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Tribuna:VIAJEROS DE VERANO
Tribuna
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La historia sutil

Félix de Azúa

La ocultación de Dachau es la más inteligente de cuantas he visto en esta ciudad admirable. Dachau ya no existe, a menos de que un campo de concentración nazi y un concierto de Lou Reed posean la misma realidad y sustancia. La ocultación, en este caso, utiliza una doble estrategia. De una parte se conserva el testimonio, como visita turística para extranjeros; de otra parte, todos los estudiantes alemanes tienen la obligación de visitar un campo de concentración durante el curso de sus estudios.Como decía un experto en sociología del ocio, Diego Medina, el mejor sistema para acabar con la droga es declararla asignatura obligatoria en el bachillerato. En cuanto los alumnos se vean obligados a pincharse porque se lo imponen como deberes de casa, se acabó el problema. Del mismo modo, al hacer del campo de concentración una disciplina obligatoria, se acabó el campo de concentración. De haberlo mantenido en secreto, quizá algún muchacho se habría interesado por saber qué sucedió realmente en Dachau, en Múnich, en Alemania. Convertido en un deber, Dachau desaparece. La evidencia logra ocultar aún más eficazmente que el disimulo.

Salí contento de Dachau. La alegría de los muchachos y muchachas es comunicativa. Y tienen más razón que un santo. ¡Basta de culpabilidades! ¡Basta de atormentar a los alemanes con una monstruosidad de la que fueron responsables todas las autoridades europeas! Por la noche comento esta inquietante visita con Javier, cuyo hijo, estudiante de bachillerato, ha pasado por la experiencia. Miramos los libros de texto que utilizan los escolares alemanes. Son ecuánimes; no ocultan nada. Pero son sutiles. Las fotografías de los conspiradores contra Hitler son cinco veces más grandes que la única fotografía de Hitler que figura en el libro. Javier tiene una intuición y me dice que mañana va a conducirme hasta un lugar que seguramente puede interesarme.

Epílogo: lo abierto

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También este lugar carece de identificación; ninguna señal, letrero o indicación permite llegar hasta él. No se encuentra en las guías turísticas, y mucho menos en los planos oficiales de las agencias de viajes y los hoteles. Pero es uno de los lugares más hermosos de Múnich. Los tilos, fresnos, olmos, robles, alisos, crecen en aparente desorden y sueldan sus copas formando una sombrilla que mantiene en la penumbra las lápidas fúnebres. La vegetación es silvestre, los arbustos se enlazan libremente dando al espacio una atmósfera más romántica que la del Englischer Garten. Pero no está abandonado. Por el contrario, las avenidas y caminos transcurren entre pulcros cenotafios, muchos de ellos adornados con flores frescas. La grafía hebrea se combina con la gótica y la latina.

Aquí, en efecto, no hay ocultación. Este lugar no pertenece al circuito artístico. Las tumbas recuerdan a unas familias alemanas que abandonaron su patria muy a pesar suyo, sea por propio pie o en trenes especiales. La comunidad judía cuenta en la actualidad con poco más de 3.000 miembros. El cementerio hebreo es, por tanto, el cementerio de una sociedad desaparecida; un mundo que ya no precisa disimularse. Únicamente en la entrada se levanta una discreta escultura con el fin de recordar que entre 1941 y 1943 las autoridades reunían a los judíos cerca de este cementerio, en el 148 de la Knorrstrasse, antes de enviarlos a los campos de exterminio. La escultura, sin embargo, se encuentra aquí provisionalmente, ya que en el 148 de la Knorrstrasse se está construyendo una boca de metro.

Paseo por este sereno juardín con la sensación, por primera vez desde mi llegada a Múnich, de que no me encuentro en una escenograria. Aparte de Javier y de un grabador de lápidas que trabaja con su torno eléctrico no hay nadie más en este cementerio. ¿Quién iba a haber? ¿Cuántos familiares quedan en Múnich para visitar a unos muertos cuya descendencia, si sobrevivió, habita a miles de kilómetros de Alemania?

Ésta no es una escenograflia porque el patetismo que despierta le viene de fuera, es exterior a la voluntad del proyectista, del constructor, del jardinero, del lapidario. El patetismo viene impuesto por un asesinato masivo que tuvo lugar cuando unos alemanes decidieron exterminar a otros alemanes con el fin de satisfacer el delirio estético de un tirano deseoso de diseñar una raza. La verdad de este lugar es la verdad de su propio crecimiento y estancamiento.

A la derecha de la avenida principal, sin embargo, ha quedado un rincón de ironía. Se trata de un sobrio panteón construido por la comunidad hebrea en 1919, al término de la I Guerra Mundial. Unas lápidas verticales, con los nombres de los soldados judíos y las batallas en las que cayeron muertos, forman un sencillo cuadrilátero, cerrado por una pieza de granito más grande y ennegrecida por la ¡ntemperie. En la lápida, sobre dos leones y una estrella de David atravesada por una espada, la siguiente inscripción: "An den gefallenen" (a los caídos). Sólo faltaba añadir: "Por la gloria de la tierra alemana". Pero éste sería un sarcasmo estetizante, algo que la dignidad del lugar no permite porque no hay espacio para el rencor o la venganza.

Éste es un lugar de extraordinaria belleza que no ha crecido para proporcionar una sacudida de voluptuosidad artística a un tirano loco. Éste es un lugar del recuerdo que ya no es de nadie. Aquí no hay juegos con el pasado ni con el futuro, con el ayer o el mañana, pues desde el principio éste ha sido el lugar del hoy, del ahora. La muerte es sólo eso, un ahora eterno y detenido. Aquí me encontraba con aquellos alemanes, bávaros y muniqueses, que habían sufrido sobre sus cuerpos el castigo de tanta artisticidad, de tanta irresponsabílidad. Pero también me encontraba con el lugar de la verdad y de lo abierto. El viaje había concluido.

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Sobre la firma

Félix de Azúa
Nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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