salió justo días antes de cumplir 14 años. (La onerosa edad militar cubana se extiende hasta los 28 años: no hay un servicio militar en el mundo que dure tanto como una condena.) En Cuba se quedó la madre de Franqui al cuidado de otros parientes en su antigua casa. Allí murió.
Ahora Castro, en una entrevista tan gárrula (hasta sus adláteres dicen que habla demasiado) como mendaz, ha acusado a Franqui, entre otros crímenes contra el hombre, del crimen contra natura de haber abandonado a su madre -obviamente a los peligros de su régimen- No hace mucho Castro exclamó por televisión: "¡Como las ratas abandonan el barco a pique!". Pero al darse cuenta del peligro que traen las metáforas cuando son cogidas por las barbas, añadió rápido: "¡Pero este barco no se hundirá jamás!".
Castro acusó además a Franqui en su entrevista (publicada en España y en Cuba, pero sin el prefacio) de haberse llevado consigo a su suegro. ¿Por qué el suegro y no la madre? La razón totalitaria tiene vericuetos que la razón democrática no conoce. Lo cierto es que el suegro de Franqui (un viejito melómano que pasados los ochenta entretenía sus días y sus noches perfeccionando el arte de la mandolina) murió en el barrio habanero de Santos Suárez hace tres años. ¿Por qué entonces estas mentiras como puños?
Franqui, como se sabe, ha tenido un exilio militante desde 1971, el año en que Heberto Padilla cayó preso y tuvo su confesión después. (¿Recuerdan a la reina roja de Alicia: "La condena primero, el veredicto después"?). En todo este tiempo, Castro ha guardado silencio sobre los crímenes que ahora imputa a Franqui. No es, como se ve, un alegato político, sino meros chismes. Pero hay un motivo ulterior. Toda calumnia tiene un efecto paralizante. Uno debe perder tiempo negándola y hay siempre la sensación de que toda refutación es inútil. El refrán español "calumnia que algo queda" es un consejo del diablo.
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Pero ¿por qué calumniar a Franqui ahora y no antes? La respuesta es simple. Franqui acaba de terminar un retrato de Fidel Castro con todas sus verrugas. Franqui conoce muy bien a su modelo, sabe muchas historias íntimas y puede contarlas. No hay otra razón para la mendacidad actual. Si algo ha tenido siempre Castro es un sexto sentido de la oportunidad. Su brazo es más largo que su lengua. Franqui viviendo en libertad en Europa sigue preso en la malla política fidelista.
Conocí a Natividad González Freire, entonces y ahora Nati, en 1948, en una función de ballet en el Stadium Universitario de La Habana. Pagada por la cerveza Tropical, Alicia Alonso (la eterna Alicia, siempre bailando, siempre patrocinada: por Batista, luego por Fidel Castro) danzaría, ¿qué otra cosa?, El lago de los cisnes, al aire libre y al calor tropical. ¡Ah, los tiempos y los tutús! Nati era una de las organizadoras culturales y parecía estar en todas partes al mismo tiempo. Era entonces muy joven, linda y vivaz, y además, recuerdo, nos consiguió a mi madre, a Franqui y a mí los mejores asientos en la barrera de luz. No había que estirar el cuello corto para ver los pies en punta de la prima ballerina assoluta.
Española pero muy cubana, es decir, habanera, Nati era toda simpatía y siempre reía, mostrando sus dientes perfectos. Todos estábamos enamorados de Nati o más bien de su entusiasmo, que era contagioso como un virus benigno. Ella era como un personaje de Chejov, pero sin la melancolía. No llevaba luto por la vida entonces. Ella era eso que los estetas estalinistas llaman una heroína positiva. Nosotros los pesimistas no la merecíamos y se casó con César Leante, que venía de una familia de optimistas radicales y creía en el realismo socialista. Los amigos de César entonces eran gente progresista, y, como ellos, al triunfo de la revolución se hizo importante, no sólo como escritor, sino como funcionario de la cultura. Llegó incluso a ser attaché culturel en París. Así, cuando pidió asilo en España, en 1981, mi sorpresa fue tan grande como la extrañeza de nuestro encuentro días después en el hotel Wellington, tarde en la noche, en el lobby ya oscuro: tan inusitado como el toro disecado que preside el vestíbulo.
Pero hay que dar a César Leante lo que es de César Leante. Que un alto funcionario cubano se asile en la escala en Madrid de un avión de Cubana que vuela de La Habana a Berlín Oriental es un acto de coraje, moral y físico. Todo parecía una trama de John le Carré, y espero que Leante la desvele algún día. Pero Leante también espera: desde 1981, en que siete años parecen 10, parecen 20, espera en Madrid la reunión con su familia rezagada en La Habana, retenida por el rencor oficial. (Seguramente que Fidel Castro le acusará un día de haberla abandonado.) Leante tiene que pagar su hazaña. Lo he visto después y he conocido su rabia, que no cesa ante la impotencia de un hombre virtualmente solo enfrentado a un Estado implacable.
Ahora la carta minuciosa y valiente (en un Estado totalitario siempre puede haber otro castigo) me devuelve a la Nati que era un baluarte de la escuela de Filosofía. Su escuela filosófica favorita era la estoica. Poco sabía cuánto tendría que ponerla en práctica para sobrevivir. Sabía, sabe, que existe una disciplina de benevolencia y justicia en que la conducta correcta siempre produce felicidad, no importa cuán infelices sean los tiempos. Ella era, y es, una persona feliz, a quien la venganza, no la justicia, política ha tratado, y trata, por los medios más miserables de hacer infeliz. No tengo nada que añadir a su carta publicada en EL PAÍS, que es de un calmado desespero. Pero sí puedo esperar que esta prisionera de Castro, condenada sin veredicto, vea cumplirse el lema favorito de Fidel Castro por el tiempo en que veíamos bailar a Alicia Alonso: "La justicia tarda, pero llega".
La fallida reunión por los derechos humanos en Cuba, celebrada en Ginebra, que Castro no perdió pero tampoco ganó, ha hecho que casi todos los presos políticos cubanos (quedan en prisión unos 490, según Castro) hayan dejado la cárcel sin ganar la libertad: sólo han cambiado de isla. Están en la calle, pero sin un solo derecho ciudadano. Es obvio que han salido del purgatorio para ir a dar al limbo. Las cárceles cubanas ahora (recién pintadas, las rejas desorinadas, los pisos bruñidos) forman parte del recorrido obligado de los turistas políticos. Es como si Adolf Eichmann organizara tours por sus campos de concentración.
Durante el oprobioso régimen nazi, la Cruz Roja, siempre solícita, visitaba los campos de exterminio no sólo de judíos, sino de gitanos, eslavos variados, sectarios religiosos, españoles y homosexuales: todos hacinados en la más cruel prisión. Antes de llegar los visitantes del espacio exterior, los guardas repartían frazadas nuevas. Los inspectores inútiles venían, veían y aprobaban: todo en orden. En cuanto daban la espalda, los guardas recorrían las barracas reclamando las frazadas. A estas frazadas las llamaban los prisioneros "frazadas volantes".
A finales de agosto, una comisión de los derechos humanos visitará las prisiones cubanas, después de múltiples denuncias de violaciones y actos ilegales. Las cárceles se disponen, flamantes de frazadas, a recibir a los inspectores que sin duda reportarán todo en orden. Un tanto para el régimen de Castro es que en el trópico no hacen falta frazadas.
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