El encanto de lo exótico
Sigue Marlon Brando, una se mana después, en Japón, como en La casa de té de la luna de agosto, emitida dentro del ciclo que Televisión Española viene dedicando al actor de El último tango en París. Pero esta vez, el intérprete aparece sin exhibir su vis cómica encarnando a un nativo, sino dando cuerda a un suntuoso melodrama, puro romanticismo hollywoodiense colorista y arrollador, ese que potencia los encantos exóticos de Oriente.En Sayonara, en efecto Brando es un héroe norteamericano de la aviación, ahora reposando, en el albor de los cincuenta, sus calientes hazañas durante la guerra de Corea. Tiene novia, hija de un militar de muchas estrellas, pero, ay, le envían a Japón, donde pronto descubrirá placeres erógenos y perdidamente se enamorará de una famosa y muy bella japonesa, estrella de ópera y de las variedades.A su alrededor, una bien dotada fauna humana, de todos los colores, trenzará los elementos dramáticos necesarios para encender pasiones y completar el cuadro exigido, superficial pero hermoso, sublime en su acumulación de tópicos.
Sayonara se emite a las 22
25 por TVE-1.
Dos 'oscars'
La película fue muy bien recibida por el público de su momento. Obtuvo muchas candidaturas en la edición correspondiente, la de 1958, a los oscar de la Academia de Hollywood, y recibió dos estatuíllas en el apartado de los mejores secundarios, estratégicamente repartidos por razas: al actor norteamericano Red Buttons -siempre apayasado- y al japonés Miyoshi Umeki. También intervienen Ricardo Montalbán y Patricia Owen.El valor real de la obra, desprendida ya de su marco temporal, obedece a la mayor o menor capacidad de seducción que sienta el espectador por los pasteles exóticos propios de la cocina de Hollywood.
Su director, Joshua Logan, que también lo es, entre otras, de Bus stop, Pic-nic, Tall Story, Camelot, Fanny, y La leyenda de la ciudad sin nombre, supo insuflarle un acabado macizo al producto, ese toque necesario de delirio que hombres como él, o como Jacques Demy, saben darle a los romances exaltados para trascender su posible cursilería, además de dotarlo de una corriente interna por donde corre, sin estridencias, un saludable humor y hasta una refinada reflexión sobre las culturas opuestas.
Ni que decir tiene que Brando consiguió, como de costumbre, una intachable interpretación, comiéndose, pese a sus oscareados colegas, al resto del reparto. El tema musical de los créditos corresponde a Irving Berfin.
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