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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Libros a la intemperie

ESPAÑA, CON uno de los patrimonios artísticos más ricos de Europa, ha sido desde tiempo inmemorial terreno abonado para la rapiña de obras de arte. Claustros, incunables, retablos y obras de pintura del patrimonio español adornan museos y mansiones privadas en múltiples países. La indolencia de las autoridades, la codicia de algunos desaprensivos y la miseria de algunas iglesias rurales favorecieron esta práctica, que hoy avergüenza a muchos compatriotas cuando visitan museos extranjeros. Por ello, la noticia del robo de un número importante de valiosos libros de la Biblioteca Nacional, en el corazón mismo de la capital de España, hizo recordar prácticas que creíamos erradicadas en una sociedad moderna que sabe cuidar adecuadamente de los tesoros que ha recibido en herencia a lo largo de muchas generaciones. La facilidad con que eran retirados importantes libros de los siglos XVI, XVII y XVIII de las estanterías de la primera biblioteca de España ha demostrado la falta de protección que todavía hoy padece nuestro legado histórico.El director de la Biblioteca Nacional, Juan Pablo Fusi, ha sido el primero en denunciar las precarias medidas de seguridad que padece el edificio. Cuando asumió el cargo, hace dos años, Fusi tuvo que solicitar que una empresa privada se hiciera cargo de la vigilancia de este importante centro cultural. Poco después se inició un proceso de colocación de lectores electrónicos en los libros a fin de facilitar su control, proceso que todavía está lejos de haber finalizado. Ambas medidas, seguridad privada y colocación de detectores, existían desde hace años en librerías privadas españolas cuya comparación con la Biblioteca Nacional es absolutamente ridícula.

Si a ello añadimos que la Biblioteca Nacional, en lugar de ser un centro de investigación, se ha convertido en una sala de lectura y estudio de estudiantes, que buscan refugio en ella ante la ausencia de bibliotecas municipales y universitarias, puede comprenderse que los problemas de seguridad se vean agravados por la simple aglomeración de gente.

Primar la fachada sobre la realidad, los fuegos de artificio sobre la defensa y desarrollo de la cultura, es una práctica que se ha generalizado en los últimos años. Un electoralismo mal entendido ha llevado una vez más a supeditar cuestiones de fondo a las de apariencia o escaparate. Los problemas de la Biblioteca Nacional son conocidos. Sus actuales responsables han denunciado repetidas veces la necesidad de reorganizar en profundidad este centro y ponerlo a la altura de bibliotecas similares de países como el Reino Unido o Francia. Que se hayan hecho oídos sordos a sus justas peticiones no es de extrañar en un país donde el abandono de las bibliotecas es secular y sólo comparable a la falta de aprecio por el estudio y la investigación.

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