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Los últimos meses de Reagan

Ver morir a un presidente. Ésa es la asunción primera de la biografia, asombrosa para los demás y deslumbrante para él mismo, de Ronald R. Reagan, presidente de Estados Unidos. "Estupefaciente vitalidad", me decía un día, certero, Mario Soares, entonces jefe del Gobierno portugués, al contarme las impresiones de Mitterrand (su correligionario tranquilo en la Internacional Socialista) después de haberse reunido, el último, con el norteamericano en uno de los encuentros de los siete.Asombrosa vitalidad y asombrosa anacronía. Aunque parezca mentira, esa debilidad básica es su fuerza. Su retraso ideológico, semejante y no muy distinto al de muchos de sus adversarios, es lo que ha integrado a Reagan en una corriente amplia, popular y de indudable y múltiple consenso inicial.

Su visión del mundo, simplista ("No veo por qué se me reprocha mi amor al mundo de los vaqueros"), maniquea, tendrá siempre adeptos. Todas las herejías dualistas, fundadas en el bien y el mal, han contado con guerreros atroces, con bárbaros seguros de sí que no han dudado en llevar a sus enemigos a la guillotina, a los campos de concentración del genocidio, a los 'gulágs' de la purificación ideológica.

Ronald Reagan asume, pues, la herejía dualista y se comporta como un cátaro -del griego khataros, puro- sin percibir el cambio de la historia, la necesidad del entendimiento. Los puros han actuado siempre sobre territorio enemigo, sobre territorio apache, y a la sombra de una sola idea: el mejor indio, y todos somos indios en algún momento de nuestra vida, es el indio muerto.

Cuestión básica en estos momentos. La mayoría de la población estadounidense, y así lo revelan las últimas encuestas, cree que su presidente miente.

¿Qué efectos tiene, sobre un líder y una sociedad, una experiencia así? ¿Puede gobernarse?

En principio, sí. La causa es simple. La sociedad civil, paralizando su propio ascenso hacia la madurez, ha preferido denigrar al político en vez de exigirle la veracidad porque ello suponía exigirse algo idéntico a sí misma. Convirtiendo al político en el chivo expiatorio de sus pecados veniales y no veniales, transformándolo en el capro emissarius de su propia irresponsabilización, afirmando que el político es capaz de todo (lo cual, en principio, es falso), ha renunciado a la política. Deja hacer y traspasa sus crímenes a los caprones emissarrú que ella misma ha fabricado.

Se explica, por tanto, la continuidad del discurso del habitante de la Casa Blanca. En efecto, Reagan prosigue la petición de la ayuda para los contras desde el interior de su mundo dualista: los buenos y los malos. No comprende que en Centroamérica se están produciendo cambios cualitativos de extrema importancia. En primer lugar, el presidente Arias no ha generado un plan de paz sin pagar el precio de la guerra. En efecto, de un lado ha tenido que cerrar la base aérea que los servicios secretos estadounidenses construyeran para los contras en territorio costarricense y, del otro, ha tenido que llevar ante los tribunales, por otras causas y por las mismas, al presidente anterior. La lucha por la paz no es un paisaje sin trampas. El Zoori Politikon pisa siempre, como en el poema de Camilo José Cela, "la dudosa luz del día".

Es de advertir, a su vez, que Nicaragua no podía quedar aislada de la negociación. Tenía que avanzar hacia el diálogo interno y por tanto, tenía, tiene y tendrá que abandonar también el discurso unilateral, el discurso religioso de la verdad única. Ese dilema es irreversible. Afecta hoy a todos los pueblos centroamericanos y latinoamericanos. La carga inmensa de la violencia -cuyas causas estructurales son indisociables del análisis- no puede llevarse eternamente sobre los hombros sin la destrucción misma del hombre como humanidad. Mis amigos del M-19 colombiano me han oído lo mismo, una y otra vez, en los meses últimos, en los dos últimos años. La sangre no se seca rápidamente. Las victorias fundadas en esa convicción sin dudas dejan tras sí liderazgos a los cuales es preciso expulsar de las poltronas después a cañonazos. A un lado y a otro de las fronteras autoritarias.

Lo esencial, sin embargo, permanece. ¿Cómo gobernar, cómo exigir al Congreso la formulación de una política si el pueblo asume que su presidente miente? No es un problema pequeño. No cabe olvidar, sin embargo, que subsiste, en principio, el dinamismo del poder y la necesidad de llenar el vacío de autoridad. La simplificación encarna, en sí, una respuesta. Una superpotencia como Estados Unidos no gira sobre la duda como un filósofo: gravita sobre la urgencia de las respuestas. En la edad atómica, las consecuencias de esa necesidad, que es preciso modificar, son enormes, y su área de infinitud conforma, en realidad, una nueva metafisica.

Fue patente, por vez primera, en la etapa de Kennedy. Su secretario de Defensa, Robert McNamara, definió la situación entonces bajo estas premisas: "Nosotros", dijo, "estamos en condiciones de destruir dos veces las primeras cien ciudades soviéticas; la URSS sólo puede destruir una sola vez las primeras cien ciudades estadounidenses". Es casi seguro que hoy la URSS estaría en condiciones de hacer dos veces lo que sólo podía hacer una vez hace un cuarto de siglo. Mientras tanto, la bomba B 53 de Estados Unidos, la más grande de la OTAN (según el estudio de Hoening y Arkins), tiene una potencia destructiva equivalente a 1.000 bombas de Hiroshima. ¿Qué significado tiene, en esas condiciones, la credibilidad o no?

La vida ética, no como falsa moralización, no como principio autónomo separado de la razón y la realidad, emerge hoy como una necesidad imperiosa de supervivencia. Postula, antes que nada, el esclarecimiento, el discernimiento de la acción.

Goldmann situó ese problema en el centro del debate contemporáneo. De una parte, decía, la creencia de que la acción es un valor y que por la acción se llega al pensamiento conceptual claro y verdadero, de la otra, la idea de que el pensamiento claro y verdadero es un valor y, en consecuencia, que sólo mediante él se puede construir una acción eficaz y auténtica para transformar el mundo. Pueden ponerse sobre esas dos premisas nombres propios. Lo que está claro es que el pensamiento cátaro eligiría la primera versión. La segunda, a su vez, es inviable sin la permanente corrección de la crítica y, en su fondo, sin la vida democrática.

Reagan va a vivir los últimos meses de su mandato en crisis con su pueblo y dejando a éste, de forma casi irremediable, en una situación de mala conciencia. Todos los hábitos de disciplina, toda la tradición anglosajona de organización del poder como civilidad y responsabilidad, ¿dónde quedan?

El Congreso de Estados Unidos no quiere, ni puede, sin graves riesgos, asumir la dictadura política y bloquear todas las decisiones de la Casa Blanca. Hacerlo sería, por la progresión de las fuerzas de la inercia, enfrentarse con la sociedad en momentos preelectorales. Se trata, pues, de un equilibrio agónico y complejo que obliga a las dos partes a ganar dinero.

De todas las formas, el presidente más anciano que ha tenido Estados Unidos desde la fundación de la República, por su propia personalidad y por su interpretación del mundo, no tiene tiempo ya para la autotransformación. Para él, como en el Amok, de Stefan Zweig, la línea recta es y será su última ambigüedad moral.

Dejará el poder y morirá como ha vivido: en la herejía dualista. Sin embargo, para Estados Unidos, el problema es otro: tiene que asumir y aceptar su responsabilidad mundial porque todavía los grandes poderes (da igual que se hable de Japón que de Alemania Occidental o de Europa Occidental) no han aceptado la transferencia de la carga. El mundo occidental, en suma, critica a Reagan y le presenta como la prueba de que el hombre desciende del mono, poderoso y fáustico, de la acción como valor superior. Pero todavia no ha aceptado que el hombre desciende del sueño de la libertad y, por tanto, que el cambio es una empresa conceptual que no siempre se tiene fuerzas para asumir sin la iniquidad de las ejecuciones sumarias. Éstas entretienen, en las guerras civiles, la espera de la madurez y de la verdad. Terrible pago, terrible precio.

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