Notas de optimismo
Cualquier periódico es ya, por definición, el reflejo de toda la negatividad de la sociedad, ya sabemos que lo bueno no es noticia. Este es un hecho que debemos asumir por inevitable. Pero precisamente por esto pienso que sería conveniente -y estoy segura que mi opinión la comparten muchos lectores- que los filósofos de lo cotidiano, los columnistas habituales de EL PAÍS pusieran en sus escritos la nota de optimismo y fe en el porvenir que contrastara con lo anterior.Los seres que gozan del inmenso privilegio de saber expresarse de forma magistral, como Manuel Vicent, tienen, en contrapartida, una gran responsabilidad. Sus palabras pueden provocar reacciones proporcionales a su éxito y renombre. A menudo, lo que dicen sienta cátedra porque es más fácil hacer nuestra la opinión de un buen profesional del periodismo que realizar la gimnasia mental que supone la formación de un criterio propio.
Las columnas del señor Vicent rezuman catastrofismo por todos sus poros. Sus temas son monográficos: la podredumbre humana, el SIDA, el peligro nuclear en una palabra, las lacras de la sociedad.
Sus diatribas apocalípticas no provocan en el lector más que hastío y depresión. Estoy segura de que este pesimismo a ultranza habrá sido para más de uno la gota que ha colmado el vaso, ese empujoncito que le faltaba para apretar el gatillo contra su propia sien.
Como muestra de la influencia que puede ejercer un escrito sobre: mentes débiles, tenemos el ejemplo de las muchas familias que emigraron a Canadá o a los países nórdicos a raíz de la publicidad que hicieron los medios de las profecías catastrofistas de
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Nostradamus. Le ruego encarecidamente dé cabida también en su periódico a gente que comunique optimismo, alegría, fe en la humanidad.-
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