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Embarcadero en dique seco

"Cien veces más que el león del Retiro", así bramaba, en versión de Ángel Fernández de los Ríos, el primer tren que llegó hasta la primitiva estación Atocha. Corría el año 1851, y entonces le llamaban simplemente embarcadero. Con el tiempo, la populosa estación de Atocha, revestida de ese hollín que es como la, nicotina que lleva impregnada todo buen fumador, se ha convertido en el rompeolas del sur de Madrid.La vieja estructura de hierro que da a Atocha el rango de gran estación cumplirá un siglo precisamente el mismo año en que Madrid aspira a convertirse en el corazón cultural de Europa, allá por 1992. Pocos madrileños recuerdan ya que la estación estuvo a punto de seguir los pasos de su hermano de hierro, el mercado de la Cebada, destruido por la fiebre especuladora.

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Atocha, que contempló impasible cómo se levantaba y cómo moría la araña metálica del scalextric, fue también templo sagrado de carteristas y trileros. El ambiente portuario que siempre le faltó a Madrid se daba cita a las horas punta en este dique seco. Eran los tiempos en que sus urinarios figuraban en la guía internacional gay. También sirvió de tapadera para otras mafias como de los taxistas piratas o la de los falsos mozos que limpiaban las maletas con facilidad pasmosa.

Cuando cumpla 100 años, la estructura de hierro apenas se reconocerá a sí misma. Para entonces ya le habrán borrado los restos de nicotina y habrán devuelto el esplendor a sus pequeños tesoros escondidos, como el flamante salón de autoridades. El vestíbulo de hierro será entonces en un complejo cultural y comercial por el que pugnan firmas prestigiosas. Habrá ganado en esplendor, pero habrá perdido definitivamente ese olor a pescado rancio.

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