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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La cultura del espectáculo

UN INMENSO negocio se está desarrollando estos días en España: el de los rockeros y su entorno, la nueva manifestación del antiguo show business que inventó Estados Unidos y sigue explotando. El negocio y la venta de discos y sucedáneos está montado en tomo a unos frágiles seres, infantiles, mimosos, pero siempre rebeldes, que son los cantantes. Y a otros seres que se cuentan por cientos de miles, capaces de gastarse cada uno de ellos miles de pesetas por no perderse la celebración de la gran fiesta que es el espectáculo. Un gran fenómeno.Algunos sociólogos buscan razones internas, de sociedad o de especie, para este tipo de manifestaciones. Algunos nacionalistas se quejan de lo que consideran como una colonización o como un acto de imperialismo cultural. Otros se quejan del fenómeno de una juventud apasionada por algo que les parece nada. No todo esto es justo. Sociedades, grupos, países, no corresponden sólo, ni siquiera en una mínima parte, a este fenómeno, cuya magnitud se nos aparece por el espejismo de la actualidad y la coincidencia. Es difícil decir que sea una cultura ajena; ha arraigado en España y sus suburbios, se ha españolizado en sus composiciones y sus letras, supone muchas veces una defensa del arrabal. Y, por otra parte, tampoco está claro que esta cultura sea más ajena a la nuestra que la de un músico polaco exiliado en Francia y tocado por un ruso, o la que aporta un compositor austriaco inspirado por un libretista italiano y cantado por una española, lo cual no deja por ello de ser merecedor de todos los respetos.

En cuanto al apasionamiento, falta hace que los españoles -y sobre todo los jóvenes- se apasionen por algo en un momento de estática y perplejidad. Aunque en estos últimos espectáculos -cuesta algún trabajo llamarles conciertos, porque desbordan por todas partes la noción anterior de concierto- se han mantenido dentro de unas normas de comportamiento generalmente respetadas, hay que advertir que el concepto de espectador móvil, participante, es algo bastante más positivo que el mero espectador silencioso en la oscuridad.

Es una cultura viva que va más allá de la silla: que se continúa a diario con el disco, con la ropa, con el vídeo, con la conversación, con los auriculares portátiles o con la imitación en la guitarra barata del suburbio, que a veces se convierte en actividad creadora. En cuanto a la aportación de unas formas de pensamiento con respecto a la sociedad, no hay más que traducir las letras; o contemplar los espectáculos contra el hambre de Etiopía o a favor de la liberación del surafrícano Nelson Mandela. Si todo esto se contabiliza en un inmenso negocio es porque el capitalismo y los creadores viven, en nuestra sociedad, en esta perfecta simbiosis. Y nadie debe tirar la primera piedra antes de mirarse a sí mismo y su negocio y a la historia de cualquier forma de cultura.

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