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El precio de la sangre

Fernando Savater

El pacto contra la violencia de los partidos vascos y el reciente comunicado de ETA han creado en muchas personas de bien una sensación de optimismo que es grato compartir y oportuno matizar. Ciertamente, ya se vislumbra el fin del conflicto armado, -aunque el tramo que queda por recorrer no es tan corto corto creen algunos ni estará probablemente exento de trágicos sobresaltos. Es cosa muy ¿le celebrar, pero aunque el terrorismo acabase mañana las secuelas miserables de su reinado le sobrevivirán largo tiempo. No hablo ya de lo más importante, las pérdidas humanas y los lisiados físicos y morales que deja atrás la estéril barbarie me refiero al hábito de violencia y de complicidad selectiva con ella adquirido por la sociedad vasca; al envilecimiento de los funcionarios policiales mezclados en la tortura y el GAL (o su encubrimiento); a la semivolatilización de la izquierda no siniestra; al enfrentamiento civil de una comunidad sometida a la presión militar, etcétera. Acabada la guerra, el desfile: rencoroso de muñones y ex combatientes no facilitará sin duda la necesaria concordia. Pero hay que pasar por ello y por ello pasaremos: cuanto antes, mejor.Sin embargo, hay razones menos remotas en el futuro para barnizar de oscuro el optimismo: no estamos para quitarnos del todo el luto, sino para aliviarnos tan sólo un poco de él. Que ETA está descabalada y maltrecha es cosa clara, pero hay que preguntarse qué la ha puesto en tal condición. No ha sido precisamente el pacto contra la violencia de los partidos lo que ha debilitado a ETA, como parece haber entendido Gerardo Iglesias. A los que siempre quisimos que fuese una reacción civil y política la que se impusiera al militarismo nos hubiera gustado mucho tal cosa, pero la realidad es más cruel. No hay debilidad de ETA porque se haya firmado el pacto, sino) que hubo pacto porque a ETA se la vio debilitada. Han sido Barrionuevo y el Gobierno francés los que han dejado medio groggy a la organización terrorista, no los representantes electos de la mayoría de los vascos. Cuando ETA estaba en todo su esplendor, los partidos nacionalistas no hacían pactos de Estado contra ella, qué va. Primero, porque no se atrevían; segundo, porque ETA tenía mucho de aprovechable incluso para quienes más distantes parecían de sus métodos y planteamientos.

La verdad es que con ETA se habrá negociado a lo largo de estos años más o menos, pero es indudable que ETA ha sido utilizada como moneda de cambio en todas las negociaciones sobre Euskadi. Ha servido de coartada a unos y a otros: borregos astutos descubrieron hace tiempo que también el lobo feroz puede servir para guardar el rebaño... Mientras ETA ha podido ser utilizado como amenaza implícita de los aparentemente mansos, de excusa para leyes anticonstitucionales que permitieran la arbitrariedad autoritaria, incluso como emblema de negro orgullo para quienes no son capaces de merecer otro (¡siempre estamos en primera página, se habla de nosotros, no hay quien pueda con los chicos de esta tierra!), ni se pactó contra ella ni siquiera se pensé seriamente en prescindir de sus servicios. Ahora que su prestigio criminal palidece y ya no compensa con hazañas bélicas los quebraderos de cabeza que da, se atreven por fin sus antiguos parásitos a enseñarle los dientes. A los bravucones guerreros populares les espera a la larga un reciclaje humillante: a los héroes que no mueren a tiempo la vida no les resulta fácil. ¡Pobres diablos! Aún les queda por experimentar en carne propia lo que el antropólogo Pierre Clastres llamaba le malheur du guerrier sauvage...

Pero en fin, reservemos la compasión para los auténticos merecedores de ella, los inocentes. Durante mucho tiempo hemos vivido en Euskal Herria haciendo bueno el tremendo aforismo de Canetti: "Ninguna masacre protege de la próxima". Y habría que añadir que la última siempre hace olvidar las anteriores. Los muertos no entierran a los muertos, sino que se superponen sobre ellos y los tapan. Lo más probable es que aún nos quede por delante más espanto y brutalidad de lo que quisiéramos ad1nútir. Entre tanto, afrontamos la así Ramada negociación. ¿Qué es lo que ha de ser negociado? Que el pueblo vasco padece especial opresión y tiene sus mínimos derechos pisoteados es algo que a estas alturas del curso ya sólo se cree Christianne Fando; si alguna independencia le urge es independizarse de ETA, lo cual, por cierto, no parece fácil Los objetivos políticos previsibles, cumplimiento y aún profundización del Estatuto, relaciones con Navarra o con quien sea, etcétera, son cuestiones a debatir entre quienes están elegidos para ello y no con arrogantes iluminados que chantajean con el crimen a quienes no les obedecen por las buenas. ¿Que todavía hay mucha gente que sale a la calle para apoyarles? Es cosa que puede ser deplorada pero tampoco ha de impresionar demasiado: Pinochet logra, una semana sí y otra no, movilizaciones de apoyo más numerosas que las de las gestoras pro aministía y eso no le hace más legítimo a los ojos de nadie decente. Lo único que puede y debe ser negociado es, sencillamente, el precio de la sangre.

Se trata de un regateo lúgubre, en parte repugnante. ETA quiere hacer valer la sangre que ha vertido, ajena y propia: supone que su causa se ha ido haciendo respetable a fuerza de embadurnarla con sangre, en lugar de darse cuenta de que es eso y sólo eso lo que la hace indigna. El Gobierno se encuentra en la desairada posición que bien conocen algunas democracias latinoamericanas, obligadas a condonar en parte las atrocidades llevadas a cabo por gorilas militares para evitar la repetición de las mismas. Esta concesión ofende lógicamente a las víctimas y quizá envalentone a los poco arrepentidos verdugos, siempre dispuestos a confundir la generosidad con la debilidad..., sobre todo porque en política, ay, suelen darse unidas. La advertencia tremendista de Pérez Esquivel no puede ser echada del todo en saco roto: "Quien negocia con asesinos, acaba asesinado". Pero, en el caso que nos ocupa, esa vía tiene que ser intentada. Y por mucho que duela, a más corto o más largo plazo, la oferta de reinserción tendrá que hacerse general. Si de delitos de sangre se trata, cuantos han estado o están en ETA pueden ser acusados de ellos. ETA no es una organización con fines recreativos y no parece posible pertenecer a ella por razones pacíficas. Exculpar a quien dirige o ayuda al que aprieta el gatillo y condenar a éste no es demasiado lógico. Si se hace la oferta de amnistía, los motivos serán de prudencia política, no de justicia; y para que esa prudencia sea eficaz, la oferta habrá de ser definitivamente amplia. Es un tema vidrioso y triste, como casi todo en el laberinto político de Euskadi. Más adelante habrá ocasión de tratarlo más de cerca.

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