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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Ancho de vía

Soy un admirador incondicional de José María de Areilza, el político, el caballero y el hombre de letras. Siempre aprendo algo nuevo en cuanto escribe con ese estilo suyo, diáfano, austero, iluminador, claro y sin concesiones a la frivolidad. Por eso me cuesta más salir del asombro al observar, en su reciente artículo Ante la discordia (EL PAÍS del 15 de noviembre de 1987), un desliz histórico relacionado con el ancho de vía español, que no entiendo en un autor de la talla de Areilza. Ni como recurso retórico ni, menos aún, como caída en el tópico.Porque, a pesar de que la falacia (histórica) se haya propalado incansablemente y perpetuado hasta nuestros días (no hace mucho, el presidente Jordi Pujol incurría en el mismo error hablando de la suspirada línea TGV en Cataluña), es absolutamente falso y carente de rigor que el ancho de vía español (1,67 metros) se adoptara para "prevenirnos de una invasión napoleónica" c de cualquier otra hipotética ocupación extranjera.

Cuando, en 1844, los ingenieros Juan y José Subercase y Calixto Santa Cruz presentaron a la Dirección General de Caminos su informe -considerado como la carta fundacional del ferrocarril en España-, nada aducían al respecto. Y, probablemente confusos ante la polémica, aún no zanjada, en Gran Bretaña en torno a la, cuestión, proponen la medida de los seis pies castellanos (= 1,67 metros), ancho análogo, por ejemplo, al que adoptó el ingeniero Grainger en 1836 en dos líneas de Escocia. Los Subercase y Santa Cruz se apoyaban en razones técnicas: dada la orografia del país, un ancho superior permitiría el empleo de locomotoras más corpulentas y potentes. La experiencia técnica no tardaría en demostrar la fragilidad del argumento. Pero el desacierto hizo fortuna, y adobado en la inestabilidad política, la precipitación crónica en la vida nacional, los intereses corporativos, etcétera, el hecho es que fue consagrado con la ley de Ferrocarriles de 1855. Hubo excepciones, como la línea de Langreo, construida en 1853 con ancho europeo, de 1,45 rnetros. Antes, y al margen de esto, el primer flerrocarril español, cuyo 150º aniversario conrnemoramos ahora, puesto en servicio en la provincia de Cuba (La Habana a Güines, 1837), incorporaba el estándar extendido en el Viejo Continente.

El mito del "síndrome del ancho insólito", que dice José María de Areilza, sólo se puede sustentar en el desconocimiento de la realidad real, valga la tautolo-

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