Páginas en blanco
Nadie sabe dónde reposan los cuerpos de Nicolai Bujarin y sus 19 coinculpados del tercer proceso de Moscú de marzo de 1938. También casi todos los parientes de los recién rehabilitados desaparecieron sin dejar rastro en los campos estalinianos. En cambio, las cenizas de Stalin y de su fiscal general, Andrei Vychinski, principal director de todos los procesos de la época, siguen bien visibles en los muros del Kremlin, el panteón soviético. Este contraste basta para explicar que el veredicto del Tribunal Supremo de la URSS, que reconoce la inocencia de Bujarin, reactive el debate sobre el estalinismo con mayor fuerza que lo hizo el informe secreto de Nikita Jruschov en 1956.Mijail Gorbachov, en su discurso del 70º aniversario de la Revolución de Octubre, ha reiterado la tesis de este último: Stalin cometió crímenes imperdonables, pero sus opciones en conjunto, tras la muerte de Lenin, fueron históricamente necesarias para industrializar al país y asegurar la victoria sobre los invasores nazis. Reconociendo, sin embargo, que hay demasiadas páginas en blanco en esta historia, ha creado una comisión especial del partido para examinarlas, y, por otra parte, ha autorizado a la prensa, a la televisión y a los escritores a hablar sobre esto. Nada parecido había pasado en tiempos de Jruschov, que autorizó, es verdad, la primera publicación de testimonios sobre los campos de concentración -como Un día en la vida de Alexis Denissovicht, de Soljenitsyn- pero mantuvo un rígido control de los medios de comunicación, prohibiendo cualquier estudio no conformista de la historia.
Gracias a esta diferencia vemos en estos momentos en la URSS cosas sin precedentes y en ciertos aspectos asombrosas. Todo el mundo sabía, en efecto, que Stalin colmaba de insultos a sus víctimas y falsificaba todo lo que se refería a su pasado. Por esto Trotski fue suprimido de la famosa foto de la primera reunión de Lenin en San Petersburgo. Lo que, en cambio, no se sabía era que el original de estas fotos, lo mismo que las crónicas filmadas y los documentos de la época, habían sido cuidadosamente conservados en los ficheros del partido y en un gigantesco archivo cinematográfico en Krasnogork, cerca de Moscú. Es cierto que el acceso al mismo es restringido, pese a las protestas de los historiadores, pero incluso en estas condiciones ha aparecido, como por arte de magia, una cantidad inesperada de inéditos.
En el plazo de cinco meses los soviéticos han podido, pues, ver en las pantallas de sus televisores a los héroes de su revolución, borrados hasta entonces de sus manuales, los funerales de Lenin con Bujarin en primera fila, llevando el ataúd del difunto jefe. Pudieron leer, simultáneamente, la aplastante acusación, bien detallada, del viejo bolchevique Fedor RaskoInikov, refugiado en Francia desde 1940, sobre la exterminación por Stalin de los cuadros superiores y medios del Ejército Rojo y donde muestra que esta purga superó todo lo que se podía imaginar. Se les ha revelado además el trato feroz que Stalin infringió a aquellos que, salvados por milagro, iban a concebir para el Ejército Rojo los célebres Katiuscha, sus mejores aviones y otras armas sin las que la victoria no hubiera sido posible. Tras este alud de revelaciones cada cual puede preguntarse por qué exactamente fue históricamente necesaria en qué ayudó al país a enfrentarse con la agresión nazi.
Súbitamente, la tesis oficial sobre la personalidad contradictoria de Stalin, que habría aplicado demasiado brutalmente una línea política acertada, no parece ni muy convincente ni seria. A los que se obstinan en afirmar que "no se juzga a los vencedores" o que "no se puede rehacer la historia con condicionales" les replican muchos historiadores que, por el contrario, hay que inclinarse sobre todas las opciones que hubieran podido adoptarse en cada etapa e imaginar el socialismo de la URSS si hubiera evitado la línea que eligió Stalin. Esto sería, dice, el único método válido para sacar las lecciones del pasado y lanzar un puente entre el anteayer y el mañana.
Desde el principio, este nuevo punto de vista ha valorado enormemente la personalidad de Bujarin, en detrimento de la de Trotski, ciertamente jefe de la Revolución de Octubre pero demasiado vinculado a su idea de la revolución mundial para poder construir una teoría del socialismo en un solo país, arraigada sobre todo en un mundo rural ruso.
La cota de Bujarin no cesa, pues, de subir, y ha alcanzado incluso, según un autor en la Litteratournaia Gazeta, la proporción de "una glorificación inmerecida". Según él, no tenía una concepción global del desarrollo de la sociedad soviética". Por una rara casualidad, en el mismo momento, Kommunist, revista teórica del partido, acaba de sacar de los archivos la carta de 1929 de Bujarin a Stalin que muestra claramente que tenía una neta percepción de los peligros que este último hacía correr al país. Explica en ella, en un lenguaje muy adaptado a la actual perestroika, que la línea de Stalin presuponía "la instauración de métodos terroristas en el partido y en el conjunto de la sociedad". Esta profética amonestación ¿no constituye por sí sola "una concepción global"?
Rehabilitado tan sólo en el plan jurídico, Bujarin aguarda igualmente su rehabilitación política, y sus numerosos admiradores piensan que no debe solamente limitarse a la devolución del carné del partido a su viuda. Según ellos, sus alegatos en favor de la prolongación de la Nueva Política Económica (NEP), inaugurada por Lenin "para un largo período", prueban que, en el plano de sus ideas, fuese su más fiel heredero, contrariamente a Stalin, que ha usurpado el poder para romper con el leninismo. El hecho de que Gorbachov vuelva a su vez a los métodos de la NEP -fundados en el mercado y en las actividades individuales y las cooperativas- parece dar consistencia a estas tesis, mientras que otros piensan que este puente con el pasado sería muy artificial y que el partido debe renunciar a definir, cincuenta años después de los sucesos, cuál era la línea acertada en aquel momento. Le corresponde tan sólo desmantelar los vestigios del antiguo sistema terrorista para que cada cual pueda defender sus ideas sobre el camino que hubiera debido seguir y sobre el que queda por hacer. Incluso sería la mejor manera de insuflar vida PCUS y volverse a hacer un cuerpo político capaz de discutir en su seno y con el exterior. Debe sacudir "la inercia social, que, según el académico Igor Kohn, no solamente frena el ritmo de la perestroika, sino que amenaza a su propia esencia".
Pero el ensayo de este académico publicado por el Communist muestra sobre todo que la hipoteca del estalinismo pesa grandemente todavía. Muchos de los que habían aprobado por miedo las acusaciones extravagantes de Stalin contra Trotski, Bujarin y los otros para justificarse a sus propios ojos, las erigieron más tarde en verdades absurdas, inseparables de su condición sobre la "necesidad histórica" de este estalinismo al que habían contribuido de una manera u otra. Los que sufrieron como consecuencia del mismo o que no estaban todavía allí para conocer los dilemas de aquella época se alzan violentamente contra este "fidelismo conservador". He aquí algunas muestras de estas dos actitudes, tomadas al azar en el correo de los lectores de la prensa soviética: "Me avergüenzo de vivir en la calle de Andrei Tjanov, el perseguidor de Anna Akhmatova, de Mikhail Zostchenko", escribe un lector. "Yo", replica otro, quisiera vivir en Stalingrado, en la calle de Andrei Tjanov, y no en el Volgogrado [nombre actual de quella ciudad], en la calle de los Zares, de los imperialistas y de los sionistas".
El escritor Yuri Abenitchenko ha asistido en su ciudad natal al reencuentro de un viejo bolchevique, Akim Gorchkov, víctima de la purga de 1937, con el juez que instruyó su proceso. Éste, como si no hubiera pasado nada, quiso besarlo fraternalmente. "¿Es que tú has olvidado cómo me pegasteis, la paliza que me disteis?", dijo Gorchkov indignado. El otro, muy ofendido, le respondió a gritos: "Akim, tú eres nuestra gloria, pero no has comprendido que no era yo, sino la vida, la que te golpeaba".
Apostar sobre el tiempo y la vida para hacer desaparecer una hipoteca como ésta no es razonable en absoluto, tanto más cuanto que facilita la aparición a la luz del día de las corrientes tradicionalistas conservadoras, que en algunos sectores caen abiertamente en el chovinismo panruso o en el de las repúblicas periféricas. El recurso a la represión contra estos extremistas sería a La vez ineficaz e incompatible con la política de democratización. Para salvar el juego, Gorbachov tendría, lógicamente, que comprometerse aún más en la batalla de la desestalinización, renunciando a la búsqueda de un imposible consenso de progresistas y conservadores, de antiestalinistas convencidos y nostálgicos de Stalin.
Traducción: Javier Mateos.
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