Un proyecto modesto
El nuevo orden económico internacional por el que el Tercer Mundo clamó en la década de los setenta ha demostrado ser una trampa quimérica y engañosa. Entonces, se pregunta el autor, ¿por qué no ser visionarios prácticos y volver a algunos de los modelos ya ensayados y constatados del antiguo orden económico internacional desde que éste se hizo popular a finales de la II Guerra Mundial?
Si la caída de la bolsa del lunes negro del 19 de octubre de 1987 marca un hito en los límites de lo desconocido, dar un osado paso atrás hacia lo ya conocido en el momento preciso podría salvar a muchos de caer en el abismo de una confusión mucho peor.Podemos aplicar a la economía mundial los axiomas positivos y negativos del modelo, siguiendo tres reglas prácticas muy sencillas:
1. Detener las pérdidas, la regla del menor daño, para eliminar los problemas actuales y/o prevenir en el futuro otros peores.
2. Permitir que la suspensión de pagos de los más perjudicados presione a los que se benefician de ellos para (acordar) eliminar el daño y proteger al amenazado. Localmente, presionar o incluso saldar los pagos puede negociarse al estilo americano, con favoritismos y echando mano a fondos públicos, repartiendo más equitativamente la (in)justicia. A nivel internacional, podemos utilizar el instrumento favorito de la política exterior norteamericana.
3. Vincular las órdenes de suspensión de pagos como arma de presión de una cadena o sistema multilateral de alcance mundial para lograr que las reglas 1 y 2 sean operativas y así eliminar el perjucicio y optimizar los beneficios para todos.
Como resultado se obtendría un juego del balance positivo muy amplio, capaz de generar incalculables ganancias. Se podría detener las pérdidas y eliminar-contener los enormes perjuicios económicos, sociales y políticos de los inútiles subsidios agrícolas y de los gastos en armamento, incrementando efectivamente las exportaciones y protegiendo los mercados financieros del Oeste industrializado. La depresión económica, un poco de hambre e inestabilidad política, podrían frenarse en el Tercer Mundo septentrional ramificando la deuda externa. En el Este socialista podrían reducirse las incomodidades surgidas de la necesaria y renovadora perestroika y del glasnost político. Los beneficios directos de la renta serían más que suficientes para financiar un banco mundial de emergencia para compensar (ayudar o financiar) a cualquiera que pueda tener pérdidas transitorias, ya sea a nivel local como sectorial. Todos los gastos administrativos necesarios para poner en marcha este sistema podrían también pagarse a través del mismo fondo y de las instituciones ya existentes, como las Naciones Unidas, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, etcétera, que deberían reconvertirse, ofreciendo sus servicios para algo tan útil como sería poner en práctica esta propuesta de trabajo, dando posibilidades para calcular y negociar los pagos relativos al coste-beneficio y ayuda-financiación. Sin embargo, básicamente, una vez que esté funcionando el propio sistema, se alimentará a sí mismo de forma automática, sólo por su propio (de grupo) interés.
El modelo funciona así. Empecemos con los mayores perjuicios, como son los derivados de la política agrícola de la CE o la deuda exerna del Tercer Mundo y pidamos a los que más padecen a causa de ellos que paguen ayudas para eliminarlos. La política agrícola comunitaria y otros programas de subsidios agrícolas en EE UU y en Japón ocasionan enormes daños a los consumidores occidentales, a los contribuyentes, a los Gobiernos, a la CE (balanceándose al filo de la bancarrota, alejándose de los costes de la política agrícola de la Comunidad) y a los productores agrícolas competidores y sus Gobiernos de Suramérica. Todos han coqueteado y al mismo tiempo hecho chapuzas con la política agrícola de la Comunidad, y como se fracasé en controlarla, quedaron solos para remediar el daño.
Estímulos financieros
¿Qué hacer? Es fácil. Dejar que cualquiera de ellos, pero especialmente los más perjudicados en Argentina o en otros lugares de Suramérica, congele los intereses de las deudas para presionar a los agricultores occidentales (incluidos los japoneses) a que abandonen los precios subsidiarios y que, en cambio acepten gestionar el pago de aquéllos. Incluso algunos agricultores americanos que se han empobrecido en los últimos tiempos, también deberían beneficiarse de esta política en su comercio con europeos y japoneses. Detener el pago de las deudas por parte de los agricultores empobrecidos ayudaría sustancialmente a mejorar su situación, eliminando el perjuicio de una competencia inestable y desigual por parte de los agricultores más ricos y que disponen de muchos subsidios.
¿Qué hacer con los agricultores y sus votos? Es sencillo. Estimular financieramente y por otros medios a los agricultores japoneses y europeos a preservar el entorno y velar por el mantenimiento de zonas verdes para el turismo local de los yuppies urbanos e incrementar la superficie del suelo para viviendas a precios más económicos, especialmente en Japón. Dejar que los agricultores reciban el precio fijado por ellos: para los alemanes con dos Mercedes, se les darán cuatro, y uno por lo menos para aquellos que ni siquiera poseen uno. Para oros, recompensas adecuadas, y para todos, abonos de viaje válidos para varios meses de soleadas vacaciones en Suramérica e incluso a los países de aquí, se les pagaría parte de su comercio exterior. Los partidos de derechas occidentales se verían recompensados por las posibles pérdidas ocasionadas en sus votos del agro o por su gran representatividad rural, mediante un automático 5% y otro incremento equivalente en relación a su electorado efectivo. Los partidos de izquierdas, dependientes del voto obrero, serían recompensados con la reducción de los precios alimentarios, una mayor tasa de empleo y de afiliaciones a los sindicatos en las fábricas de Mercedes y en sus industrias exportadoras.
¿Qué hacer con los pobres campesinos norte y suramericanos que no tienen el dinero para compensar a los agricultores occidentales? Es sencillo. Hay que dejar que los japoneses se lo adelanten de sus excedentes. ¿Por qué querrían hacerlo los japoneses? Porque la industria japonesa depende más que cualquier otra de las exportaciones a Suramérica y a EE UU. Por tanto, se le debería autorizar a los japoneses (y a otros) a pagar para eliminar los perjuicios a sus mercados de exportación, permitiéndole nuevamente al Sur incrementar su propio comercio exterior e importar de Occidente el rendimiento de sus productos agrícolas y otras mercancías, para así detener la deuda del agro y la del Tercer Mundo. Los trueques pueden equilibrar los costes y beneficios de Japón y otros países.
La eliminación de los subsidios agrícolas en Occidente podría hacer desaparecer una gran barrera para la producción, exportaciones y ganancias del Sur, y la eliminación del pago de la deuda del Tercer Mundo (y tal vez la del agro norteamericano) podría hacer desaparecer la otra. Resultaría ruinoso traspasar los, excedentes japoneses al Tercer Mundo, como se ha propuesto a menudo, sólo para permitir a aquéllos hacer frente a su deuda externa. Aplicando nuestra regla multilateral, podemos eliminar completamente el pago de la deuda del Tercer Mundo (en lugar de financiarla diferenciadamente), los perjuicios del programa agrícola comunitario y otros subsidios agrícolas. para aplicarlos, como hemos visto, a otros fines. ¿Quién pagaría entonces los intereses de la deuda del Tercer Mundo (y de la agricultura) a los bancos occidentales? Es muy sencillo: aquellos que tienen el mayor interés en evitar que los bancos se sigan inflando y el temor en cualquier amenaza de una posible inestabilidad financiera mundial. Sus Gobiernos respectivos o bancos emisores quisieran hacerlo, especialmente en EE UU, cuyos bancos son los más expuestos. Por supuesto, los pagos por parte de los gobiernos-bancos emisores utilizarían la magia de las tasas de descuento en los papeles bancarios, que financiarían con parte de sus ahorros presupuestarios al eliminarse los subsidios agrícolas. De ese modo, los gobiernos y los bancos emisores de accidente tendrían ganancias dobles en ambos pagos, por la financiación agrícola y la bancaria.
Nuestro juego del balance positivo podría beneficiar a muchos millones de personas de todo el mundo, eliminando la piedra miliar que constituyen la deuda del Tercer Mundo y los subsidios agrícolas, sus amenazas sobre el sistema financiero mundial, la supervivencia de la CE, y además, la subsistencia de Japón. En realidad, las oportunidades de ganar en este juego podrían ser tan grandes que otros también querrían participar activamente en él. Por ejemplo: la querida señora Thatcher daría cualquier cosa para poder eludir los pagos que su país debe hacer al fondo agrícola comunitario e importar restricciones.
Eliminar lo negativo
Nuestras tres reglas para intensificar lo positivo y eliminar lo negativo pueden aplicarse cada vez más allá, para así extender el juego del balance positivo. Habiendo en Occidente montañas de leche en polvo y de mantequilla, es posible enviar granos y otros productos agrícolas sin perjuicio para el mercado, con el fin de detener inmediatamente el hambre en Asia y África y mejorar las dietas en Europa del Este y la URSS. Los actuales beneficiarios del almacenamiento, preparación, transporte y otros gastos de los excedentes agrícolas pueden ser recompensados, en cambio, con los gastos de envío de estos productos al Este y al Sur. Deberían acordarse otros pagos multilaterales para permitir a los perjudicados, reales o potenciales i pagar a los beneficiarios, con el fin de eliminar daños o peligros.
El mismo principio puede hacerse extensivo a la política internacional para eliminar otros perjuicios y temores, racionales o irracionales. La Unión Soviética está preocupada por la guerra de las galaxias; entonces, que pague para que sea neutralizada. Occidente está preocupado por el poderío nuclear y de armas convencionales de la URSS; entonces, que pague a la Unión Soviética para que los reduzca. EE UU puede compartir sus investigaciones, e incluso el despliegue de la guerra de las galaxias con sus aliados, y éstos, con la URSS. Europa Occidental puede exportar capital y tecnología a Europa del Este para ser utilizada en la producción de mercancías baratas para la Unión Soviética, la que puede pagar por todo el lote con una mayor energía térmica y un menor potencial militar. Los franceses (y otros), ¿están aterrorizados ante la posibilidad de una reunificación de Alemania o ante un nuevo acuerdo de Rapallo germano-soviético? Entonces, dejemos que los franceses paguen para restablecer sus buenas relaciones con Alemania existentes antes de la Segunda Guerra Mundial, y aquéllos, con Polonia durante la guerra. Los balcánicos, ¿temen a los rusos y a la balcanización de cada uno? Entonces, dejémosles que figuradamente resuciten al pobre archiduque Fernando y reconstruyan funcionalmente el antiguo orden del imperio austro-húngaro.
Cuanto mayor sea el número de los grupos de presión que entren en este juego multinateral del pago trueques-extorsiones, mejor podrán controlarse los posibles daños, porque hay más intereses en juego que están interrelacionados para detener las pérdidas y eliminar lo negativo. El nuevo orden económico internacional resultaría algo más ilusorio que nunca. Sin embargo, habríamos dado algunos pasos hacia un antiguo orden económico (¿y político?) que sabemos, por experiencia, que funciona. Habremos realizado un gran incremento de la renta mundial real (por medio del descenso de costes agrícolas, afimentarios, de defensa, etcétera, y el incremento de la producción industrial y agrícola, del empleo, de los ingresos y de las exportaciones). Podríamos aumentar la seguridad económica y política para enfrentar las amenazas de una crisis económica, especialmente desde la caída de las bolsas del lunes negro. Por tanto, eliminando estos nuevos elementos negativos, estaríamos intensificando los antiguos (relativos) elementos positivos sin una Pax Americana. Ni siquiera esta propuesta sin pretensiones puede ofrecer el cielo en la Tierra, ni la salvación para sus habitantes más pobres. Más aún, para llevarla a cabo, no debemos crear confusión como hasta ahora, dejando las cosas a medio hacer, al igual que el señor del medio.
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