Humos
No deja de asombrarme el guirigay causado por las medidas contra el tabaco. Y lo digo desde las más hondas simas de la infamia humeante, como fumadora pertinaz que soy y mientras aspiro con avidez drogota un cigarrillo rubio. Las cosas como son: en este caso estoy de acuerdo con las disposiciones del Gobierno. Que yo sepa, no impiden fumar a nadie, tan sólo dificultan un poco este vicio tontísimo.Llevo años dejándome los alvéolos pulmonares hechos cisco y hace mucho que quiero acabar con el tabaco, esfuerzo baladí que hasta ahora sólo me ha conducido a la derrota. Cuentan las estadísticas que la mayoría de los fumadores desearía dejar de serlo, pero no puede. Repitamos lo obvio: la nicotina es una droga y el fumar es una drogadicción exasperante. Que ha sido inducida y potenciada socialmente. Por eso me niego a dividir el mundo entre buenos ciudadanos que no fuman y malvados viciosos con mechero: simplemente, unos tuvieron la suerte de no engancharse y otros caímos. Y tampoco creo que envenenemos tanto al fumador pasivo, mucho mas fosfatinado por la contaminación reinante que por unas volutas pasajeras. Para mí, las medidas en contra del tabaco no son una ofensiva de los no fumadores, sino una defensa general de la cordura y la coherencia.
Protestan algunos alegando los derechos individuales y el oscuro fulgor de la transgresión a la norma. Y yo no sé qué transgresión encuentran en hacerles el juego a las multinacionales tabaqueras, en forrarles los bolsillos ricamente. Es como el heroinómano adolescente que, al darse un chute, cree estar cumpliendo el rito más extremo de la heroicidad revulsiva y marginal cuando en realidad se está convirtiendo en una pobre y pasiva marioneta de aquellos a quienes cree desafiar. Las multinacionales mienten cual bellacas en sus anuncios al unir cigarrillos y distinción, cigarrillos y vida deportiva. Es una manipulación más, en este caso enorme. Así es que me parece de perlas que se nos dificulte el automatismo compulsivo y que se nos defienda de esos tiburones.
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