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Un centrismo de nuevo cuño

No es posible comprender la disolución del Parlamento francés si se ignoran dos series fundamentales de sondeos de opinión que rodearon la brillante victoria de François Mitterrand el 8 de mayo. Diez días antes, justo después de la primera vuelta, una reveló que la izquierda llegaba a ser mayoritaria en las intenciones de voto en eventuales elecciones legislativas, lo que no le sucedía desde hacía cinco años. Esa fluctuación fue confirmada por todas las encuestas realizadas a la salida de los centros de votación de la segunda vuelta. Una de ellas precisó que, tras una disolución cercana de la Asamblea Nacional, los socialistas dispondrían de 306 escaños contra 241 de la alianza integrada por los partidarios de Chirac y Barre, cuatro el Frente Nacional y cuatro el partido comunista.¿Cómo habría de renunciar el presidente de la República a procurarse por esa vía los medios para realizar la política definida en sus propuestas, prolongando una cohabitación paralizante que los ciudadanos ya no desean, puesto que el 61 % ansiaba una rápida disolución? Pero esta política también se apoya en la voluntad de unir al máximo de franceses: lo que conduce a la busca de una mayoría que se extiende más allá de los socialistas. La segunda serie de sondeos muestra que el 56%. de los electores desea un Gobierno que aúne socialistas y centristas, contra un 22%. que prefiere un Gobierno apoyado en una alianza de socialistas y comunistas. Incluso entre quienes votaron por Francois Mitterrand es mayoritaria la primera hipótesis (48%), pero la suma de las otras dos se eleva al 47%. El mandato otorgado al presidente por quienes lo reeligieron parece, pues, contradictorio, dado que la mitad desea orientarse hacia la izquierda y la otra mitad hacia el centro.

Sin embargo, las democracias europeas conocen al menos tres formas diferentes de centrismo, dos de las cuales permitirían resolver esta contradicción. La primera podría ser calificada de centrismo a la italiana, por semejanza a la existente en la mayor nación que la practica. Pero también la propia Francia aportó una amplia ilustración al respecto antes de 1958. Y Dinamarca, Bélgica, Holanda le son habitualmente fieles en el seno de la Comunidad. Este centrismo consiste en coligar a los moderados de derecha y a los moderados de izquierda, excluyendo a los extremistas de ambos campos, en un Parlamento en el que ningún partido posee por sí solo la mayoría, sin que una alianza de izquierda o una de derecha parezca aceptable. Esto sólo permite Gobiernos débiles y generalmente efímeros, puesto que sus rivalidades internas son tan fuertes como los ataques de la oposición. Lo que al mismo tiempo conduce a desposeer a los ciudadanos del derecho esencial a elegir el equipo que asumirá el poder, porque los votos se dispersan entre numerosos partidos cuyos acercamientos están determinados por los estados mayores y no por los electores.

Un puñado de políticos franceses desea restablecer un centrismo similar mediante una reforma electoral que daría una notable importancia a la proporcionalidad, pero esto impediría paralizar al Frente Nacional y mantener al partido comunista a un nivel muy bajo; en lugar de aparecer como un segundo De Gaulle que refuerza y desarrolla las instituciones establecidas por el primero, François Mitterrand se convertiría en su enterrador, que reconduciría la Quinta República a la marisma donde se sumieron las precedentes. Queda excluido que el reelegido presidente destruya así la imagen que comenzó a forjar para la historia. Pero otras dos variedades de centrismo le permiten desarrollarla en la dirección seguida desde 1981. Tal es, por lo pronto, el caso del centrismo por alternancia practicado en el Reino Unido, en la República Federal de Alemania, en Austria, en Suecia: modelo dinámico, por oposición al inmovilismo del precedente.

En Londres ese modelo opone sólo dos partidos entre los cuales los ciudadanos eligen al responsable del Gobierno para toda una legislatura en la que dispondrá de los medios para tomar decisiones. En Bonn y en Viena, un pequeño partido puede a veces hacer inclinar la balanza hacia uno u otro lado, pero entonces debe hacer una alianza duradera con el grande que lo apoya. En Estocolmo, la izquierda se encarna en un solo partido (la socialdemocracia), mientras que la derecha está repartida entre tres o cuatro formaciones. De todos modos, son los electores de centro quienes deciden la victoria. Dominan, pues, al vencedor. La alternancia excluye normalmente los Gobiernos del centro. Pero sólo permite verdaderamente gobernar en el centro; los Gobiernos de centro son a menudo Gobiernos que no gobiernan, es decir, no-Gobiernos. En Francia, la disolución de la Asamblea Nacional permite considerar la posibilidad de un centrismo por alternancia del tipo Olof Palme: los sondeos hacen prever en París un Parlamento semejante al de Estocolmo.

Si las predicciones se cumplen, tal victoria socialista en las legislativas permitiría también a François Mitterrand hacer revivir, bajo una forma estructurada, el centrismo bascular esbozado en otros tiempos por la Tercera República gracias al voto mayoritario a dos vueltas, ya vigente. En las elecciones, la segunda vuelta oponía casi en todas partes una alianza de derecha y una de izquierda. Pero el Partido Radical -el más a la derecha en la izquierda- podía luego deslizarse hacia el centro en el Parlamento, coligándose con el ala izquierda de la derecha. El mecanismo funcionaba mal debido a la indisciplina de los diputados durante las votaciones, lo que conducía a la inestabilidad ministerial. Con los partidos rígidos de la Quinta República, ese mecanismo podría otorgar a una UDF regenerada un papel muy importante, sin que deba romper su acuerdo electoral con el RPR. Después de las legislativas que seguirán a la disolución, el presidente tratará seguramente de sesgar a la nueva Asamblea hacia el centrismo del tercer tipo, cuyo éxito dependerá de Raymond Barre, que a priori no lo rechaza.

Traducción: Jorge Onetti.

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