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Berlín, capital cultural de Europa

Hoy sábado, a las 12 del mediodía, en el palacio de Charlottenburg se inaugura, con una alocución del presidente Felipe González, Berlín, ciudad cultural de Europa 1988. Lo fueron ya Florencia y Amsterdam, lo será Madrid, o tal vez Salamanca, en 1992; con el paso del tiempo lo habrán sido innumerables ciudades europeas. Porque hay donde elegir. No existe otro espacio con mayor diversidad cultural, manteniendo una entidad propia tan marcada.Resaltan variedad y unidad de la cultura europea. Por un lado, multitud de focos culturales; por otro, una capital cultural de Europa, no sólo como título otorgado, sino como realidad fehaciente: París en el siglo XVIII, Londres en el XIX, Berlín en los años veinte de nuestro siglo. ¿Despunta acaso el Berlín occidental de nuestros días como el centro cultural de la posmodernidad? Hace tan sólo tres días, el presidente Mario Soares, al firmar en el libro de oro de la ciudad, realzaba a Berlín como "símbolo de la cultura europea y de la libertad". Berlín, cultura europea y libertad, son tres conceptos que aparecen soldados en los discursos oficiales de los ilustres estadistas que nos visitan. ¿Lo están también en la realidad? Libertad y Europa son dos términos que bien pueden unirse sin tener que caer por ello en una retórica huera; pero, ¿cómo se vinculan a Berlín, pretendido ariete de la cultura y de la libertad, de la cultura en libertad?

En vano se buscará un hilo conductor desde el Berlín de Weimar al Berlín malpartido de nuestros días. El Berlín de la posguerra, aunque se asiente sobre el espacio y aproveche la infraestructura de lo que fue el gran Berlín que se legalizó en 1928, muestra caracteres inauditos en relación con lo que fue en su historia: capital de la marca de Brandenburg (1443-1701), capital del reino de Prusia (1701-1871), capital de la Alemania -unida (1871-1945). Por mucho que el berlinés se resista, es preciso tomar buena nota de la ruptura que se produce en 1945. Empeñarse en mantener la continuidad entre el Berlín histórico y el actual es el mejor modo de no comprender nada. El renacimiento cultural de Berlín no tiene que ver con el que experimentó la ciudad en los años veinte.

El Berlín de hoy es una ciudad harto extraña, con rasgos peculiares que en ningún caso pueden valorarse positivamente. Por lo pronto, es una ciudad ocupada, cuya soberanía sigue en manos de las potencias que ganaron la guerra. Consecuencia de las tensiones crecientes entre las potencias ocupantes es la escisión de la ciudad en junio de 1948, dividida entre un Berlín occidental, que reúne los sectores americano, británico y francés, y un Berlín oriental que cubre el soviético. El desarrollo económico, social y político de ambas partes de la ciudad han marchado por caminos muy distintos, aumentando de continuo las diferencias hasta que el 13 de agosto de 1961, fecha clave en la historia berlinesa de la posguerra, la separación se cimenta con la construcción de un muro. Berlín es una ciudad amurallada, pero no como en la Edad Media, para defender a sus habitantes de las agresiones externas, sino a la manera del absolutismo, para impedir que salgan sin autorización de su recinto.

Aislada y sin hinterand, a 200 kilómetros del punto más cercano con el que conectar económicamente, Berlín occidental depende para sobrevivir de la ayuda de la República Federal de Alemania. El 53% del presupuesto de la ciudad lo financia Alemania occidental. La ciudad ocupada, escindida, amurallada, es, ante todo y sobre todo, una ciudad subvencionada. La soberanía la detentan los aliados, los gastos de mantenimiento corren a cargo de un Estado al que formalmente no pertenecen. Berlín es una ciudad subvencionada sin soberanía y, por tanto, teledirigida: el Gobierno de la ciudad, el Senado, no puede tomar ninguna decisión importante sin el consentimiento tácito de los aliados o faltando la financiación de Bonn. El poder político emigró a Bonn, el bancario a Francfort, el empresarial y sindical a Düsseldorf, el comercial a Hamburgo. Berlín es una ciudad sin potentados ni gentes importantes, plagada, eso sí, de solitarios -el 54% de los hogares son unipersonales- en virtud de una peculiar pirámide de población: predominan los jóvenes y los viejos; escasean las personas comprendidas entre los 30 y los 60 años, grupo que integran en buena parte los funcionarios, que superan el 12% de la población total, dedicados a sus tareas con sosiego y parsimonia. Berlín es una ciudad de jubilados, parados, funcionarios, estudiantes, es decir, de gentes que disponen de bastante tiempo libre, supuesto imprescindible para que florezca la cultura.

La vida berlinesa, en lo que tiene de original y culturalmente creadora, viene marcada por dos grupos sociales: las clases medias dependientes, que por algún conducto reciben un sueldo o una subvención del Esta do, lo que les permite vivir a su aire con notoria complacencia, y los grupos marginales, sujetos a la asistencia social, entre los que merecen mención especial aquellos que cultivan formas de existencia alternativas o contra culturales. La particularidad de la contracultura berlinesa, que tiene en Kreuzberg su base y que en este último tiempo ha alcanzado, junto con una aureola internacional, una capacidad de autonomía y de subversión hasta hace poco impensable, es de pender también de las ayudas públicas. La inviabilidad económica de la ciudad ha obligado a, centrar en ella la mayor parte de los servicios culturales. Berlín occidental tiene dos grandes universidades, la Universidad Libre y la Politécnica, que, junto a. otras más pequeñas, la de teología, la musical, la dedicada a las artes plásticas, reúnen a más de 120.000 estudiantes. Aparte de las bibliotecas universitarias, la ciudad cuenta con dos grandes bibliotecas públicas, la Biblioteca Nacional y la Biblioteca Americana, amén de una red de bibliotecas populares distribuidas por todos los barrios y una serie de bibliotecas especializadas, entre las que destaca la mayor biblioteca iberoamericana de Europa. Ofrece también una extensa paleta de museos de todo tipo, algunos como la Pinacoteca de Dahlem, de cali-dad muy respetable. Berlín es un centro de cultura musical de los más importantes del mundo: la ópera, la Orquesta Filarmónica y la Orquesta de Cámara, con sus respectivos auditorios; el conservatorio y la Escuela Superior de Música, que gozan también de merecido prestigio. Tres teatros estatales y otros tantos fuertemente subvencionados mantienen la escena a considerable altura. Si a ello se añade la oferta cultural de Berlín oriental, no hay ciudad en el mundo que admita parangón; es como si se sumaran las medallas olímpicas de la RFA y de la RDA.

Escritores, músicos, artistas plásticos han establecido su residencia en Berlín, en parte porque en esta ciudad se canalizan las ayudas, en parte porque el creador de cultura suele también consumirla y aquí se satisface el apetito más voraz. Berlín es también un centro de investigación científica y tecnológica de considerable importancia; a los institutos universitarios se suman los estatales y los dependientes do organismos autónomos. Berlín es la ciudad de Europa con una mayor tasa de gentes dedicadas a la creación cultural o a la investigación.

El Berlín de la posguerra, en condiciones claramente adversas, ha logrado afianzarse, al dirigir una buena parte de los recursos a la creación científica y cultural. Una doble moraleja se desprende de esta historia: el surgimiento de un foco cultural precisa fuertes aportaciones financieras, pero también de una situación tal en que, por las razones que sea, no se ofrezca mejor inversión que en la ciencia y en la cultura. Las tensiones entre la cultura oficial y las formas alternativas, marginales y contraculturales, que caracterizan a Berlín, resultan a la postre harto fructíferas y enmarcan el margen enorme de libertad que exige la innovación cultural. El generoso apoyo de un Estado económicamente tan pujante como la RFA, por un lado, y la situación de la ciudad, cuña y eslabón entre la Europa occidental y la del Este, por otro, pueden otorgar a Berlín en un futuro no muy lejano la capitalidad cultural de Europa, de una Europa, no lo olvidemos, que se extiende hasta los Urales. Porque sólo si cuajase esa Europa, del Atlántico a los Urales, Berlín encontraría su verdadero papel histórico.

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