Almohada
Durante el insomnio navego la noche con la cabeza a bordo de una almohada de plumas. De un lado esta almohada es la templada mejilla de la infancia y de otro parece el ala pálida de la muerte, aunque siempre se me ofrece como un salvavidas para el naufragio al final de cada jornada. No correré el peligro de decir que es mi amante si la abrazo. En las tinieblas, confundida con el cerebro, hay momentos en que se ilumina y entonces dentro de ella veo hondas batallas, figuras de sombra, todo el fragor del día que ya ha pasado. Yo era un niño feliz cuando buscaba nidos en los limoneros y sin duda seré un agonizante lívido, de cartílagos transparentes, una tarde de otoño. Ahora mi cráneo separa esas dos curvas almidonadas de la vida y en medio de la almohada, hundidas por el peso de la memoria y del deseo, están los placeres y las miserias que diariamente me conmueven. Su interior sólo contiene plumas de cisne, pero yo allí descubro ciudades con palmeras que he visitado, leo fragmentos de Horacio en versos de oro, diviso héroes de mármol orlados con un baile de navajas alrededor del plinto.No obstante, la oscuridad es larga. Antes de que amanezca en esa fragua también se queman seres mediocres que rodean mi existencia vulgar. Desfilan mujeres de socialistas vestidas a broquel con faldas del cuero, filósofos idealistas que juegan a la bolsa, rufianes que acuchillan a un prójimo porque no lleva tabaco, políticos contratistas metidos en negocios, tratantes de ganado que asisten a mesas redondas sobre metafísica, mientras en una ruleta la bola gira hasta posarse con dulzura en el verde cubil del cero. Vuelvo la cara hacia una parte de la almohada y me hundo en la infancia. Luego busco el otro extremo deseando el sueño en la madrugada y encuentro la sonrisa de una máscara de cera. Exploro las tinieblas de la habitación. Bajo mi pescuezo macerado por el insomnio un senador besa a una adolescente, el presidente del Gobierno abraza a un banquero y un sindicalista se mata por ser guapo. La almohada aún brilla.
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