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TELEDIARIOS

Tranquilos, que no pasa nada

El pasado lunes dio comienzo, una vez más, una nueva etapa de los telediarios. Los únicos cambios, en lo formal, han sido escenográficos. Ha variado el decorado y buena parte del grafismo electrónico, incluida la cabecera y el logotipo. En cuanto a la estructura de las diferentes ediciones, se ha incorporado un nuevo esquema en el considerado como telediario estrella, el de las ocho y media, que dirige y presenta Luis de Benito. La reforma consiste en ofrecer un menor número de noticias, aunque más desarrolladas.El nuevo decorado es una versión falsificada del sistema norteamericano, que introduce el set en la propia redacción. El modelo tiene varias ventajas, ya que posibilita una economía de espacio y consigue una evidente agilidad en la conexión entre la recepción de noticias y su emisión. De cara al telespectador, el programa gana en vivacidad, pues se rompe la monótona presencia del busto parlante. En la pobre adaptación realizada por TVE se ha remedado el método, pero en base a colocar en el plató algunos extras situados frente a un panel de monitores en los que aparecen imágenes sin más sentido que el de aparentar que allí sucede algo.

Sería injusto afirmar que en esta presentación pública se produjeron los fallos técnicos de siempre. Se produjeron más. Expertos realizadores cometieron más errores de lo habitual. Más inexplicable resulta que se produjeran aún desatinos tan evidentes como el de ilustrar la reunión de Felipe González y Adolfo Suárez acompañada de primeros planos de ambos, pero intercambiados. Cuando citaban a González salía Suárez y viceversa (TD-2). Se utilizaron idénticas imágenes para acompañar dos partes diferentes de la información sobre la ofensiva contra ETA en Francia (TD-2). Se recogió la información sobre la jornada del lunes en la Copa Davis de tenis con fragmentos de los partidos jugados el viernes anterior (TD-2).

En cuanto a los locutores, llama la atención cómo Luis de Benito sigue sin encontrarse en el medio. La anunciada presencia junto a él de la siempre convincente Concha García Campoy es más una necesidad que un complemento.

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