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Reportaje:

¡Que viene el lobo!

Los habitantes de Hong Kong se preparan para recibir a sus nuevos gobernantes en 1997

No le despierto. Ya lo harán sus futuros gobernantes. Duerme plácidamente recostado en una tumbona en la puerta de su raquítico negocio, con un periódico viejo sobre el pecho. Y no es que haga fresco; será para guarecerse de la humedad, una de las características menos atractivas de Hong Kong, de esta bahía cuya fragancia capitalista llega ya a Pekín. Junto al anciano, por el estrecho pasadizo que separa unos tenderetes de los de enfrente, el trasiego semeja un hormiguero. La escena tiene lugar en la pendiente callejuela de Gutzlaf, casi en la esquina de la avenida de la Reina. El viejo sabe -o quizá no- que dentro de 10 años, si aún vive, volverá a tener nacionalidad china.

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Una caja de bombones

Su hijo, nacido ya aquí de padres exiliados, es uno de los 30.000 miembros de la Royal Hong Kong Police (RHKP, Policía Real de Hong Kong), en cuyas manos descansa la seguridad de este minúsculo pedazo de la corona británica que en 1997 pasará a formar parte del imperio chino. El puerto franco de Hong Kong es uno de los tres hijos pródigos (los otros son Macao y Taiwan) que llevarán bajo el brazo un pan capaz de alimentar muchos de los sueños de los más de 1.000 millones de ciudadanos de la República Popular China.La RHKP es una de las múltiples instituciones que ya se están adaptando a la llegada del poder comunista..., si es que para entonces se puede calificar así. Numerosos oficiales, cantoneses en su mayoría, están empezando a aprender mandarín (la lengua oficial china) conscientes de los problemas que les acarreará la barrera lingüística, por no hablar de la política.

Mandarín es precisamente el nombre del más céntrico hotel de Hong Kong. Sus empleados dicen no temer las consecuencias del traspaso de soberanía. "Soy chino, vaya donde vaya", comenta el maitre Danny Lay.

Es ése un sentimiento bastante generalizado, que tiene sus principales excepciones en la población de clase media-alta que llegó aquí huyendo de los revolucionarios del Norte. Largas colas se forman a diario ante los consulados de Canadá, Estados Unidos y Australia. Los que consigan permiso para instalarse allende los mares se llevarán consigo sus fortunas.

Pero no serán muchos, según las encuestas. Los menos temerosos y los más fatalistas piensan por igual que escapar del yugo británico puede tener sus ventajas. "Ya no nos gobernarán blancos que huelen a perros mojados", comenta una mujer, haciendo suyo un dicho popular referido a los británicos. Es una de las muchas personas a las que les pica el gusanillo pequinés y que aguarda impaciente el 30 de junio de 1997.

Ventajas democráticas

Después de todo, la malhadada revolución cultural ya pasó a la historia y, para colmo, el cambio de régimen puede reportarles a los ciudadanos de Hong Kong alguna ventaja democrática, pues los colonizadores británicos no destacan por escuchar a sus súbditos. La fórmula un hombre, un voto apenas se ha dejado caer aún por esta esquina de Asia.Desde junio de 1985, británicos y chinos negocian, en el seno del llamado Comité Consultivo para una Ley Fundamental, la forma en que habrá de ser elegido el jefe de Gobierno de la futura zona administrativa especial (ZAE). La Asamblea Popular China ha de promulgar en 1990 la Constitución por la que se regirá Hong Kong. Cinco años más tarde se formará un comité encargado de seleccionar para el 1 de diciembre de 1996 la persona que habrá de llevar las riendas de la ex colonia a partir del 1 de julio de 1997. El debate se centra ahora en si ha de ser elegido en las urnas, en si ha de serlo antes o después del traspaso de soberanía y en el papel que desempeñará el partido comunista.

La población más conservadora de los casi seis millones de habitantes de las tres unidades administrativas que integran Hong Kong se siente traicionada por Londres. "Siempre habíamos pensado que China no se saldría con la suya", comenta airado un alto responsable de la Administración de la colonia llegado aquí huyendo del maoísmo. Pero sus palabras sólo encuentran eco en los tremendistas que auguran que dentro de cinco años, siete a lo sumo, Hong Kong será un cascarón de lujosos bancos y hoteles abandonados al grito de ¡que viene el lobo rojo!

Algunos hongkoneses ya han ido voluntariamente en busca del comunismo reformado y se han comprado un piso en una de las modernas torres de la ciudad de Shenzhen, centro de una de las cuatro Zonas Económicas Especiales creadas por Pekín como escaparate de sus proyectos aperturistas. Diariamente cogen su coche, o el tren, cruzan la frontera y se sientan en su despacho de Hong Kong. Otros optan por pasar los fines de semana en gigantescos hoteles del otro lado de la bahía, alguno incluso con parque de atracciones; allí, los que en otro tiempo huyeron de China aprovechan para ver a sus familiares. Y allí, jóvenes parejas nacidas en Hong Kong prueban lo que será el mundo en el que vivirán sus hijos.

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