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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El 'efecto Afganistán'

LA DISMINUCIÓN de las tensiones internacionales facilitada por el nuevo entendimiento entre Estados Unidos y la Unión Soviética permite abordar la solución de problemas regionales sin la crispación forzada hasta ahora por razones de estrategia o de rigidez ideológica. Se empecinan menos las grandes potencias en el concepto de la inmovilidad del reparto de las zonas de influencia o en la necesidad de tener un pie metido en el quicio de la puerta del área del contrario. Parece que, a medida que se busca más sinceramente la paz global, empieza a ser menos imprescindible desestabilizar al adversario mediante el procedimiento de hurgarle en la herida abierta (llámese ésta Nicaragua, Afganistán, Cuba o Angola).Hace unas semanas, la Unión Soviética anunció que empezaba a retirarse de Afganistán, país en cuya guerra civil había estado involucrada durante nueve años. La decisión se tomó en cuanto Gorbachov pudo convencer a los más conservadores entre sus colegas y al Ejército soviético de que la aventura estaba teniendo un precio excesivo en muertes y desgaste. Se asumía, además, la consecuencia difícilmente evitable de que el Gobierno satélite del presidente Na ibulá tardará poco tiempo en caer y dejen ser reemplazado por un político poco afecto a la disciplina de Moscú.

Hace meses que funcionarios estadounidenses y soviéticos hablan y negocian sobre los problemas que aquejan al Tercer Mundo y en los que sus Gobiernos están directa o indirectamente involucrados. El ejemplo más evidente de este nuevo espíritu está en las conversaciones que se celebran en torno al problema de Angola. No es descabellado pensar que, tras la cuarta cumbre entre los líderes soviético y estadounidense, quede facilitada la búsqueda de soluciones en Nicaragua o en Oriente Próximo.

Favorecido por la nueva relación entre los grandes, el efecto Afganistán podría extenderse al Sureste asiático. El Ejército vietnamita, para restablecer un orden salvajemente alterado por los jemeres rojos, entró en Camboya en 1978; para luchar contra las guerrillas anticomunistas, también lo hizo en Laos, país del que ha empezado a retirar sus tropas hace algunas semanas. Siendo Vietnam un satélite de la URS S, Pekín ha manifestado reiteradamente su deseo de ver que la nueva política soviética, hecha patente en la retirada de Afganistán, tiene un reflejo equiparable en el Sureste asiático. China quiere que Vietnam se retire antes de la fecha anunciada de 1990, y, junto con la solución afgana y una relajación de las tensiones militares en la frontera chino-soviética, hace de ello condición para la normalización de sus relaciones con Moscú.

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Las perspectivas en Pnom Penh, sin embargo, son más pesimistas que en Kabul: los vietnamitas no han conseguido establecer un régimen viable, y si no se consigue un acuerdo para que regrese al país el príncipe Siliamik, lo único que promete el futuro, en sustitución del Gobierno que ahora sustentan los comunistas, es una vuelta de los jemeres. Difícil disyuntiva. Pero, en todo caso, hoy es posible una negociación más amplia y más relajada; la condición, como señaló Gorbachov en su conferencia de prensa al término de la cumbre de Moscú el pasado miércoles, es que la retirada de Afganistán pueda realizarse pacíficamente. Para ello es esencial un nuevo margen de tolerancia de EE UU.

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