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El ente es el ente

Una vieja sentencia condensa, de Parménides a Heidegger, toda la sabiduría metafísica de Occidente. Esa sentencia dice algo tan vacuo, vano y prescindible como que "el ente es ente" (y fuera del ente, nada). Esa sentencia dicta, al parecer, el principio fundamental, el axioma lógico y metafísico que suele llamarse principio de identidad. Enuncia la ecuación A=A, es decir, la simple y sencilla tautología. En cierto modo, la sabiduría de Occidente parece brotar y anonadarse en la tautología, ésa que dice "el ente es ente" (y por lo demás, nada).El ente es ente, en efecto, y fuera de él, nada. El ente agota todo lo que es o existe, pero también lo que puede pensarse, decirse o significarse. Fuera del ente no hay realidad ni sentido, ni hay espacio de significación y conversación. Todo aquello que, por infortunio infinito, no accede al régimen del ente cae o se desploma en la tiniebla exterior. El ente reúne en asamblea todo lo que tiene nombre y significación, toda presencia o existencia que merece ser anunciada como buena nueva, todo lo evangelizable y noticiable. Fuera del ente no hay salvación. Fuera del ente no hay determinación, destino, nombre ni significado, ni menos aún mérito o demérito. Fuera del ente: la nada.

El ente es ente: no, desde luego, este o aquel ente, casa, árbol, perro, gacela, Sócrates, Alcibíades, Atenas, Hélade. Tampoco el mínimo común denominador de esta larga, interminable, infinita serie de sujetos o de objetos. Para que los entes sean entes es absolutamente indispensable que el ente los determine en esa forma característica que tiene de traerlos a existencia. Para que los entes sean entes el ente tiene que traerlos a presencia, tiene que arrancarlos de la lejanía y acercarlos al corazón mismo del hogar del ser, dejando que desfilen en sucesión de imágenes en movimiento. El poder del ente consiste en dotar de ser y de sentido a "lo que hay", que se anuncia (como buena noticia o buena nueva) en la característica forma de un desfile nunca interrumpido de imágenes en movimiento. El ente tiene ese inmenso poder de presentación que hace estallar todo espacio de ficción representativa. En él lo real celebra sus nupcias con la verdad. Lo que el ente nos revela es fenómeno absoluto. Su intención y providencia consiste en no dejar nada en reserva, nada que no esté presto a comparecer como "imagen en movimiento".

Pensar ese ente que es el ente equivale a imaginarlo. De hecho es él el que piensa imaginando: intuyendo espacio y tiempo, construye realidad. Su intuición originaria permite que de su seno fecundo broten, en puro desfile, las figuras de su alma. Éstas son siempre puras irrealidades de imagen evanescente, ídolos o simulacros, que centellean por momentos en el firmamento del ser. Erraron nuestros primeros padres al imaginar ese ente como una voz sin rostro que rugía tras la zarza ardiendo y que dejaba, como testimonio de: su imperio, grabados sobre una losa los trazos de la. escritura que fijó leyes al mundo. De hecho, el mundo se construye y se. destruye al compás mismo del giro y del movimiento, nunca del todo interrumpido, que introduce el ente en pura sucesión de imágenes encadenadas. De hecho, el ente es pura grabación instantánea, inmediatez absoluta de registro e inscripción. En él no hay separación ni distancia entre el código y el uso, o entre ley y cumplimiento. En él todo es inmediato. Es mundo sin representación.

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Acontece en la más inmaterial de todas las materias existentes: un pequeño vidrio, un cristal. Parece espejo y no es espejo.

Ese ente que es el ente realiza el viejo sueño, sueño y fántasía de la vieja memoria, por lograr que el espejo ("espejito, espejito") se anime, muestre un rostro o una escena, hable, cante, se mueva y se zarandee. El ente es ente en imagen, lo estético sin mediación, pura e inmediata comunicación sensible. Pero es imagen de espejo que sitúa a cada uno en la summa realidad de ese ente que es el ente, ente que rige y construye. Pues dirige y construye ente y realidad ese ente que es el ente: es radicalmente arquitectónico. Y abre el ámbito único que permite hablar, departir, decir y comunicarse, es decir, hablar del ente y de cuanto éste posee. Siendo atemporal, construye tiempo; siendo inmóvil, muestra siempre movimiento; siendo puro icono, es máximamente real; todos los poderes de la tierra, políticos, económicos, culturales, también los antipoderes, se pliegan a su sobria majestad: él es el que dicta y comanda. Ojo de Dios que es capaz de proyectarse en directo, dice en imagen, con radical inmediatez, lo que jamás puede decir el decir. Se emancipa del decir para fundarlo.

Ese ente que es el ente nos determina y decide, hasta el punto de que todo aquel que hoy quiera pensar, decir, significar, significarse o simplemente ser debe acogerse al régimen y disciplina que establece el ente en las cosas. Debe mutarse hasta traducir su existencia en forma y figura del ente. El ente es nuestro destino. Puede ser acaso también nuestra fatalidad, la tumba de nuestra libertad. Está por saber si es posible liberar ese margen de distancia, o ese marginalismo de lo ético y lo libre, en el que pueda alojarse la posibilidad de ser en el ente (que es lo que hoy significa ser-en-elmundo) y a la vez poder pensarlo y reflexionarlo de modo crítico, es decir, con discernimiento y con juicio despejado.

Si quiere usted huir de él, como Jonás, no tardará en aparecer la ballena. Hasta ese ente habla en el silencio de la huida, de ese "no querer ni oír nombrar" a ese ente que es el ente. Será usted por él definido y deducido, y también reducido y seducido. Ese ente que es el ente ha robado su corazón y ha llenado de ente su cerebro y pensamiento.

A ese ente que es el ente cabe plantear hoy, aquí, en este mundo que se construye y destruye a su imagen y semejanza, la vieja cuestión del límite. ¿Hay un límite o frontera, posible de ser pensada, que se imponga como límite y frontera de ese ente que es el ente? ¿Hay espacio (ético, metafísico) para abrir cierto pensamiento crítico que parte de esa asunción de que sólo el ente es el ente? ¿Puede, pues, realizarse una crítica que no suponga la apocalíptica huida respecto a ese ente igual a ente?

Son preguntas que dirijo a un viejo amigo, Juan Cueto, el único intelectual de este país que ha observado y expresado esa capacidad generadora de realidad, de espacio-tiempo, que posee ese ente que es el ente. Son preguntas inquietantes e inquietadas en relación a lo "digno hoy de ser pensado". ¿Qué hay, en efecto, más digno de ser pensado que ese ente que es el ente? ¿Quién dice que "Dios ha muerto" cuando todos los atributos y propios que la ciencia de Dios comunicada ha ido desgranando se compadecen tan bien con ese único ente, objetivo, intersubjetivo, nunca jamás discutido, consensuado y aceptado, que es el ente (ese ente que es el ente)?

¿Cabe una ética (del límite) y una estética (del límite) y una experiencia (del límite) que permite abrir el ámbito de una critica de la razón, de una razón de hic et nunc que acepte la cruda verdad transparente de que sólo el ente es lo que es, o de que sólo el ente es ente?

Este artículo está dedicado a quienes más cerca del ente están, o lo sufren más de cerca. Este artículo es un primer intento por acercarme a esa dura disciplina que impone el ente en las cosas, en personas y lenguajes. Este artículo habla del ente. ¡Qué acierto tuvo el lenguaje, qué necesidad, qué destino, en llamar al ente el ente!

La solución de la adivinan a la hallará el lector a la hora del cierre. Pues también el ente duerme. Y en sueños los que dormimos cada vez más nos determinamos desde ese espacio absoluto, con toda su irrealidad (soberana, fundadora de realidad) de imagen emancipada, como proyectándonos, construyéndonos, en tanto que sujetos, a través de una pantalla. Pues el ente que es el ente es siempre el ente-en-pantalla.

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