Federico Mayor, en la Unesco
Alguien me preguntó hace un par de días por qué, a mi juicio, era tan deseable la elección de Federico Mayor como director de la Unesco. "Por su calidad intelectual y cordial, porque conoce la institución desde dentro y porque es español", respondí al punto. Cuando acaba de ser propuesto, quiero exponer con algún detalle el meollo de esas tres razones.Propuso Descartes llamar générosité, generosidad, al resultado de juntarse en una persona la buena calidad intelectual y la buena calidad cordial. Y la generosidad -"clave de todas las demás virtudes y remedio general contra todos los desarreglos de las pasiones"- consiste, según el filósofo, en la disposición a hacer grandes cosas, sin emprender las que uno no se siente capaz de llevar a cabo, en estimar al máximo hacer el bien a los otros hombres, sin mirar exclusiamente el propio interés y, como consecuencia, en ser con todos perfectamente cortés, afable y oficioso. Pues bien: con otros muchos, yo pienso que Federico Mayor es generoso, en el sentido cartesiano de la palabra, y que esa virtud, importante siempre y en todas partes, lo es de modo muy especial en el seno del desconcertado gigante que hoy es la Unesco.
Federico Mayor conoce muy bien la Unesco. Con ejemplar entrega intelectual y cordial ha vivido dentro de ella varios años. Como consecuencia de una gestión no muy acorde con los altos fines para que fue creada, hoy la Unesco está incompleta y desorientada. Es preciso, pues, completarla y, con esos altos fines a la vista, reordenarla; tarea que ante todo requiere conocimiento cabal y cartesiana generosidad. Me pregunto si hay muchos hombres más capacitados que Federico Mayor para el cumplimiento de tal empresa. Pienso que muy pocos. Entre aquellos cuyos nombres han sonado ahora como elegibles, ninguno.
A todo lo cual se une -last but not least, diré una vez más, con la lengua de los dos grandes ausentes de la Unesco- su condición de español. Más precisamente, su modo de ser español.
Respecto de la Europa moderna -respecto del mundo occidental, diremos hoy-, ha habido en el curso de la historia varios modos, no todos laudables, de ser español. No puedo enumerarlos ahora. Debo tan sólo nombrar y describir uno de ellos, el óptimo, a mi modo de ver, porque a él pertenece con a pleno derecho Federico Mayor. Consiste en ser europeo siéndo lo más y mejor que los restantes europeos. Es decir: en considerar todos les problemas humanos por encima de las actitudes que ante ellos hayan adoptado e los diversos nacionalismos en liza -"Europa, politeísmo de naciones", escribió Ziegler-, teniendo rnuy en cuenta, a la vez, la aportación de cada uno. Si no los primeros, dos de los primeros españoles en expresar ese modo español de ser europeo fueron Luis Vives y Andrés Laguna. Europa sere discrucians, "Europa que a sí misma se atormenta", fue el motivo entral de", patético discurso que mi colega Andrés Laguna o pronunció e n la universidad de Colonia, cuando entre los europeos ya arreciaban las guerras de religión. Dos de los primeros, he dicho. Porque, con las diferencias ideológicas de rigor, con ese mismo espíritu se situarán ante Europa y ante sus propias vidas los españoles que en el siglo XX más se han esforzado por europeizar a España: Cajal, Ortega, Ors, Marañón, Madariaga, Castillejo, a la cabeza de ellos. Orbis sere discrucians habría que decir hoy, ampliando el decir de Laguna, ante lo que ha sido la historia de nuestro siglo y ante lo que -sin sangre, eso sí; sólo con inhibiciones y maniobras- en estos últimos años ha venido a ser la vida interna de la Unesco. Orbis sere discrucians, orbe que a sí mismo se atormenta, podría ser, con el sentir del título de Terencio que Andrés Laguna latinizó, el lema del discurso inaugural de Federico Mayor cuando efectivamente comience, a regir los destinos de una institución tan ambi.ciosamente concebida.
Sólo con un buen conocimiento de los entresijos de la Unesco y con una abundantr, dosis de cartesiana generosidad a la española -en este caso, frente a la división del orbe de la cultura en los tres mundos que en él es tópico distinguir- parece posible enfrentarse con la grave crisis que la casa de la Place Fontenay está padeciendo. Hace algunos años, Jean Cassou, Rafael Alberti, José Maria Castellet y yo mismo tuvimos el privilegio de, ver cómo, al conjuro de uno de nuestros grandes nombres, el. del poeta Antonio Machado, se llenaba de juventud francesa. y de entusiasmo hispánico el más amplio de los grandes auditorios de esa casa. Me atrevo a pensar que, con la posible llegada de Federico Mayor a la dirección general de la Unesco, por todos sus despachos va a fluir, con el más hondo y cooperante respeto a lo que en cada uno haya, el generoso modo de vivir la condición humana que aquel día tan calurosamente fue aplaudido.
¿Logrará Federico Mayor -y lograremos, con él, todos los terrícolas de buena voluntad- que la hoy maltrecha Unesco sea al fin lo que los mejores de quienes la fundaron quisieron que fuese?. Con razonable seguridad lo espero, aunque tan ardua sea la empresa. La arduidad de lo que uno se propone es una de las notas esenciales de la virtud que los ariuguos llamaron magnanimitas y Descartes -avec l'usage de notre langue, dice a sus lectores franceses- quiso llamar générosité, y generoso en este sentido es Federico Mayor. Pero con entera seguridad espero -sé, más bien- que como director de a Unesco él se situará ante sí mismo como Kafka dijo hacerlo ante su propia conducta. "Incluso si no llegase la liberación, en todo momento quisiera ser digno de ella", escribió el autor de La metamoforsis. Respecto al futuro de la Unesco, bien seguro estoy de que con ese ánime, trabajaría el que todavía puede ser su nuevo director.
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