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Balada de Portugal

Julio Llamazares

Lo leí hace tiempo en alguna parte y, por si no fuera cierto, nunca he ido a comprobarlo. En los archivos del monasterio del Bon Jesús do Monte, cerca de Braga, en Portugal, se conserva, según dicen, un curioso documento que a mí, personalmente, me parece -y no dudo de que a cualquier persona con dos dedos de frente- no sólo un modélico ejemplo de profesionalidad artística y contable, sino también una de las mejores páginas de la literatura portuguesa do, todos los tiempos. Se trata el documento en cuestión de una factura fechada en 1853 y suscrita por algún artista anónimo en la que se detallan los trabajos de restauración de un retablo de la iglesia del convento, a3í como las cantidades que por ello se reclaman a los frailes: "Por corregir los Diez Mandamientos y embellecer al Sumo Sacerdote, 170 reis [antecedente monetario del escudo]. Un gallo nuevo para San Pedro y pintarle la cresta, 80. Dorar y poner plumas nuevas al ala izquierda del Ángel de la Guarda, 120. Un par de pendientes nuevas para la hija de Abraham, 245. Por quitarle las manchas de la túnica al hijo de Tobías, 120. Avivar las llamas del infierno, ponerle rabo al diablo y reanimar a algunos condenados, 195. Reparar el cielo viejo, arreglar las estrellas y abrillantar la luna, 130. Retocar el Purgatorio y añadirle algunas almas nuevas, 355. Poner una piedra en la honda de David y agrandar la cabeza de Tobías, 93. Componer la burra del hijo pródigo y limpiar la oreja izquierda de San Tinoco, 153. Unas botas nuevas para San Miguel y limpiarle la espada, 255. Afilarle los cuernos y limpiarle las uñas al diablo, 190". Y así sucesivamente.Ignoro si el contrato de los frailes exigía del artista tan piadosa y detallada precisión. Desconozco igualmente si el resultado del trabajo fue, al final, tan concienzudo y tan artístico, y el pago tan religioso, como de la relación de la factura cabría en un principio deducir. Pero de lo que no me cabe duda alguna es de que el citado documento, además de un modelo de precisión contable, es también un ejemplo, tal vez inigualable, del espíritu artístico, religioso y político que dio origen en su día a las viejas teorías iberistas que ahora, nuevamente, al cabo de los años, parecen querer volver a resurgir. Reléanlo, si no. Ahí están, indisolublemente unidos y revueltos, todos los ingredientes de una posible síntesis antropológica peninsular: la irreverente y melancólica retranca portuguesa, el esperpento gallego, la vieja picaresca castellana, el descreimiento levantino, la sorna aragonesa, el presuperrealismo andaluz y, si me apuran mucho, hasta algún lejano atisbo de la arrogante e irónica elegancia del seny catalán.

El iberismo parece, en estos tiempos, resurgir de sus cenizas. Las viejas teorías del padre Antonio Vieira vuelven a tomar cuerpo, al cabo de los siglos, de la mano de algunos escritores y filósofos -portugueses, sobre todo- añorantes de un pasado mitológico y de un futuro fraterno y peninsular, y en las carteras de trabajo de unos políticos normalmente pedestres que se han visto obligados a encontrarse, sin embargo, no por reconocimiento mutuo, sino por el efecto de la fuerza centrífuga que en sus respectivos países ha causado la entrada en una órbita supranacional. Vieira, aquel milenarista y estrambótico jesuita lisboeta, defensor de los indios brasileños, polemista incansable y exaltado orador, que acabó, como era más que previsible, con sus iluminados huesos en una cárcel de la Inquisición, ya había profetizado en el siglo XVII el advenimiento de un rey luso, san Joáo, que, asentado firmemente sobre la nación ibérica, extendería su imperio -el Quinto Imperio- a toda la humanidad. Vieira sustentaba sus profecías en viejas y latentes tradiciones que, como el sebastianismo, hundían sus raíces en el subconsciente más profundo del pueblo portugués. En 1578, en la batalla de Alcazalquivir, el rey don Sebastiáo había perdido la vida y el trono de Portugal en beneficio del rey español Felipe II y, a partir de esa fecha, I de Portugal. Pero nadie llegó a ver el cadáver de don Sebastiao. Y así, poco a' poco, fue surgiendo la creencia popularizada más tarde por un tal Gongalo Eanes, apodado Bandarra, zapatero de Trancoso y autor de unas Trovas que en seguida serían prohibidas por la Inquisición, de que un día don Sebastiao volvería para redimir a los portugueses, a los pueblos ibéricos y a toda la humanidad. Vieira, por su parte, fue más lejos. Recogió, aquellas trovas y otras muchas creencias que entonces circulaban por todo Portugal y escribió una Historia del futuro que, además de predecir el Quinto Imperio de la mano de un surgente rey portugués, serviría de base a todo el entramado de teorías iberistas que llegan hasta hoy.

Milenarismos aparte, lo cierto es que Pessoa conoció y adoptó para sí muchas de aquellas viejas teorías iberistas. Y, a través de Pessoa, Saramago, Namora, Cardoso Pires, Miguel Torga y muchos otros de los grandes nombres de la literatura portuguesa actual. Torga escribe, por ejemplo, en La creación del mundo: "Hay en mi pecho angustias que necesitan de la aridez de Castilla, de la tenacidad de los vascos, de los perfumes de Levante y de la luna de Andalucía. Soy, por la gracia de la vida, peninsular". Y Saramago, por su parte, acaba de escribir, en La balsa de piedra, la fábula fantástica de la península escindida que se echa a navegar por el Atlántico. No sólo portugueses y españoles compartimos una misma cultura ibérica -viene a ser, en síntesis, su tesis-, sino que esa cultura nada tiene que ver con la europea, una cultura que no es más que el resultado, de las de los tres países dominantes -Francia, Alemania y Gran Bretaña- y de la que portugueses y españoles debemos, defendemos uniéndonos para reafirmar la nuestra.

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Del lado español, el iberismo ha tenido siempre menor predicamento. Fuera de Unamuno -gran teórico del iberismo y figura quizá más conocida y apreciada al otro lado de la raya portuguesa que en España- y de sus coetáneos de la Generación del 98, las teorías iberistas se disuelven prácticamente entre nosotros; con la desaparición de Castelao y del grupo gallego Nós. Desde entonces a hoy, lustros de olvido y de marginación. De volvernos la espalda. De volcar en el otro -el vecino más débil- el propio complejo de inferioridad. Sabido es que nadie puede llegar a mostrarse tan racista como un negro norteamericano respecto de sus hermanos africanos de color, y, por ello,, nada quizá tan detestable como el trato que reciben algunos portugueses en las minas españolas o como la actitud grotescamente colonial de muchos de los turistas españoles que, en vacaciones y en fines de semana, han comenzado a invadir, de un tiempo a esta parte, las carreteras portuguesas dispuestos a acabar con sus reservas de vinho verde y de bacalhao.

Estos días ha venido a Madrid a estrechar lazos, que se dice, el presidente de la República de Portugal. Pese a la ya docena larga de años transcurridos desde la normalización política de ambas naciones, era la primera visita oficial que hacía a España el primer manda1 ario de un país cuya capital está más cerca de Madrid que muchas de las provincias españolas. Por su parte, que yo sepa, nuestro jefe de Estado todavía no ha hecho lo propio con Portugal. Debe de ser el destino de dos pueblos que, por siameses, nunca han podido verse la cara. Pero, ahora que la presión centrífuga, de Europa nos obliga ya a mirarnos, ahora que las fronteras -no sólo la portuguesa- empiezan poco a poco a desvanecerse, sin duda es un buen momento para, como nuestros vecinos los portugueses, volver a repensar las viejas teorías iberistas que un día defendieron hombres como Unamuno, Pessoa o Castelao y que incluso cristalizaron, siquiera temporalmente, en organizaciones como la FAL De momento, en estos días en los que tanto se está hablando de federalismo en España, y mientras resucita y no el rey don Sebastiao en Portugal, nada costaría, por ejemplo, imaginar una. federación ibérica en la que, junto a Cataluña, Galicia o el País Vasco, estuviese Portugal. Aunque eso, como las profecías del padre Antonio Vieira o la estrambática factura del anónimo restaurador, sea sólo por el momento, y a corto y medio plazo, milenarismo heroico y ficción científica.

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