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La renovación política de Francia

Después de 1968, la vida política francesa, en lugar de evolucionar hacia el modelo alemán de gran coalición o al modelo norteamericano de competencia entre dos partidos poco ideológicos e intensamente diversificados, volvió al modelo del Frente Popular del enfrentamiento ideológico y social entre clases y proyectos de sociedad. Valéry Giscard d'Estaing intentó, durante los primeros años de su presidencia, gobernar en el centro, pero no tuvo éxito. Durante los años de primer ministro de Barre (1976-1981), los conflictos sociales se agudizaron y el programa común de la izquierda movilizó esperanza de transformación de la sociedad y de la vida. Los primeros años del Gobierno de Mauroy fueron dominados por un radicalismo político e ideológico muy fuerte, apoyado en un chentelismo político ampliado. Esta orientación política llegó rápidamente a un fracaso total. No solamente Mitterrand, después de largas vacilaciones, tuvo que cambiar de política económica e inaugurar con Fabius un neoliberalismo, sino que la radicalización política e ideológica de militantes y clientes pertenecientes a la clase media del sector público -maestros, trabajadores sociales, funcionarios públicos- se mostró rápidamente desvinculada de las preocupaciones más concretas de la gran mayoría de los asalariados: defensa del empleo, del sueldo, del seguro social. Situación característica de la historia política de Francia. Ya durante la II República, entre 1848 y 1851, la izquierda política, a menudo muy radical, quedó debilitada por su incapacidad de movilizar a los obreros y no fue capaz de resistir a Luis Napoleón Bonaparte. Francia nunca fue socialdemócrata; nunca el partido socialista fue la expresión política de los sindicatos. Intelectuales y funcionarios se radicalizaron contra la Iglesia, la monarquía o el gran capital, pero sin transformar profundamente la vida de trabajo en las empresas y sin demostrar su capacidad de manejar la economía. La derecha, a partir de De Gaulle, fue más pragmática y más independiente en la defensa de grupos sociales específicos. Pero el triunfo de la izquierda socialista en 1981 y el progreso de una extrema derecha nacionalista la empujaron hacia una derecha a lo Thatcher que triunfó con Chirac en 1986, y, a pesar de las vacilaciones de su jefe entre el centro y la derecha, finalmente escogió durante la precedente campaña el enfrentamiento más que la convergencia con la izquierda, no para defender a los empresarios, agricultores y comerciantes, sino más bien para constituir un gran partido republicano de tipo estadounidense. En total, Francia tiene que abandonar su pasión tradicional por la lucha política de clases y reconocer la separación de los problemas políticos y de los sociales. Los problemas propiamente políticos son los de la nación, de la república, de la integración social: cómo combinar la integración del país con la necesidad de transformaciones económicas aceleradas; cómo evitar el aumento de la desigualdad y el rechazo de las minorías, que son amenazas serias para un país que se siente en crisis. Los problemas sociales, al contrario, oponen categorías sociales y programas, y corresponden a debates sobre la distribución interna de la riqueza o del poder. Mientras los problemas sociales parecen hoy agotados porque siguen siendo planteados en términos que corresponden a la primera mitad del siglo, los problemas nacionales se han vuelto predominantes en una situación dominada por factores externos -nuevas tecnologías, nuevos competidores, efectos de las relaciones entre los dos supergrandes- más que por intemos.Este predominio de los problemas de la democracia sobre los conflictos sociales es tan visible que muchos no creen más en la importancia de los últimos y afirman que el único problema importante es el de la oposición entre una política de integración y una política de exclusión. Tendencia que corresponde a la tradición francesa, ya mencionada, de la prioridad otorgada a los problemas políticos por encima de los problemas sociales. Los dirigentes del movimiento estudiantil de 1986 o de las campañas antirracistas intentan obviamente entrar lo antes posible en la gran política para no encerrarse en movimientos limitados y además frágiles.

Si esta tendencia gana, la evolución de los partidos hacia el centro tendrá consecuencias negativas, aumentando la influencia de los grupos de presión más fuertes apoyados en varias categorías de clase media, ocultando la necesidad de un dina mismo mayor de las empresas -que implica tensiones sociales más fuertes- y reforzando la subordinación de los actores sociales frente a los actores políticos.

Pero la evolución en sentido opuesto me parece más probable. La separación de los problemas políticos y de los problemas sociales permitirá la transformación de éstos y la reaparición de las demandas que se expresaron por la primera vez en 1968 y fueron marginadas por el programa común durante los años setenta. El espíritu de Mayo del 68, como las ideas de la segunda izquierda próxima a Michel Rocard y al sindicato CFDT, pueden revivir si aceleran su propia ruptura con el viejo discurso gauchista. Los problemas sociales centrales en nuestro tipo de sociedad están vinculados a la salud y a la medicina, a la educación y a la ciencia, a la información, y no pueden ser más considerados como frentes secundarios de una lucha política.

El programa común y las orientaciones del partido socialista después de 1973 llevaron la política francesa a un callejón sin salida. Los partidos de derecha fueron incapaces de aprovechar esta oportunidad para crear un gran partido conservador a la inglesa. Es François Mitterrand personalmente el que, guiado por un realismo y una inteligencia política excepcionales, alcanzó a transformar no solamente el partido socialista, sino más ampliamente todo el sistema político, de tal manera que es el que hoy tiene la capacidad de realizar lo que pedían los defensores de la segunda izquierda, tan brutalmente eliminados en 1981. Lo importante es que esté abandonada hoy, después de tantos años perdidos, la vieja política ideológica, que había perdido sus raíces sociales desde hace muchos años y representaba un obstáculo grave a la modernización, tanto económica como política, del país. La transformación rápida y profunda de la vida política francesa representa un aspecto fundamental de la renovación de un país que se había convertido paulatinamente en el hombre enfermo de la Europa occidental. ¡Ojalá esta renovación política sea rápidamente seguida por un renacimiento social y cultural!

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