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Adjetivos

Algún día, bajo el felpudo de la puerta o en el fondo de las últimas copas de la madrugada, encontramos una palabra por estrenar. En seguida vemos que no se trata de una de esas palabras biodegradables que, a lo más, duran un verano, sino de una palabra universal, polisémica y elegante que imprime carácter tanto a lo dicho como a quien la dice. Hace unos años, una de esas palabras de lujo era "surrealista". Todo lo raro, desde una carga policial a una eyaculación precoz, era surrealista. Años después, la palabra de moda fue "kafkiano" y todo el mundo se entregó a la advocación del escritor de Praga. Con adjetivos así de contundentes se renunciaba a la explicación de lo inexplicable, como si "surrealista" o "kafkiano" fueran palabras sin esperanza, palabras tal vez kafkianas en sí mismas.La temporada 1988 ha traído un nuevo adjetivo que suple a los anteriores. Se trata del maravilloso "tercermundista", ese invento del nuevo diccionario europeo que hoy cuelga de Correos o de Telefónica, de aeropuertos y de hospitales. El registro con el que se suele pronunciar esa palabra es inequívocamente ofensivo. Nadie se jacta de tercermundismo. En todo caso es tradición, déficit presupuestario, falta de coordinación..., pero todo ello inscrito dentro del primer mundo y nunca del tercero, pobrecito él, carne de Domund y pista de rally.

Porque el tercermundismo es el residuo sólido que queda tras la combustión de dos culturas desiguales. Tercermundismo no es aquello que pasa en Nicaragua, sino aquello que Reagan hace que pase en Nicaragua. Ha sido ese primermundismo insaciable el que ha engendrado el tercermundismo, y ahora lo mira con el asco de los opulentos ante sus propios humores. En España, decir "tercermundista" equivale a insultar al camarero delante de la novia. Una gallada arrogante que nunca despierta adhesiones y que resume en quien lo dice toda la negrura de tantos pueblos vencidos y humillados. Genocidas orales que no matan de terror, sino de olvido.

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