_
_
_
_
_
Tribuna:EL DESAFIO DEL XII CONGRESO DEL PCE
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¿Marginación o futuro?

La proximidad del XII Congreso del PCE y el conocimiento de las tesis que en él han de debatirse -éstas precisarán de un análisis más detenido- obligan a algunas reflexiones preliminares. En primer lugar, que de los bajos resultados electorales de Izquierda Unida (IU) en junio y su estancamiento reiterado por todos los estudios de opinión anteriores y posteriores debe aceptarse ya una obligada proposición: su escasa capacidad actual para constituirse en la expresión política de los cambios profundos que reclaman hoy insistentemente la mayoría de los trabajadores y otros grupos dinámicos de la sociedad española. Muchos de esos electores perciben a IU, sin duda, como una inestimable punta de lanza en la crítica y control del Gobierno, pero no alcanzan a verla como un instrumento respetable y convincente de otra política y de otro modo de ejercerla.No es arriesgado pensar que buena parte de tales limitaciones se deban, entre otras, a la confusión ideológica con que en la actualidad el PCE se presenta ante los ciudadanos. En efecto, se puede saber hoy con nitidez que es algo que hay a la izquierda del PSOE, que pretende -y lo consigue frecuentemente- desgastar al Gobierno y pone en ello la totalidad de sus activos y recursos. Nada menos, pero poco más. Aun con la injusticia que supone toda valoración en exceso global y del juicio que merezca, debe reconocerse que el eurocomunismo fue el último esfuerzo teórico de envergadura producido por el PCE. Tal movimiento de actualización programática implicó las primeras críticas a los elementos dogmáticos del comunismo tradicional, la denuncia de modos erráticos en la construcción del socialismo en los países denominados del socialismo real, el reconocimiento de las mayorías democráticas como instrumento de transformación política y la afirmación del principio de autonomía de los diversos partidos comunistas y de las vías nacionales al socialismo.

Renovación superficial

Con seguridad, tamaña empresa teórica fue tramitada en su momento con gran economía de debate político, y lo que es peor, se vio desasistida de nuevos hábitos internos en la creación colectiva de la política. La renovación ideológica resultó así extraordinariamente superficial, e incluso dentro del PCE muchos aceptaban a hurtadillas el entendido de que la nueva política respondiera a un conjunto de obligados movimientos tácticos que de cuando en cuando producía la habilidad generalmente reconocida a su entonces secretario general.

Ese andamiaje tan frágil quebró con el fin del consenso en 1979, y terminó de naufragar con el desastre electoral de octubre de 1982. Desde entonces, algunos sectores de la dirección del PCE parecen haber emprendido -de forma no menos superficial- un sutil camino de retorno a los orígenes, asentado sobre una crítica radical del período precedente. Esa vuelta a las raíces se expresa en tres niveles de un mismo discurso: la insistencia en el carácter formal (entiéndase burgués) de la democracia, la naturaleza consecuentemente instrumental del trabajo de los comunistas en las instituciones y la afirmación del PCE como único partido de la izquierda (adjetivada real) de nuestro país.

Al parecer, nadie reclama hoy públicamente la vieja concepción leninista ni una nueva supeditación a centros foráneos de dirección política, aunque, utilizando como coartada el necesario reagrupamiento de los comunistas, a aquellos sectores no les moleste una aproximación al fundamentalismo ideológico -"nosotros contra todos"- propio de la III Internacional.

En cuanto a lo primero, es necesario reconocer que la crítica de las democracias formales no es ninguna novedad teórica, y menos exclusiva de los partidos comunistas. Sin embargo, ciertas formas de crítica frontal a la misma, lejos de incorporar al PCE al debate sobre la democracia activa y avanzada, retoman viejas sensibilidades de la cultura política de guerra fría.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

La consecuencia inmediata es el uso intencionado de la ficticia la contraposición entre las tareas institucionales y las de movilización social para, optando naturalmente por las segundas, justificar una notable incapacidad para el ejercicio de las primeras. El trabajo institucional se convierte así en una mera caja de resonancia de la crispación social, pero casi nunca en un útil instrumento para el cambio real y la nítida transmisión de un modo de gobierno alternativo. Algunos con meritorias excepciones han sustituido el fondo por la forma, la capacidad política por el gesto estridente, pensando burdamente en un provecho electoral del folclorismo que la serie dad de los ciudadanos sistemáticamente les niega. Así las cosas, las movilizaciones -y con ellas la política de convergencia social- se ahogan en sí mismas, y no debe extrañar que la mayoría de los electores de izquierdas, aun desencantados ya del famoso cambio, repitan entonces su voto socialista.

Carente, pues, de definición propia, se busca la identidad en el antisocialismo contumaz, y no sorprende que el balance electoral del 10-J a pesar del estancamiento de IU, les resulte a algunos positivo por el simple hecho de la pérdida del PSOE, aunque sea ello a costa del aumento del centro derecha. Cierto es que el PSOE ha ido más allá de un simple Bad-Godesberg, pero su consideración como el partido americano o como un partido de derechas es, a más de una muestra de pereza analítica, un nuevo obstáculo para la expansión del PCE entre esos mismos electores.

Sin la definición, pues, de un proyecto político, transformador en el fondo y serio en la forma, es poco menos que imposible el re lanzamiento del PCE. El XII Congreso debe suponer el reencuentro del PCE con la iniciativa política e ideológica, no el paso atrás, no la involución encubierta de torpe radicalismo. Nuevas encrucijadas se ofrecen hoy a una izquierda de progreso que, libre por igual del fundamentalismo y la renuncia pragmática, dé curso a verdaderas transformaciones en la sociedad española. Frente a ese reto nadie está legitimado para arrojar el PCE al dogmatismo testimonial, menos aún con el exclusivo fin de asegurar supervivencias particulares.

es sociólogo

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_