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LA RONDA FRANCESA A CINCO DÍAS DEL FINAL

El reparto de agua de Mínguez

Luis Gómez

Javier Mínguez, director deportivo del BH, tuvo ayer un día tranquilo. "No pintamos nada en esta etapa", auguró antes de que se tomara la salida. Mínguez está considerado como uno de los directores que mejor ven el ciclismo desde la carretera, pero ayer se pasó toda la jornada dando agua a sus corredores y tratando de pasar el tiempo lo más agradablemente posible, si es que se puede tener comodidad metido seis horas en un coche con un calor de demonios. Javier Mínguez apenas necesitó dar una orden en los 210 kilómetros de la etapa de ayer por la tarde. Realmente, no pintaban nada, poco podían hacer. Aun así, puso el cuentakilómetros a cero al pasar por la línea de salida y se santiguó.

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Mínguez empezó la etapa con hambre, pero no de triunfos, hambre de verdad. "¿Lleváis algo de fruta?", preguntó al segundo coche. "Nos queda un melocotón", contestaron a través de la emisora interna. "Me cago en diez, ¡qué hambre tengo!". Mínguez había jugado unos minutos al fútbol entre sector y sector, y se le había olvidado comer con la euforia futbolística. Sólo pudo tomar un par de melocotones en toda la jornada. El resto del tiempo se lo pasó dando agua. Dando agua y bromeando con otros directores deportivos. Era una tarde para que funcionara la nevera. Y vaya si funcionó.Por su lado pasaron bastantes corredores, todos ellos en funciones de intendencia, salvo algún que otro rezagado. Desde luego pasó el pelotón entero a medida que los ciclistas aprovechaban tiempos muertos para hacer sus necesidades en la cuneta. Pasó por allí Induráin. "¿Qué, Javier, poniéndote moreno?". "No, hombre, no, lo que quiero es tener un corredor como tú en mi equipo". Pasó Bouvatier, que recibió dos botellas de agua. "¿Qué Bubi, por estas carreteras entrenabas tú?" Pasó Murguialday, a por más agua: "A ver, agua para los caballos", dijó con sorna el corredor. "Toma agua" contestó Mínguez, y le proporcionó bidones para medio equipo. Más tarde, nueva visita, de Antequera. "Pino quiere sales". Y un bidón de sales para Pino. Un bidón de sales y varios bidones de agua. Que no falte agua, debió ser la consigna del día.

Agua para Pedersen. Agua para Manuel Jorge Domínguez, el sprinter del equipo. "Hombre, cómo tu por aquí, a por agua; ¿es que no quieres disputar el sprint?". "Hoy está jodido", contestó el corredor. "¿Jodido?, hoy hay mucho hombre cansado, hasta estoy cansado yo que voy en el coche. Venga". "Gracias por darme moral", respondió de nuevo Domínguez. "Anda, ponte el agua ahí y vete, no pierdas tiempo, coje al grupo".

Agua. Calor. Y poco trabajo. Mala combinación para Mínguez, que sólo vivió unos minutos de cierto apuro cuando su corredor Bouvatier sufrió una caída sin consecuencias. Echave también cayó a la cuneta, pero se rehizo enseguida. Mínguez transmitió el aviso a su segundo coche en unos segundos, llegó a la altura de Bouvatier, a quien se le cambió la rueda delantera, y organizó un pequeño grupo con Antequera, Echave y el citado Bouvatier para que reingresaran en el pelotón. "Tranquilos, tranquilos, esperar un coche". Esperar un coche significa chupar rueda de los automóviles de la caravana de equipos que, van detrás del pelotón. La pequeña angustia que produce el peligro de tener descolgados tres corredores duró unos minutos. Muy pocos minutos. Mínguez pudo seguir dando agua a sus muchachos sin más problemas.

El control de Superconfex

La carrera la llevaba controlada un equipo, el Superconfex, que se encargó de anular hasta tres intentos de escapada con el objetivo de poder intentar la victoria gracias al buen momento de su velocista Van Poppel, como así sucedió al final. El Superconfex anulaba escapadas de cuatro minutos, por ejemplo la primera de la jornada en la que se formó un grupo de siete corredores, en unos cuantos kilómetros. "Cuando ponen la máquina a correr, pueden con todo", sentenció Mínguez. Desde la cola del pelotón era fácil ver las maniobras de este equipo. De repente, el coche del director del Superconfex, Van der Schueren, pide paso. "Ahora, pasarán a tomar la cabeza del pelotón, anularán la escapada y, luego, ralentizarán el grupo. No hay duda. Es como si escuchas la radio y dices, ahora van a poner un poco de música".Efectivamente, la máquina rodadora del Superconfex anuló la escapada. "Ahora calma", sentenció Mínguez. "Pero, ¡madre mía!, ¡qué hambre tengo!". No había comida. Encendió un pitillo y dijo: "A ver si comiendo humo se me quita". Él tenía hambre y sus corredores tenían sed. Todos tenían sed ayer. Era una etapa de transición para un equipo, el BH, cuyos objetivos estaban en otro sitio: mantener a Pino entre los diez primeros y tratar de asegurar o mejorar ese segundo puesto en la general por equipos.

"Pero en esta etapa poco podemos hacer. No pintamos nada". Aún así, Mínguez se santiguó al cruzar la línea de salida y poner el cuentakilómetros a cero. En 200 kilómetros pueden pasar muchas cosas o puede no pasar nada. O puede uno pasarse todo el día dando de beber a sus corredores.

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