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1988

El columnista les desea un próspero año nuevo, entendiendo por prosperidad algo estrictamente macroeconómico, no microeconómico. No se puede tener todo, y hay que asumir lo bien que estamos macroeconómica, macropolítica y macroculturalmente hablando. Si en plan micro no se puede decir lo mismo, hay que tener paciencia y humildad histórica y a esperar mejores tiempos para lo enano y lo miniatura.Piensen ustedes que caminamos a pasos de macroandadura hacia ese año clave en nuestra historia: 1992. De una tacada se van a hacer infinitas carambolas. Quinto centenario del descubrimiento de América, de la expulsión de los judíos, de la conquista de Granada y de aquella gran aportación a la sanidad pública que fue la venturosa decisión de Isabel la Católica de cambiarse la camisa que había llevado durante todas sus legislaturas como reina. Centenario, pues, religioso, nacional y ecológico, al que en esta ocasión se suma el riguroso estreno de la primera Olimpiada española y el final del proteccionismo bancario. También en 1992 se conmemorará el 75º aniversario de la Revolución soviética, es decir, del peligro soviético, tan repetida y sabiamente enunciado por nuestro jefe de Gobierno, que sigue prefiriendo morir apuñalado en un metro de Nueva York que de asco en un frenopático o en una cola de Moscú.

De momento, 1988 llega sin otro mérito que ser el cuarto aniversario de 1984 y sin otra expectativa que las elecciones autonómicas de Cataluña y el posible despertar amatorio de Isabel Pantoja, sumida en un sueño todavía profundo como consecuencia del beso de un torero muerto. Sólo el beso de un torero vivo podrá desencantar a nuestra viuda nacional, y hay signos en los cielos astrológicos de que ese despertar está próximo, para el bien de la canción folclórica, una de las pocas patentes nacionales que nos quedan. También tendrá interés el congreso del PSOE, sobre todo como ejemplo de cómo se afeita un congreso que empezó embistiendo con malos modos.

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