Julián Besteiro: De Cartagena a Carmona
Las recién publicadas Cartas desde la prisión (admirablemente editadas por Carmen de Zulueta), escritas por Julián Besteiro en el penal de Cartagena (1917-1918) y la cárcel de Carmona (1939-1940), muestran la enorme distancia entre la España de la civilización liberal y la España. de: la barbarie. Recordemos que Besteiro era en 1917 catedrático de Lógica de ]la universidad Central (la actual Complutense) e integrante del comité de huelga de la UGT y el PSOE, en cuyas organizaciones se le consideraba crecientemente como la figura directora de mayor inteligencia y entereza. Besteiro fue detenido al empezar la huelga general, condenado a cadena perpetua y enviado al penal de Cartagena para cumplirla. Carmen de Zulueta, confiesa su sorpresa al ver cómo Besteiro y sus compañeros (Largo Caballero, Daniel Anguiano y Andrés Saborit) son alojados y t:ratados en aquel penal, cuyo director tenía de ayudante a Joaquín Machado, hermano del gran poeta. Se observa así cuánto había adelantado la civilización liberal en España. Abundan en las cartas referencias a gestos y visitas de personas muy alejadas políticamente de los cuatro presos que revelan el ánimo de convivencia de muchos españoles. Y todo ello confirma a Besteiro su optimismo y fe en el papel de la UGT y el PSOE en la modernización de España.Las cartas de Cartagena revelan, además, el singular concepto que tenía Besteiro de la obligación política del intelectual en la España de su tiempo. Concepto que tiene para él un preciso origen en la actitud y las lecciones de su maestro en la Institución Libre de Enseñanza, Francisco Giner de los Ríos. Afirma así: "Sin él difícilmente hubiéramos encauzado nuestra vida y nuestras energías como lo liemos hecho". Y el ejemplo de Giner era, finalmente, el de la entereza en la conducta, que él mismo, Besteiro, tan plenamente encarnó hasta el fin de sus mismos días.
Hace años escuché a un obrero alicantino calificar de "traidores" a todos los intelectuales españoles identificados con la II República que habían abandonado España al final de la contienda de 1936-1939. Al pedirle yo que me explicara el sentido del vocablo traidor en este caso, me contestó que, en verdad, no se limitaba a lo sucedido al final de la guerra, porque el intelectual español se bajaba del carro de la política en cuanto ofrecía peligros serios e incluso leves riesgos. Reconocía, sin embargo, una notoria excepción, la de Julián Besteiro, admirando particularmente el que hubiera permanecido en Madrid en las horas sombrías de marzo de 1939. Esto explica la veneración del pueblo de Madrid por Besteiro (antes de 1939), ya que, como apunta Carmen Zulueta, fue elegido diputado en febrero de 1936 con el máximo de votos de toda España. Veneración análoga, digamos de paso, a la despertada por Tierno Galván durante sus años de alcalde madrileño.
Mas Besteiro no era, sin más, un seguidor de su maestro Giner y del ejemplo de su entereza moral. Había en él un rasgo propio que lo distinguía de Giner y de sus compañeros de la Institución Libre de Enseñanza: su identificación profunda con el pueblo español: "Estos amigos míos, yo los quiero mucho y son admirables conmigo, pero no puedo menos de reconocer que están terriblemente burgueses". Aunque el origen institucionista de Besteiro explicaría su apartamiento voluntario de la dirección de la UGT y del PSOE en 1934, cuando empezaron a dominar los partidarios de la violencia. Desde entonces, hasta el comienzo de la guerra, Besteiro es una figura solitaria, símbolo de la civilización liberal. Y ello explica el número de votos recibidos por él en febrero de 1936, ya mencionado, y que sin duda procedían de los madrileños de todas las clases sociales que manifestaban así su esperanza de paz y concordia. Besteiro era ya, en la primavera de 1936, una tercera España y cabe conjeturar una acción mediadora suya que hubiera impedido la magna catástrofe.
De hecho, Besteiro fue requerido por el presidente Azaña para que intentara persuadir a Inglaterra de mediar (o al menos de conseguir una tregua) en el conflicto español en 1937. No tuvo éxito alguno su gestión y Besteiro regresó a Madrid y a sus tareas de ayuda a la atribulada población de la capital de España. El final de la guerra en Cataluña y la dimisión del presidente Azaña (y otros sucesos posteriores) hicieron concebir ingenuamente a Besteiro que podría ejercer una función mediadora o siquiera atenuadora de las consecuencias que se avecinaban. Tampoco tuvo éxito y decidió esperar la entrada de las tropas victoriosas en los sótanos del Ministerio de Hacienda. Allí fue hecho preso y allí empezó su calvario. Condenado a 30 años de reclusión mayor en julio de 1939, fue trasladado a la prisión de San Isidro de Dueñas, en la provincia de Palencia. La tal prisión era un antiguo monasterio donde se hallaban detenidos eclesiásticos vascos. Parecía entonces que el Gobierno caudillista iba a tener consideraciones especiales con una figura pública que no había participado en la guerra y que hasta cierto punto había facilitado con su enorme autoridad política y moral el final del conflicto en Madrid. Pero la vesania de los vencedores de 1939 les hizo cometer la crueldad derecluirlo en la horrible prisión de Carmona, donde falleció en condiciones espantosas en septiembre de 1940. ¡Qué contraste entre el penal de Cartagena (en 1917-1918) y la cárcel de Carmona, en 1940! En la España de aquella monarquía constitucional había funcionarios de prisiones que se esforzaban por mitigar la privación de libertad de los adversarios del Gobierno, mas en 1940 los verdaderos carceleros eran los dueños efectivos del poder gubernamental. Uno de los textos más reveladores de la segunda parte de Cartas desde la prisión es el impresionante relato de Carmen Cebrián (la mujer de Besteiro) describiendo los últimos días y las gestiones hechas para intentar salvarlo. Pero todo fue inútil. Uno de los usurpadores de entonces ha escrito en sus memorias: "Hemos de reconocer que dejarle morir en prisión fue por nuestra parte un acto torpe y desconsiderado". ¿Nada más que desconsiderado?
Los vencedores de 1939 quisieron borrar de la historia española a Besteiro como a tantos otros propulsores de la civilización liberal en este país. Mas no lo consiguieron y ahí está como un paradigma de entereza política y moral. Cierto es que para muchos antiguos defensores de la II República fue lamentable que Julián Besteiro diera la autoridad de su voz al triste episodio de la rebelión del coronel Casado. Mas en la España de hoy -donde tanto ha adelantado la civilización liberal- la figura de Besteiro debe ser admirada como uno de los grandes hombres de su tiempo que más hicieron para dar a los españoles fe en sí mismos y en su capacidad para la civilización humanitaria. Porque, en suma, el Besteiro verdadero no es el de su horrible muerte en Carmona, sino el del hombre entero de Cartagena, con su firmeza ideológica y moral. Hay, incluso, en las cartas de Cartagena alusiones a diversos intelectuales españoles (por ejemplo a Ortega) que sorprenderán y disgustarán a no pocos lectores: mas conviene recordar que Besteiro era un intelectual dirigente de una organización obrera y de un partido político. En conclusión, la historia de España se ha enriquecido con la publicación de estas Cartas desde la prisión de Julián Besteiro.
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