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Tribuna
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Plácidamente

El corazón solidario de nuestro gran tenor internacional y gloria de las músicas Plácido Domingo no conoce fronteras: este hombre lo mismo organiza conciertos para recaudar fondos con destino a las víctimas del terremoto de México que se pone a beneficiar, con el fluir inigualable de sus trinos, al Banco Santander, incitando líricamente a los españoles para que compren sus, no lo dudo, incomparables bonos.Pero la historia puede tener un efecto distinto del que los creadores de¡ anuncio televisivo y el propio Placibono pretenden. Puede que las masas se apresuren a proveerse de tales obligaciones en la creencia de que, al hacerlo, obtendrán las cualidades vocales y, sobre todo, la prestancia que el eximio muestra luciendo galas que parecen el resultado de un cruce apresurado entre el diseñador de L'elisir d'amore y el de Nobleza baturra. Incluso es posible que la bondad intrínseca del producto anunciado les colme de bienes.

Lo que ya no está tan claro es que las nuevas generaciones, tan adictas al televisor y, al mismo tiempo, tan críticas con todo lo que despide un tufillo a pasado, no decidan, en un rapto de risa histérica, apartarse para siempre de todo cuanto suena a ópera. Y sabido es cómo pesan en el ánimo de las personas aquellas determinaciones tomadas en temprana edad bajo nocivas influencias del momento.

He visto a muchachos de once años deshuevarse caídos por los suelos, ante la impotencia argumental de sus mayores, cada vez que Bonodomingo se mesa los encajes entre una movida de cejas y de ojos digna de Lillian Gish en Las dos huerfanitas. ¿Cómo podremos explicarles nosotros, los melómanos-puente entre generaciones, que Mozart, Wagner, Verdi y un sinfín de genios de la creación y la interpretación se encuentran detrás de semejante horterada? ¿Cómo decirles que la música que nos han legado es más válida aún porque ha sobrevivido a siglos de mal gusto y tropelías estéticas?

Duro me lo ponéis, don Plácido. Porque no le puedo echar toda la culpa al banco.

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