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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La artificial naturalidad electrónica

Combatir la tradicional e inherente frialdad de la televisión ha sido un objetivo buscado incesantemente por multitud de creadores y presentadores a lo largo de la corta historia del medio. Una de las primeras y más evidentes conclusiones a las que llega cualquier profesional tras intentarlo es siempre la misma: no hay sinceridad más limpia que la mentira más perfeccionada. Este juicio, discutible, por suerte, en otras facetas de la vida, resulta irrebatible en el caso de la televisión.Hay que partir de la base de la imposibilidad de mantener una relación natural entre dos personas -una que habla y no escucha y otra que no puede hablar y a veces ni siquiera escucha- a través de la visión que aporta un tubo de rayos catódicos. El único vínculo real es el de la posible utilidad que pueda tener para el espectador lo que la pantalla le aporte.

El nuevo formato de 48 horas, con Andrés Aberasturi como principal centro de atención, supone un intento más de ofrecer una comunicación natural frente a la fría convención establecida. La encomiable intención choca, por lo menos en sus primeros ensayos, con la tozudez de la inmutable tecnología electrónica y quizá con la posible falta de imagen televisiva del presentador.

Aberasturi habla en voz baja, de forma natural, pero a veces no se le oye. Se sienta en la silla recostado en el respaldo, de forma natural, pero el limitado encuadre que ofrece el formato televisivo lleva a dudar entre el peligro a que de un momento a otro caiga hacia atrás o complete su inicia da posición yacente. Sin duda, su acentuado espíritu crítico -extraña virtud poco desarrollada en otros profesionales del medio- le ha hecho intentar modificar algunos de estos defectos en su segunda comparecencia ante la pantalla.

El actual 48 horas resulta en apariencia más coherente. Da una mayor sensación de conjunto que el anterior. Seguramente porque el trabajo más duro, el inicial de acostumbrar al espectador a un formato diferente al tradicional telediario, ya lo realizó Pedro Erquicia antes de que fuera cesado. Otra cuestión distinta sería determinar si ese conjunto que se oferta tiene valor significativo por sí mismo y si lo que se ha producido es una consolidación del formato o un simple asentamiento derivado de la costumbre.

A cambio, la apuesta informativa aparece más desdibujada, más reblandecida. La política y las cuestiones más conflictivas de la actualidad nacional parecen haber quedado reducidas a la rutinaria crónica del telediario. Por contra, la información internacional, la cultura y la anécdota intrascendente han ganado terreno. Esta reciente tendencia parece ser común a otros programas de TVE, y plantea una inquietante sospecha con vistas al futuro inmediato por lo que supone de reminiscencia de épocas anteriores.

Mayor crudeza

Andrés Aberasturi ha demostrado en su carrera ser un magnífico profesional de la comunicación radiofónica, donde el recurso al lenguaje de lo cotidiano es perfectamente trasladable a la audiencia. La magia del medio ayuda una barbaridad. La televisión impone, por contra, una mayor crudeza. Los forzados diálogos que Aberasturi mantiene con María Escario -dos personalidades demasiado diferentes- pierden parte de su posible encanto por la inexistencia de preparación de los textos y por una falta de coordinación, provocada sin duda por el poco tiempo transcurrido desde el inicio de su matrimonio televisivo y por las inadecuadas realización y escenografía, encorsetadas en el esquema tradicional de los informativos.La mayor parte de los espectadores hemos asumido nuestro papel frente al televisor como un hecho cotidiano, casi rutinario. La elaboración de los programas no debiera plantearse de la misma manera. La producción de un programa que pretende ofrecer una imagen de naturalidad es seguramente el género que necesita una mayor preparación y artificiosidad, aunque pueda parecer un contrasentido. La comunicación electrónica es así. Desestimarlo conduce directamente a la electrocución (también irreal, por supuesto).

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