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'Prodoping'

El error está en discutir si la meada de Perico es positiva o negativa, si hay despiste individual o conjura internacional. Por ahí le hacemos el juego a las muy oscurantistas reglas del juego. Se trata de negar la mayor. De oponerse al llamado control antidoping. Ya es hora de desenmascarar esa nueva versión del Santo Oficio con sede en los retretes y que actúa impunemente con el pretexto de velar por la limpieza de orina. Los inquisidores del doping dicen vigilar en nombre de la igualdad de oportunidades, la ética, la ciencia. Es justamente lo contrario. Sus controles urinarios no hacen más que legitimar la hipocresía, la injusticia, la falacia química.Exigen meadas puras, sí, pero sólo en la meta de llegada, en los minutos de la competición. No les preocupa que el resto del año se harten de estimulantes, analgésicos, anabolizantes, diuréticos y betabloqueantes. Les obsesiona que los atletas tengan el cuerpo limpio de químicas exógenas al final del juego, cuando todos sabemos que esos músculos son producto de la máxima artificialidad, de una programación de laboratorio tipo doctor Frankenstein.

El único control capaz de garantizar igualdad de oportunidades es aquel régimen atlético al que estaban sometidos los deportistas de la antigua Grecia. Si los atletas querían competir, debían observar un mismo tipo de vida y de dieta. Un menú inalterable, a base de asados y fritos sin salazón, y nueces, queso tierno, galletas de gente de mar, higos secos y el anethum, planta parecida al hinojo, y sin vino, por la tarde, con grandes siestas. Y así durante 10 meses antes de los Juegos. Ahora es al revés. Es la suprema hipocresía. Sólo les obsesiona el muy discutible control final del retrete, como si esas velocidades y fuerzas no fueran resultado de un sistemático doping durante los meses de entrenamiento. Los transforman en robots y luego tienen la desfachatez de exigirles meadas naturales. Que los dejen doparse a su aire. No sólo premiaríamos sus habilidades físicas, también sus ingeniosidades químicas.

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