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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

'Telefónica de Escoña'

El teléfono en España ha dejado de ser un servicio para convertirse en un fármaco depresivo. Todos tenemos síndrome de dependencia hacia él. Repito una de mis mañanas. Tengo pendientes seis llamadas interurbanas y cuatro regionales. No hay línea. Insisto. Me responden ruidos paranormales, gorgoritos estáticos y un silencio final anuncia el bloqueo. Procuro sonreírme a mí misma y, demostrándome que son sólo las 9.30, vuelvo a la carga. Y una de las líneas, ¡milagro! se abre. Hablo, nerviosa, con Sevilla. Apenas 10 segundos, pues la comunicación queda mezclada con frases como "chica, no te apures, a Pepita le han puesto nueva toda la nariz y ha quedado de maravilla" o "descuide, don Anselmo, yo le envío hoy mismo otro muestrario, faltaría más". Vuelvo a marcar, pero el "ti-ti-ti" se muestra implacable. Dejo Sevilla y me centro en Madrid. El espectáculo se repite: "¿Don Ricardo Tellamas, no es ahí? Ah, perdone"; "sí, sí, yo marco el 555 25 52"; "¿Toledo? ¿Cómo dice? ¡No, esto es Madrid!"; "le aseguro que no me equivoco de número, es la cuarta vez que lo repito... ¡Oiga, no sea grosero!"; "no, esto no es Repitesa, es Malditesa, de nada"; "por favor, ¿le importaría descolgar su teléfono un momento? Gracias, yo estoy igual"; %se ha cortado? ¡Pero si no me he enterado de nada!". Es mediodía y sólo hemos logrado intercambiar frases inconexas con media España. Mi jefe entra de pronto y me grita: "Pero, ¿qué pasa con esas llamadasT'. El portazo se une con una pregunta: %Oiga? Mire, les llevo llamando hace días y comunican sin parar, ¿han cambiado de teléfono o qué?". Me disculpo y compruebo la línea que dejamos reservada para el exterior. Efectivamente comunica, y ahora sólo soy yo quien la reclama. La miro con odio. Marco el 002: "¿Qué le pasa a su teléfono?". Explico pacientemente el problema y un clic termina el diálogo. Ni se le atenderá, ni usted perdone, ni muérase. Me miro a las manos y tiemblan un poco. Mis compañeros empiezan a irse y yo sigo sentada, aturdida. Intento Sevilla y me responde una voz metálica: "Las horas de oficina...". Me he quedado sola en el mundo telefónico español. Yo sólo quisiera entonces hacerle una sugerencia al presidente Luis Solana sobre el cambio de nombre: Telefónica de Escoña. Y no hay de qué-

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