Aquella Iglesia soñada
No hace muchos años, cuando algunos comenzábamos a formarnos dentro de la Iglesia en nuestras comunidades, soñábamos con un estilo de Iglesia que ahora está siendo puesto en tela de juicio. ¿Dónde se muestran hoy los deseos de ver a nuestra Iglesia pobre y con los pobres? ¿Dónde quedaron las ilusiones de suprimir aranceles, tasas y estipendios? ¿Qué quedará en el futuro de las reformas y planes que un día se hicieron desde nuestras parroquias y seminarios?Aparentemente, poco queda ya de todo aquello, y lo que aún existe se ve sometido a uno de los fenómenos más escandalosos de nuestros tiempos: la regresión.
Ya pocas comunidades hablan de autofinanciarse sin cobrar sus servicios ni gravar sobre el Estado. Del deseo de suprimir los aranceles se ha pasado a subirlos, a cobrar más por los servicios religiosos, a asegurarse la asignación del Estado, e incluso, en casos extremos, se han inventado formas denigrantes de ingresar dinero, ya sea alquilando floreros, alfombras o sillas de la iglesia. ¿Dónde se perdieron las ideas de la cuota parroquial, las juntas económicas, la intercomunicación de bienes y la gratuidad de lo sagrado?
Ya nadie se embarca en proseguir la reforma de nuestros seminarios ni en avanzar en el estudio y actualización de la teología. Los que intenten ese avance se verán destituidos y perseguidos (como los profesores de Granada) o se les amenazará con una desautorización pública (como a la asociación de teólogos Juan XXIII).
Tampoco se admite una crítica de todo esto, ya que entonces se reacciona tachando al pueblo de inculto, con críticas propias de república bananera o siendo comparados con los cristianos cubanos, como hizo el secretario de la Conferencia Episcopal, sin tener en cuenta que las comunidades cubanas, sin asignación por parte del Estado, quizá mantengan un estilo de vida más sencillo y evangélico que el nuestro.
Hace años, los que por entonces éramos seminaristas comenzamos a vivir una reforma importante cuyo objetivo era que el futuro sacerdote se formase en medio de la realidad social de las comunidades o parroquias. Por ello, con un plan serio de trabajo, estudio y vida en común, se inició la experiencia positiva de vivir en contacto con la gente y el trabajo pastoral, evitando así el peligro de aislarse tras los muros de un edificio o una institución. Ahora, siguiendo las directrices del nuncio, Mario Tagliaferri, éste es un tema que preocupa, y ya se anuncian medidas de control sobre seminarios, publicaciones y asociaciones de teólogos, intentando prevenir y perseguir la peligrosidad de este tipo de avances.
Lo triste de esta situación es que detrás de esta persecución al progreso no sólo están nuestros obispos, sino la misma persona del nuncio, cosa que no acabo de comprender. Si mis conocimientos sobre la diplomacia no son erróneos, el nuncio es el embajador del Estado Vaticano ante otro Estado, en este caso el español.
¿Con qué derecho, entonces, el nuncio se interfiere, alienta o condiciona a nuestros obispos con sus preocupaciones pastorales, sus opiniones e ideas o sus fidelidades a Roma? Creo que un embajador nunca tiene derecho a influir o condicionar la marcha de una Iglesia local.
Pero quizá el nuncio no sea el único responsable, ya que, sí nuestros obispos gustan de ser dirigidos, orientados y controlados en nombre de la fidelidad a la Santa Sede, cualquier embajador de la misma tiene el camino preparado para convertirse en el director de una jerarquía que por fidelidad o miedo nunca llevará la contraria a Roma.
Nadie sabe adónde irá a parar nuestra Iglesia, pero lo cierto es que muchas comunidades van avanzando en medio de los tiempos pese a los conservadores deseos jerárquicos.
Sólo desearía que aquella Iglesia soñada no se rindiera ante la represión y el conservadurismo, sino que creciera y se hiciera presente con coherencia en la sociedad de su tiempo.- Sacerdote.
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