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ÉXITOS ESPAÑOLES EN EL DEPORTE MUNDIAL

La estrategia fallida de Echávarri

Luis Gómez

LUIS GÓMEZ ENVIADO ESPECIAL, José Miguel Echávarri, el director del equipo Reynolds, se levantó a las 6.30 y tomó por todo desayuno un café solo. Fiel a su costumbre, había delegado determinadas rutinas en sus hombres de confianza: por ejemplo, tomar el peso y la tensión de cada corredor para determinar si había una disminución importante de los datos habituales; por ejemplo, examinar que el desayuno sea consistente y variado para evitar el aburrimiento de sus hombres, un desayuno que ayer consistió en arroz, huevos, mantequilla, mermelada, leche y café o té. Echávarri se limitó a visitar una por una las habitaciones para dar pequeñas instrucciones y conversar luego largo rato con el jefe de filas.

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A Induráin, un hombre clave en este Tour, le hizo una advertencia: "Hoy, procura llevar en las bajadas un ritmo de restaurante a la carta; no hagas lo que el otro día, que los llevaste a todos de self-service". Induráin provocó, durante la etapa del Alpe d'Huez, un descenso tan rápido que obligó a muchos corredores, incluidos los de su equipo, a suspender su almuerzo para poder seguirle. Ayer Echávarri había hecho especial hincapié en que era necesario asegurarse una buena provisión de alimentos para aguantar la dureza de la etapa. "Hay que comer en el valle", "hay que comer en el valle", insistió habitación por habitación.Con Delgado departió mucho rato. Examinó el plan a seguir. Había dividido al equipo en dos grupos. Un primero lo formaban Zabala, Gorospe y Lukin, obligados a controlar la primera escapada de la Jornada. El segundo gruop lo formarían Magro, Arroyo y Amaud, que debían aguantar hasta el tercer puerto. Omar Hernández e Induráin quedarían reservados de todo trabajo hasta el Tourmalet, penúltima cumbre de la jornada. Una vez que finalizaran sus funciones, que se fueran cubriendo las fases del plan, deberían dedicarse a reservarse en grupos de corredores rezagados, para llegar tranquílos a la meta.

A Delgado sólo le hizo una advertencia: "No quiero jugar a Hinault". Echávarri le pidió que actuase siempre a la defensiva, que no tratase de ir delante enseñando el maillot amarillo a los demás, como le gustaba hacer al gran campeón francés. Quedaron de acuerdo en marcar especialmente a Parra. Rooks y Bauer no deberían causar problemas.

A las 9.15, Delgado salía del automóvil de Echávarri, donde había estado descansando durante media hora, firmando autógrafos por un resquicio de la ventanilla. "Vamos a ver si damos otra vuelta de tuerca", fue lo último que dijo. Y se fue a la salida.

Todo salió mal

Todo estaba dispuesto. El plan estaba cerrado. Todo resultó perfecto puertas afuera. Puertas adentro, falló casi todo. Así es el ciclismo.

Puertas adentro, Echávarri empezó a sufrir muy pronto. Conduciendo el Peugeot 505 cedido por la organización vio como, primero, Zabala empezaba a quedar descolgado, aunque Arroyo, efectivamente, se convirtió en policía de la primera escapada. Poco después, sonó la alarma, y se cruzaron avisos, de urgencia entre el primero y segundo coche, este último pilotado por el auxiliar Eusebio Unzúe: Omar Hernández tenía un fuerte dolor de cabeza y se quedaba rezagado; peligraba su importante colaboración en el Tourmalet.

Echávarri tuvo que variar sus planes. Dejó quieto a Induráin con Delgado, pero retrasó ,a Lukin y Magro en auxilio del colombiano, a quien se le suministraron un par de aspirinas. A media carrera, Gorospe se quejaba del estómago y perdía ritmo. Echávarri ya empezaba a sentirse inquieto. Delante no pasaba nada importante, pero Delgado se estaba quedando sin equipo.

Todo el trabajo del Reynolds durante gran parte de la etapa estuvo destinado a que Omar Hernández pudiera enganchar con el grupo de Delgado. Lo consiguió al pie del Tourmalet, pero sin fuerzas para poder hacer otra cosa más que un mínimo contacto. Volvió a quedarse irremisiblemente rezagado, como también Induráin. Pero el hecho de que el holandés Rooks, segundo de la general, buscase como principal objetivo el premio de la montaña, había facilitado las cosas. Al ir por delante varios escapados (Millar, Caritoux, Cabrera y Arroyo), Rooks casi no podría puntuar en los primeros puertos, por lo que ordenó al PDM tirar del grupo y neutralizar esa escapada. Así que el PDM le hizo el servicio a Delgado. Así se salvó la papeleta hasta el Tourmalet. Pero allí, Delgado sí que se quedó solo.

Todo continuó sin más contratiempos hasta el último puerto, el de Luz Ardiden. Allí, Echávarri aceleró el coche por última vez para acercarse a Delgado; le dio un bidón de glucosa y agua. "Le miré a la cara y le vi bien. Le dije: 'Oye, Cubino está ya a siete minutos, así que cuando creas más conveniente, puedes atacar'". Delgado asintió y se reintegró al grupo de favoritos. Echávarri no volvió hablar con él hasta la meta, pero se sintió seguro: "Le ví marchar detrás y eso es síntoma de que iba bien. Cuando va mal, se pone delante para engañar, es así de maquiavélico".

La etapa terminó bien, Delgado consolidó su liderato, aunque no resultaran muchas cosas de las que se planificaron. Echávarri terminó su trabajo dando auxilio a sus corredores e indicándoles el camino del hotel. Así es el ciclismo: después de casi seis horas de trabajo, el corredor ha de coger un macuto con sus pertenencias, volver a montarse en la bici, y hacerse 15 kilómetros de propina hasta el hotel.

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