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La presidencia en danza

Fernando Savater

Como ustedes recuerdan, la ópera de Verdi Un ballo in maschera transcurre en Boston, Mass. (espero no confundirme con La traviata, pues no soportaría otra polémica entre lectores por mi culpa). Renato, el fiel amigo y consejero que luego será su asesino, elogia a Ricardo, gobernador de Nueva Inglaterra: "Allá vita che t'arride di speranze e gaudio piena, d'altre mille e mille vite il destino s'incatena!". Y luego, el supremo elogio que las peripecias del argumento convertirán en ominosa pregunta: "Te perduto, ov'e la patria col suo splendido avvenir?". Lo más parecido que tenemos hoy al Ricardo de Verdi es Michael Dukakis, gobernador de Massachusetts y aspirante demócrata a la presidencia de Estados Unidos. También la vida le sonríe llena de esperanza y alegrías, también tiene miles de vidas encadenadas a la suya por un férreo destino político, también cuenta con partidarios que sin su mando no conciben el espléndido porvenir de su país. Esperemos que el futuro no le juegue una mala trastada, como al personaje de la ópera...Mike Dukakis no es, desde luego, un líder con carisma: parece que en un sistema democrático esto no debiera ser un obstáculo serio, pero han sido precisamente las democracias modernas las que han revalorizado ese toque de adhesión intuitiva que abrevia los de otro modo interminables meandros de la elección. No se trata exclusivamente de otro rasgo manipulador de nuestra era televisual, porque la escenificación y la espectacularidad son características intrínsecas de la invención democrática. Por eso Platón, su viejo enemigo aristocrático, hablaba de teatrocracia para denigrar al régimen, donde ya debían contar mucho a la hora de conseguir votos a la aventajada estatura y la buena voz. De todas formas, quizá la confianza o el rechazo que suscita el porte, de cada candidato no sea un elemento tan desdeñable como sostienen algunos maximalistas, que deberían reflexionar sobre estas sensatas palabras de Joseph Brodsky: "No es necesario ser gitano ni un Lombroso para creer en la relación entre la apariencia de un individuo y sus actos, pues al fin y al cabo en esto se basa nuestro sentido de la belleza".

Se hacen bromas sobre la imperturbabilidad algo anodina del gobernador y candidato. Un chiste publicado en U.S. Today se titula "Las muchas caras de Dukakis" y muestra una serie de caricaturas del implicado con rótulos como "alegre", "triste", "preocupado", "divertido", "enojado", "despierto", "dormido"'...: los rasgos de todas ellas son inexorablemente idénticos. Aún peor es su estilo oratorio, nada efectista pero tampoco muy efectivo, con un permanente trémolo de lamento en la voz que parece preludiar una crisis de llanto incontenible. En la convención de Atlanta, la comparación con el fogoso e inspirado Jesse Jackson -cuyo discurso fue la intervención política más notable que debe haberse oído en EE UU desde la muerte de Martin Luther King- no le podía ser menos beneficiosa. Sin embargo, Dukakis no es en modo alguno un alfeñique desdeñable, ni simplemente un buen administrador, sino un político con recursos y moderada audacia que parece sinceramente dispuesto a encabezar la era post-Reagan. Ojalá le dejen hacerlo. Ciertamente ha llegado la hora de cambiar de estilo interpretativo en la

presidencia americana, de bajar de John Wayne a Al Pacino...

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Los conservadores americanos, cuando les preguntan cuál es el Estado comunista mas cercano a USA suelen contestar: "La República Popular de Massachusetts". Tienen en efecto los bay staters fama acerdrada de liberales políticos, lo que en nuestra jerga europea equivale a progres. Por eso Kennedy tuvo que contrapesar su candidatura demasiado avanzada con la vicepresidencia del tejano Lyndon Johnson (quien luego se reveló por cierto como un político mucho más flexible y menos retrógrado de lo que en un principio parecía y de lo que cierta leyenda negra gochista ha sabido perpetuar) y por eso ahora Dukakis ha elegido como partenaire hacia la Casa Blanca a Lloyd Bentsen, otro tejano (aunque éste sí que parece ultraconservador irremediable). Massachusetts es uno de los Estados de la Unión en proceso de desarrollo más acelerado y complejo, donde se amalgaman las viejas maneras señoriales y cultas de Nueva Inglaterra con un espectacular despegue tecnológico, el clasicismo de Harvard y el vanguardismo del MIT. El cuadro, por cierto, no carece de sombras. Quien quiera conocerlas puede leer a Robert B. Parker, considerado un renovador de los fastos más puros de la novela negra y padre del detective Spenser, así bautizado en honor del poeta inglés del XVI que en La reina de las hadas trató de reconciliar el espíritu caballeresco con el puritanismo ascendente. Todas las novelas de Parker transcurren en Boston y aledaños, lo que prueba por otra parte la vitalidad social de la zona, de la que hace empero un retrato sin complacencias: "En Massachusetts la gente no trabaja en la Administración por el sueldo. Aquí lo que atrae a la gente más capacitada son los beneficios marginales: el saqueo y el pillaje" (en Ceremonia).

El prestigio público de Dukakis le viene de su gestión como gobernador razonablemente íntegro y emprendedor de ese Estado conflictivo. Por ello sus adversarios políticos centraron la polémica de la campaña previa a su designación como candidato presidencial en denigrar los logros de su Administración. Es evidente que no han conseguido por esta vía destituirle de la amplia estima ya ganada, como prueba otra caricatura política aparecida en el Christian Science Monitor: muestra a George Bush gritando congestionado ante los micrófonos que Massachusetts está en bancarrota, que el crimen organizado aumenta, que se legaliza la droga y el vicio..., mientras a sus espaldas un Dukakis por fin sonriente comenta: "Bueno, pues entonces yo seré presidente de Estados Unidos y a ti que te nombren gobernador de Massachusetts". Pero las tareas para las que aspira ahora a ser elegido son no sólo cuantitativa sino también cualitativamente más delicadas. Tendrá que ocuparse de todos sus conciudadanos humillados y ofendidos por el sistema imperante, cuyos agravios pueden parecer menores si se los compara con los cotidianos en los países leninistas o en el Tercer Mundo, pero que aún están muy lejos de la prometida bienandanza del american way of life. Deberá aliviar el injusto contencioso con América Latina, que ha desembocado en primas estadounidenses a los más repelentes dictadores o criminales políticos, mientras se exhibe una obtusa incomprensión con los movimientos progresistas que tantean -entre frecuentes pero explicables abusos e indelicadezas- hacia fórmulas de convivencia menos escandalosamente desniveladas. Y el caso de Suráfrica, y la ocupación militar del golfo Pérsico, y la distensión con la Unión Soviética. Con su inteligente aunque irritante demagogia de predicador, Jackson ha planteado todos estos temas de un modo indeleble (¡y cómo vamos a reprocharle a nadie las maneras de cura los que venimos de un país en que los llamados intelectuales de izquierda dan fácilmente su adhesión sin renuncias a la protesta por la marginación eclesial de dos teólogos pero ponen mil pegas antes y después de firmar un cuestionamiento del impuesto religioso!).

Si Dukakis consigue la presidencia de EE UU -y yo creo que sería esperanzador y provechoso que la consiguiera- no será tanto por su magnetismo personal como por el aura de complicidad con escándalos y corrupciones de la actual Administración que rodea a George Bush. Edward Kennedy acuñó en su discurso ante la convención de Atlanta la frase definitiva contra el vicepresidente: tras enumerar uno tras otro los trapos sucios de los últimos años, añadía en cada caso: ¿Y dónde estaba George?. Al día siguiente, este lema figuraba en las solapas de muchos de los partidarios de Dukakis. Por cierto que de aquí a poco, según avance el caso el Nani y el proceso de los GAL, no será extraño ni injusto que veamos en muchas solapas españolas el interrogante "¿Dónde estaba Barrionuevo?" o "¿Dónde estaba Felipe?". En todos estos casos la imputación de ignorancia o afasia es casi tan inculpatoria como la de complicidad.

En uno de los mejores ensayos sobre la formación politico-social del estilo americano, People of Paradox, de Michael Kammen, puede leerse: "Los americanos han conseguido ser juntamente puritanos y hedonistas, idealistas y materialistas, amantes de la paz y guerreadores aislacionistas e intervencionistas, de mentalidad propensa al consenso y al conflicto". En realidad, la auténtica fascinación de este pueblo hecho de todos los pueblos y razas, cuya única tradición histórica es la Constitución liberal, poseído individual y colectivamente por la pasión de la justicia y juntamente la vocación de la rapiña, es que se parece al futuro de todos nosotros... A nuestro futuro, me apresuro a añadir, en el mejor de los casos. Es como un embrión de lo que será la sociedad mundial cuando se haya realizado del todo la insurrección democrática y la imaginación política tenga que empezar a pensar los problemas a una escala hasta ahora nunca considerada. Entonces habrá que inventar de nuevo las virtudes y aparecerán los vicios realmente más peligrosos y destructivos, como ya va ocurriendo en menor escala entre los yanquies. América es vista por unos como amenaza y por otros como esperanza, y ambos tienen razón, pues es a la vez esperanza y amenaza: es decir, es el futuro. Ese gran país merece hoy salir de la poza reaganiana e intentar una singladura más generosa, como la que cautelosamente parece proponer Dukakis. Veremos cómo acaba esta danza presidencial. El baile de máscaras de Verdi concluye, no lo olvidemos, con la muerte por amor y celos de Ricardo, que expira perdonando a sus enemigos conmovidos y suspirando por el país que abandona sin poder ayudarle mejor: "Addio per sempre miei figli... addio diletta America!'.

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