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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La seguridad del tren

EL ACCIDENTE ocurrido durante la pasada madrugada en Valladolid -tanto más incomprensible por cuanto se ha producido en la estación de una gran ciudad- y su trágico balance de ocho muertos es un nuevo y lamentable recordatorio del bajo nivel de seguridad de los trenes españoles. Pero tan esencial como acabar con las causas de esta inseguridad es desterrar de una vez por todas de la vida pública española la cínica costumbre de pasar la página como si -nada hubiera ocurrido cada vez que la tragedia golpea en un servicio público. Las víctimas del accidente de Valladolid merecen, cuando menos, la reparación de una investigación a fondo de lo ocurrido, que vaya más allá del trabajador de turno, y se extienda a toda la cadena de responsabilidades que permite que por las vías férreas españolas circule un material envejecido y sin garantías.Cada vez que se produce un accidente de tren -y por desgracia no son infrecuentes- el viejo debate sobre la calidad del servicio ferroviario en España se reabre con los argumentos de siempre, con los mismos datos y las mismas acusaciones. Y es que, por encima o por debajo de los planes de modernización y de la cautivante propaganda, el tiempo apenas se mueve cuando se trata de los ferrocarriles y de los medios de transportes españoles en general, más propios de un país africano en vías de desarrollo que de un Estado que forma parte de la Europa de fin de siglo. No se trata de aprovechar la última tragedia ferroviaria para hacer un balance de los accidentes de tren que año tras año tienen lugar en España. Pero no pueden cerrarse los ojos ante la preocupante cadencia con que se han producido en los últimos años, hasta el punto de que ha habido momentos en que los ecos de uno se borraban con el impacto provocado por el siguiente. Y aunque en 1987 se ha constatado un cierto respiro no puede decirse tampoco que haya sido un año parco en choques y descarrilamientos, con su obligada secuela de víctimas, si se contabilizan juntos los habidos en las líneas de Renfe y en las de los Ferrocarriles de Vía Estrecha (FEVE). El error humano, la impericia, la imprudencia o el mal estado del material y de la infraestructura ferroviaria son las causas más frecuentes que están detrás del fallo que provoca el accidente. El que ha tenido lugar en Valladolid se debe, según la explicación oficial, a un fallo de los frenos del tren que embistió por detrás al que se hallaba parado en la estación. La existencia de otras ocho víctimas mortales exige, sin embargo, explicaciones mucho más detenidas sobre los males profundos de los ferrocarriles españoles y sobre la actuación de sus responsables.

Luchar contra las causas de la inseguridad ferroviaria no es, ciertamente, una tarea fácil, pero ante la estadística surgen razonables dudas sobre si esta cuestión ocupa el lugar que se merece en los planes de saneamiento financiero y de modernización en que Renfe está últimamente embarcada. Disminuir el cuantioso déficit de esta empresa pública, que grava año tras año los bolsillos de los contribuyentes españoles, es un objetivo obligado. Pero mejorar el balance o la cuenta de resultados de un servicio público como es Renfe no tiene en sí mismo valor alguno si ello se produce a costa de la calidad del servicio, de la que la seguridad es con mucho el principal componente. Lo que indigna al contribuyente no es tanto lo mucho que le cuesta Renfe como percibir que este esfuerzo apenas se refleja en la calidad del servicio que se le ofrece.

Tras un período duro de saneamiento, en el que mediante el contrato-programa de 1984 se cerraron casi 1.000 kilómetros de vía y se jubiló a miles de ferroviarios, el coste anual de Renfe para los contribuyentes ha ido reduciéndose paulatinamente hasta situarse en los 190.000 millones de pérdidas habidas en el ejercicio de 1987. Pero no es tan evidente que esta leve mejoría financiera haya tenido su correspondencia en la calidad del servicio. Hasta es posible que haya empeorado a causa del impacto producido por la enorme baja de contratación de material y obra civil habida en estos años. En todo caso, lo que el usuario del tren percibe cuando inicia el camino hasta el estribo del vagón poco tiene que ver con el idílico mensaje "papá, ven en tren" con el que Renfe acaricia desde hace años la vista y los oídos de los españoles. Entre la realidad y el mensaje publicitario existe todavía un buen trecho, dramáticamente cubierto, en parte, de víctimas inocentes.

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