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Madrid y Real Sociedad alcanzaron un extraño empate

Santiago Segurola

, El duelo de honor que libraron los dos mejores equipos del campeonato se saldó con un extraño empate. El tono distendido del partido animó la flojera defensiva de ambas escuadras, poco dispuestas a mantener la tensión necesaria para ajustar los marcajes. En el enloquecido carrusel de oportunidades que se sucedieron, el Madrid sacó mejor provecho. Butragueño, al que anunciaban decaído y en baja forma, se mostró letal en el área de Arconada.

Desde el principio se vio que el partido tenía las trazas de los festivales pretemporada. Cierto que los dos equipos ganaron el pan, pero en todo momento se echó en falta el rigor de los duelos serios. A estas alturas, con la temporada cerrada por liquidación, los jugadores han comenzado la descompresión.

Debido a la falta de empeño en los marcajes, el partido fue rico en anécdotas. El número de ocasiones en las dos porterías fue inusual. Los donostiarras sumaron una docena de oportunidades, todas memorables. Una de ellas resume el estrafalario carácter que tomaba el partido en la primera parte. Mediado el período, Ochotorena y Tendillo se entorpecen en la búsqueda de un balón que llegaba débil al área pequeña. Entre trompicones y gritos de mía mía, la pelota sale despedida al larguero, para caer a medio metro de la línea de gol, a los pies de Górriz. El chupinero de Atocha ya había prendido las mechas de los cohetes, pero no cayó en la cuenta de que el síndrome Cardenosa causa estragos últimamente.

En esas funciones de rendimiento por ocasiones, el Real Madrid se mostró bastante más preciso. La eficacia en el contragolpe -dos goles en cinco llegadas al área de Arconada- palió la pobre impresión que casuó la defensa del Madrid. Frente a Bakero, Beguiristáin y Loren, jugadores que se caracterizan por su dinamismo y por su capacidad de movimientos, Beenhakker optó por el marcaje individual, y no tuvo mejor ocurrencia que designar a Tendillo, Mino y Maqueda, unos defensas con vocación inmovilista. Naturalmente, los delanteros donostiarras tomaron al asalto el área de Ochotorena que se vió sometido a un interminable bombardeo.

Sólo los últimos 20 minutos ofrecieron algo de tensión en el juego. El tono vital creció a raiz de un gol anulado a Loren por falta a Ochotorena. Se encresparon los ánimos en las gradas, y creció la tensión en el céáped, hasta el punto de que Michel fue alcanzado por un objeto, con posible lesión de peroné. Se olvidó la galería y se entró materia y aunque el espectáculo fue más agrio, nadie se quejó del cambio. Es la diferencia entre el fútbol afeitado y la pelea verdadera. Y la elección no ofrece dudas.

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