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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Morir por dignidad

En cierta ocasión, un señor de alto rango en prisiones me dijo: "La institución penitenciaria no debe, en ningún caso, mostrar debilidad ante el interno". Yo le pregunté: "Señor, ¿no será que la institución confunde, habitualmente, la flexibilidad que ha de existir en el tratamiento terapéutico, con una indebilidad tras la que subyace la negación sistemática de los derechos del interno?".Desde aquel día he visto morír a mucha gente en la cárcel. Morir reivindicando derechos reconocidos que, por un lado le asistían, pero, por otro, se le negaban discriminadamente. Personas que tomaban el derecho legislativo y leían: "En caso de fallecimiento o enfermedad grave de los padres (caso de Rafi), cónyuges, etcétera, se concederán permisos de salida. Si el beneficiado estuviera en segundo grado deberá tener cumplida la cuarta parte del cómputo de su condena". Por ejemplo. Y reuniendo tales requisitos, solicitar la aplicación de sus derechos, pero la institución (los hombres), agregarles: "No es posible. En su caso se da perfectamente el: '...salvo cuando concurran circunstancias excepcionales'".

Quien hace la ley hace la trampa, y el interés particular en la aplicación, Rafi. Nadie va a saber cuánto llegaste a luchas. Nadie (salvo tus viejos y tus amigos) querrá admitir que no fue tu rechazo a la vida, sino tu desprecio a la cárcel, tu lucha por la dignidad y tu lucha contra el fascismo, y las injusticias de muchos ilustres, lo que te llevó al suicidio. Ahora (para que veas cómo son las cosas) hasta el fiscal que te condenó dice que no eras mal muchacho y que le duele tu muerte. ¿Dónde estuvo la comprensión humana mientras la pedías desesperadamente? ¿Dónde estuvieron mientras pedías (fueron ocho años) te aplicaran el derecho en la misma igualdad que a los demás? ¡Qué ironía...! La justicia, la sociedad, el mundo te ha ignorado mientras desde la celda gritabas que te oyera. Allí, desde la ventana fraccionada por el cuadriculado de las rejas, ¿cuántas veces habrás bebido en lágrimas tu silencio de oprimido? (¿Dónde estaba el mundo con sus psiquiatras, sus alentadores, sus humanos, sus educadores, su justicia?) La cárcel iba cumpliendo su función destructiva: aislarte del mundo, deteriorando sentimientos y valores, afligiéndote y rebelándote, estigmatizando y condicionándote a la lucha desesperada: la droga, la muerte. Todo eran silencios. ¿Dónde la benevolencia de la justicia? ¿Dónde la sensibilidad de la sociedad...? Estabas solo, Rafi. La justicia, la sociedad, te había entregado a la cárcel y, como casi todo preso, eras solamente una propiedad privada del carcelero.

Tú, un chico de papá al que durante el bachiller te enseñaran la cárcel como centro resocializador, era lógico que al llegar a ella y conocer la corrupción, la crueldad, la mediocridad y las injusticias de las que se engendra, juraras luchar contra ella hasta la muerte.

Qué amargo sentimiento, Rafi.

Los prados verdes de El Dueso rociados por la fresca brisa del Norte y orneados con inmensas bandadas de gaviotas (las que desafiaban tu tentación) han quedado ahí como frustración, como sueño inalcanzable de otro ser humano que soñó y luchó con y por la libertad. El mundo se los ha quedado quizá sin querer recordar que esos prados, esas gaviotas, esos árboles amenazados por la marea de la playa santanderina no son de nadie porque, al final, todos tendremos que imos sin nada más que la responsabilidad de lo que sembramos..., ligeros de equipaje, que dijera el poeta.

Pero al mundo le has dejado mucho más, Rafi.

Tus poemas de amor al amor perdido, tus instancias solicitando permisos de salida (¡un simple permiso de salida!) y siempre denegado, tu conversión a yonqui dentro de la cárcel, tu destrucción como ser humano, por la represión de la cárcel, tu constancia en la lucha contra la discriminación y esa indebilidad de la cárcel que, demostrado queda, puede enajenar al preso. Le has dejado el testimonio de un hombre que se negó a ser un odiador y prefirió rescindir a los demás del poder que éstos tenían, que éstos utilizaban para destruirlo en un proceso lento y tortuoso con el que (según todos) se tendía a tu reinserción social. De alguna forma, al preso, también le has dejado una esperanza: la liberación a través de la muerte. ¡Gracias!, y que allá donde estés no exista la indebilidad institucional que te negó los prados, las gaviotas..., y la libertad.-

Central Penitenciaria de Observación.

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