Grabados
Me lo temía. La autorización de Barrionuevo para grabar en vídeo las manifestaciones es contagiosa. Si ayer era la Policía Nacional la que disparaba el zoom contra los peatones airados, hoy será la Guardia Civil la que estrene videocámaras contra los automovilistas para registrar desde el helicóptero cualquier movimiento sospechoso en la fila india. Primero fueron los de marrón y ahora son los de verde. Está cantado que el virus de la videofilia afectará al resto de los cuerpos uniformados, incluidos los mozos de Pujol. La videocámara acabará siendo otra arma reglamentaria, y pronto la veremos desfilar por la Castellana junto a la bayoneta, la pólvora y el tambor, al hombro de un feroz sargento tatuado.Tenía la esperanza de que los hombres de uniforme se olvidaran del vídeo. No profeso especial devoción tecnológica por el chisme; es que no puedo olvidar que un vídeo incontrolado frenó a los militares rebeldes. Aunque temo que la idea proceda de la noche de los charoles locos. Si una simple cámara detuvo a tanto guerrero armado, pensarían, pues utilicemos la misma magia paralizante en dirección contraria. Enfoquémosles. La cámara es artilugio muy disuasivo, sí. Eres mucho menos espontáneo cuando te filman. Ante el ojo grabador pierdes naturalidad, no, sabes qué hacer con las manos, caminas y hablas más torpemente, adoptas una pose afectada. Pareces más sospechoso de lo que en realidad eres. Y deberíamos estar habituados porque nos graban continuamente. En el supermercado, en la manifestación, en ,la caravana, en el banco fusionado, en los grandes almacenes, en el metro, en el aeropuerto. Imposible saber en cuántas cintas de vídeo estás encerrado. Pero nada. Te apuntan y pones cara de fotomatón. Lo peor no es que te disuadan por grabación. Lo insoportable es imaginar la clase de planos que te estarán tomando, la chapuza del enfoque y la iluminación, el lamentable guión que utilizan. Aceptas resignado que te roben la imagen, pero ¿sería mucho pedir que sólo graben tu lado bueno?
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