La perplejidad del militante
Hay temas recurrentes, pero imprescindibles de abordar desde el filo de la conciencia personal, que están plenamente interiorizados, pero que al mismo tiempo son crudamente objetivos y necesitan cada vez más de una mayor objetivación y oxigenación razonables.Con estas líneas sólo pretendo salir al paso de la perplejidad y de la sensación de impotencia que a tantos nos envuelve, de la disgregación y de la atonía contra las que escasamente luchamos. ¿Sigue siendo legítimo y viable hoy día mantener una actitud militante en lo social, en lo político, en lo religioso? Es decir: defender unas ideas que informan la vida propia y la existencia colectiva, tratar de ajustarse a ellas en los comportamientos concretos, luchar por su propagación y penetración lo más amplias posible, utilizar para ello los cauces e instrumentos adecuados: ciudadanos, asociativos, culturales? Tales preguntas no son triviales, me parece, si observamos el paisaje concreto que nos rodea.
La vieja y actual cuestión, pues, de la militancia, sea ésta una o múltiple, si posible fuera. Cuando algunas de las dimensiones o pasiones más profundas de uno mismo son la religiosa -más concretamente el cristianismo, el evangelio- y la social -la lucha por la justicia-, y se acepta a la Iglesia y a la política como mediaciones insuficientes pero necesarias de una y otra, entonces es dificil escapar a la sensación de ingenuidad o, por lo menos, de enorme ambigüedad.
La ofensiva doctrinal-involucionista de la Iglesia está alcanzando niveles insospechados de violencia y de gravedad. La reconciliación con monseñor Lefebvre es la gota que colma el vaso. Todos los hechos recientes -que no es preciso repetir- indican una Iglesia sacral, cautelosa, agarrada al poder, mediocre, desconectada de los verdaderos intereses y necesidades del mundo. Y gran parte de todo ello -dada su estructura absolutamente jerárquica- tiene su raíz en el pontificado de Juan Pablo II, que todavía engaña y desconcierta a algunos, pero satisface y confirma a los más. Su discurso populista, su carencia de autocrítica, rematan, entre otras muchas cosas, el perfil de una Iglesia institucional impresentable desde un punto de vista evangélico, humano y social.
Pero hablaba antes de la doble militancia y de la necesaria e insuficiente mediación política como cauce de la lucha por una mayor justicia social. Existen, desgraciadamente, coincidencias con lo que acabo de decir referido a la Iglesia. Si se tienen en cuenta las pautas oficiales de cualquiera de nuestros partidos políticos -y más allá de algunos logros parciales y de bastantes conductas respetables-, ¿se puede defender la militancia partidista como algo sustancialmente distinto a la promoción de una carrera política personal de mayor o menor envergadura? Es tan bajo el nivel de debate ideológico, de transparencia, de coherencia y democracia internas, de conexión con los núcleos sociales, y tan alta la cota cerrada y nada autocrítica satisfacción, la inoperancia arrogante... Las acusaciones legítimas que pueden hacerse a los partidos son en buena parte aplicables también -en mi opinión- a la Administración y a la labor del Gobierno. Resulta dificil, además, cambiar las cosas cuando no hay demasiadas ganas de hacerlo.
¿Qué hacer ante semejante panorama? La contundencia de los hechos contrasta con la debilidad de las palabras, aunque éstas sean verbos transitivos y lleven dentro al menos el rescoldo de la militancia: resistir, construir, reinventar, reorientarse, desde luego esperar activamente, imaginativamente, las luces de la mañana en que el cansancio abra las puertas de la madurez.-
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.