La paz posible
LA NOTICIA de que Irán ha decidido aceptar la resolución número 598 del Consejo de Seguridad de la ONU, aprobada por unanimidad en julio de 1987, ha causado sorpresa y satisfacción. Durante casi 12 meses, esa resolución, en la que se pide un "alto el fuego inmediato" y la retirada de las tropas a las fronteras anteriores a la contienda, aparecía como la única base viable para poner fin a una guerra que se prolonga desde hace ocho años y que ha causado muertos y heridos en cifras aterradoras. Ahora, por fin, se abre la posibilidad de que callen los cañones.La resolución 598 fue fruto de un acuerdo de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad, y especialmente de la URSS y EE UU. Demostraba que, en ese conflicto, los intereses básicos de esas potencias, a pesar de serias diferencias tácticas, no eran inconciliables. Además del alto el fuego -y del encargo al secretario general de la ONU, Pérez de Cuéllar, de que gestionase en Bagdad y en Teherán su entrada en vigor-, la resolución contiene un punto orientado a satisfacer una exigencia de Irán: admite que un "órgano imparcial" investigue la responsabilidad del comienzo de la guerra. Nadie duda de que esa responsabilidad corresponde a Irak, que desencadenó las hostilidades en 1980 pensando que podría aprovechar la transición en Irán para saldar un viejo contencioso territorial. Pero Irán no se dio por satisfecho: siempre había exigido que la denuncia del "agresor" se produjera antes de que un alto el fuego entrara en vigor. Por ello, mientras Irak aceptó desde el primer momento la resolución 598, Irán le ha dado largas, sin rechazarla de modo neto. Ahora ha modificado su actitud, sistemáticamente negativa ante los reiterados esfuerzos de la comunidad internacional por lograr un cese de hostilidades.
No sorprende demasiado este cambio si se tiene en cuenta que, durante el último año, Irán ha sufrido un grave deterioro de su capacidad militar. En una etapa anterior de la guerra, Irán había logrado, lanzando masas de jóvenes fanatizados a ofensivas costosísimas, éxitos militares importantes que causaron temor en los países árabes. Pero hoy esa fase de la guerra está lejos. Desde la reconquista por Irak de la península de Fao, Irán ha tenido que encajar serios reveses. Su Ejército no es apto para la defensa. Por otra parte, los frentes actuales coinciden grosso modo con la frontera, y, por tanto, el alto el fuego podría entrar en vigor casi sin movimientos de tropas.
La decisión de Irán no se explica sólo por causas militares. En el plano internacional, su aislamiento es cada vez más acusado. Incluso Siria, que en otras épocas le apoyó, ha cambiado de actitud. La presencia naval de EE UU en el Golfo -independientemente de las acciones lamentables a que ha dado lugar- ha contribuido a convencer a la dirección iraní de que no tiene ninguna posibilidad de ganar la guerra. En la ONU, a pesar de la presión de EE UU para que se aplicase a Irán un embargo sobre la compra de armas, ha prevalecido el criterio de Pérez de Cuéllar, partidario de una táctica más cautelosa y contrario a cortar los puentes con Teherán. Una serie de Gobiernos europeos que no han roto sus relaciones con Irán -o que las han restablecido, como Francia-, la URSS y diversos países del Tercer Mundo han ejercido presiones constantes a favor de una paz que ahora, por primera vez, parece posible.
La decisión de Teherán es consecuencia, asimismo, de los cambios que han tenido lugar en el equipo gobernante, que han permitido a la tendencia pragmática ocupar la posición dominante. El papel del presidente del Parlamento, Rafsanyani, se ha destacado cada vez más como el de una persona inclinada a soluciones de sentido común. La decisión del ayatolá Jomeini, el mes pasado, de nombrarle jefe de las fuerzas armadas significó un giro en la política del país. Giro que trascendía el aspecto personal y reflejaba una evolución profunda en la sociedad, marcada por el cansancio de la guerra, el hundimiento económico y una sensación de derrota cada vez más generalizada.
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