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Chuchos

Rosa Montero

La cifra de perros abandonados en verano se ha duplicado. Lo cual concuerda con el avance de esta sociedad sin tuétano y sin alma en que vivimos. En un mundo en el que la vida y la dignidad humana valen tan poco, los chuchos tienen asegurada una existencia perra.En este país, la brutalidad hacia los animales es tradición antigua. Y es un termómetro, un afinado emblema de la incultura, de la sustancia bestial que nos anima. De todos los animales, son los perros quienes padecen las atrocidades más frecuentes. No es de extrañar: son lo suficientemente humanos como para catalizar todo el sadismo. Cuando los apalean o cuando les prenden fuego vivos miran como personas, se retuercen de dolor como personas, imploran como personas. Debe de resultar muy excitante para el torturador de tumo.

Con todo, casi resulta más estremecedor este abandono masivo de los perros. Porque es una crueldad socialmente asumida, una tortura ejercida por probos padres de familia y amas de casa decentísimas. Tu vecino, quizá, sin ir más lejos. Qué miedo me dan estos ciudadanos ejemplares, capaces de comprarle un juguete vivo al niño para luego, sin que les tiemble el pulso moral, arrojarlo despiadadamente al sufrimiento. El chucho abandonado acabará triturado por un coche, o apedreado, o probablemente se deje morir de amor y nostalgia de su verdugo / dueño. Si sobrevive, en fin, lo recogerá el ayuntamiento. Y la mitad de los perros recogidos son entregados a los centros de investigación. Ahí les cortan, les cosen, les amputan, les extirpan. Quizá durante meses. Qué miedo me dan esos ciudadanos tan normales que, tras abandonar al perro, se tuestan con placidez en las pringosas playas sin pensar en el desvivirse de ese ser vivo.

Se necesita urgentemente una legislación que proteja a los animales, con sanciones estrictas al maltrato. Y ya no sólo por equidad hacia las otras especies del planeta, sino, sobre todo, por disciplina ética. Para aprender a ser personas, para construirnos como humanos.

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