La angustia de ser portador
Las personas contagiadas por el virus del SIDA no reciben la ayuda psicológica que precisan
Positivo. A partir de esa palabra comienza el calvario. Positivo en la prueba que descubre anticuerpos del SIDA en la sangre o, lo que es lo mismo, la certeza de que el virus ha penetrado en el organismo. Cuando el médico le comunica que ha sido contagiado, el afectado, portador en jerga sanitaria, se precipita por una pendiente asfaltada de angustia y sufrimiento. Sólo un eficaz apoyo psicológico puede ayudarle a superar la depresión. Pero esa ayuda psicológica o es insuficiente o no existe, según los profesionales relacionados con la lucha contra el SIDA.
Tanto la opinión pública como la autoridad sanitaria han centrado su atención hasta ahora en los enfermos del SIDA. Pero, a medida que la enfermedad se ha ido expandiendo, ha emergido un nuevo problema, extenso y soterrado: la de las personas que han sido contagiadas por el virus y viven bajo la espada de Damocles de padecer en cualquier momento la enfermedad. No la padecen, pero pueden contagiarla. El drama de estas personas ha salido a la luz por el testimonio de Amalia Pasamonte, un ama de casa de Barcelona que recibió el virus del SIDA en una transfusión sanguínea. Amalia Pasamonte no sólo ha criticado la falta de ayuda psicológica, sino que ha puesto el caso en manos de la Fiscalía de la Audiencia de Barcelona.Ésta es, sin embargo, una actitud nada habitual. Decenas de miles de personas -más de 150.000, según los comités de lucha contra el SIDA- se encuentran en España en la misma situación y, sin embargo, muy pocos se han atrevido a dar la cara para criticar las carencias sanitarias. El horror al estigma del SIDA es casi tan fuerte como el horror al SIDA mismo; por eso, casi todos los portadores callan, se esconden y esperan agazapados el indulto o el zarpazo del destino.
"La primera reacción de la persona portadora del virus es de angustia y ansiedad", explica Antoni Mirabet, doctor en Psicología, a quien la Generalitat ha en cargado un estudio sobre los problemas psicosociales del SIDA.
El informe no ha sido terminado todavía, pero los 120 profesionales de 53 centros sanitarios e instituciones consultados por Antoni Mirabet coinciden en que estas personas requieren una ayuda psicológica específica. No obstante, en estos momentos, en el mejor de los casos, son remitidos al departamento de psiaquiatría de cada hospital, sin que exista un equipo ni un programa para abordar el problema.
"Muchos médicos no saben cómo han de decirle a una persona que tiene el virus del SIDA La reacción es imprevisible. Conozco a un muchacho que se desmayó al saberlo", explica Mirabet.
Miedo al rechazo
"En muchos casos, la primera reacción es de rechazo. La prueba es que una gran cantidad de gente va a hacerse el análisis de anticuerpos y luego no va a recoger los resultados", añade Antoni Mirabet. Esa conducta revela una tortura psicológica terrible y un problema social grave, por que, salvo hipocondríacos, si alguien sospecha que puede estar contagiado es porque tiene algún riesgo y, si no es capaz de afrontar la realidad, menos aún modificará su conducta, con lo que puede contagiar a los demás si está infectado."Tras el choque inicial, la mayoría de los portadores cae en la hipocondría. Comienzan una fase de autoobservación exagera da y el más mínimo síntoma es considerado como una manifestación de la fatalidad", explica Raúl Atzarini, psicólogo y representante de la Asociación Ciudadana Anti-SIDA de Cataluña. "El 50% de los portadores que acuden a las consultas externas de los hospitales no presenta un cuadro que requiera atención médica", añade Antoni Mirabet.
En esta fase, la mayoría de portadores tiene un ansia desmesurada de información. Devoran todo lo publicado sobre el SIDA y muestran interés patológico, obsesivo. A la primera reacción de rechazo suele suceder otra de aislamiento. Los drogadictos y homosexuales saben que pueden ser objeto de un doble rechazo por ser portadores del SIDA y por ser asociados a una conducta considerada por muchos repudiable.
En este caso, no sólo tienen problemas para aceptar su nueva situación, sino que, a veces, ni siquiera se atreven a confesarlo a los más íntimos. El temor no es del todo infundado. Raúl Atzarini recuerda el caso de un joven homosexual que fue plantado por su compañero en el mismo momento en que le dijo que acababa de hacerse la prueba de anticuerpos del SIDA y que había resultado positiva. Huyó por temor al contagio sin pararse a considerar siquiera que quizá había sido él quien había transmitido el virus a su amante.
Algunos sufren después una fase agresiva, mientras otros se culpabilizan y somatizan su angustia, por ejemplo, con insomnio o problemas respiratorios. Finalmente, la mayoría cae en una profunda depresión. "En estos casos, hay que ayudarles a remontarla, y una forma de conseguirlo es que se comuniquen con personas que se encuentran en la misma situación", explica Raúl Atzarini. El objetivo es que asuman la realidad y sean capaces de reconstruir su capacidad de vivir la vida, sabiendo que nunca será como antes, pero que, a pesar de la espada de Damocles, hay que intentar vivir lo más normalmente posible.
En el caso de los portadores drogadictos, es mucho más dificil que remonten la situación. Según Núria Centelles, del grupo de trabajo sobre el SIDA del Colegio de Psicólogos de Barcelona, el problema estriba en que no tienen motivaciones para vivir: "Una persona que se arriesga a morir por una dosis adulterada cada vez que se clava la aguja, es muy difícil que sea sensible al peligro de contraer el SIDA. La mayoría no adopta medidas de prevención y ni siquiera acude a los controles médicos periódicos".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.