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PRESENCIA HISPANA EN NORTEAMÉRICA

San Francisco, la puerta dorada

Las calles de San Francisco se han hecho famosa por ciertas persecuciones automovilísticas difundidas a través del cine y la televisión. Nadie ha rendido aún homenaje, que se sepa, al verdadero héroe de tan diabólico escenario, el valeroso peatón desconocido, que se arrastra como una larva, que sube y baja por esta especie de tobogán urbano que en cada cima ofrece una recompensa raramente igualable: la propia ciudad. Una ciudad que surge fragmentada al pie de las pendientes como parte integrante de un juego de prismas.

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Cuentan que todo el que sabe vivir desea acabar instalándose en esta ciudad, y cualquiera que conozca San Francisco, aunque sea un poco, tiene que saber por qué. Con sus más de 30 kilómetros de muelles y su historia de inmigrantes que, en sucesivas oleadas, han ido integrándose a la vez que han creado el paisaje, San Francisco es un auténtico puerto. Y una puerta. La puerta dorada, la Golden Gate. Es decir, un lugar que acoge sin hacer preguntas y ve pasar a unos y a otros sin escandalizarse; un espíritu libre que respeta la libertad de todos.Desde que los españoles se instalaron allí en 1776 y montaron, como de costumbre, una misión -llamada de San Francisco de Asís, hoy Misión Dolores- hasta que los yanquies se la ganaron a México, en 1846, esto era un villorrio llamado Yerba Buena y tenía más bien poquita gente. Sin embargo, la quimera del oro, que duró desde 1849 hasta 1851, la convirtió en una ciudad de 100.000 habitantes, algunos de los cuales fueron enviados directamente a reposar al cementerio de la Misión, como consecuencia de las disputas que el vil metal originaba.

Oro y terremoto: el primero dio un empujón al desarrollo; y el segundo, que asoló la ciudad en 1906 -más que nada por el incendio que siguió, fatal para las construcciones de madera-, contribuyó sin duda a conformar la mentalidad de la gente, que a la vez que se abre experimentalmente a lo de fuera, cuida de lo que tiene como si estuviera en su último día.

Los sanfranciscanos suelen bromear respecto a los movimientos de tierra. "Siempre que hay un temblor rezo para que sea un poco intenso, lo bastante como para que sea interesante hablar de ello, pero no tanto como para hacer daño", dice Jaime Díaz, un hombre de mediana edad, descendiente de españoles, que dirige el principal gabinete de arquitectura de San Francisco y que, además, preside la Unión de Españoles de California, una asociación que desde 1923 -aunque ya existía en 1877, con otro nombre- trata de ayudar a los españoles y descendientes de españoles que lo necesitan.

No hay muchos españoles por allí -quizá unos 5.000 en toda el área de la Bahía- y, además, viven diseminados. Al hablar de españoles, claro, hay que pensar en descendientes, no en primera generación.

Liberal e izquierdista

San Francisco es la ciudad más liberal de Estados Unidos, y tiene fama de haber sido la más izquierdista. Allí se estuvo muy en contra de la caza de brujas que el senador MacCarthy desató en Hollywood, y allí los sindicatos -sobre todo el de estibadores- fueron fuertes y realmente laborales, no mafiosos a la manera de Chicago.El espíritu de los sesenta todavía tiene algún que otro eco, aunque sólo sea estético. Hay manifestaciones cotidianas de todo tipo. La otra tarde, por ejemplo, decenas de paralíticos bloquearon los famosos tranvías centenarios -patrimonio histórico-artístico nacional desde 1964-, en demanda de servicios que faciliten su libre circulación por la máxima superficie urbana.

Los sanfranciscanos están tan orgullosos de la Misión Dolores como del enorme rascacielos piramidal de la Transamerica; del presidio de origen español que hoy alberga al VI US Army como del Performing Arts Center, un moderno complejo que comprende varios edificios destinados a la música, entre ellos el famoso War Memorial Opera Hall, al que pocos ciudadanos son ajenos. Hasta los taxistas te preguntan qué ponen esta noche y, con un poco de suerte, se saben de memoria la ópera de turno y te la tararean.

Cuando anochece, el Golden Gate, que dicen que es el puente más bello del mundo, desaparece tragado por la niebla, la misma que visita todas las tardes San Francisco y que hizo que la bahía no fuera descubierta hasta el último cuarto del siglo XVIII. San Francisco, de repente, se vuelve recoleto por la noche. Salvo en el puro centro, que es el más duro, el resto es paz y silencio. En el distrito de Castro, donde se concentran los gay, tampoco hay excesivo bullicio nocturno. "Todos llevamos una vida muy metódica ahora, a causa de la enfermedad', explica un guapo muchacho llamado Ray, que ha salido un rato con su pareja, a pasear al perro. El chucho, un terrier de pelo duro, olfatea con entusiasmo los aledaños de una boutique que tiene un sugerente nombre: ¿Lo sabe tu madre ... ?

Aunque no hasta muy tarde, se puede cenar, y bien, saboreando la sofisticada cocina californiana del Norte, una mezcla de ingredientes frescos e imaginación que, en manos de un buen chef, nada tiene que envidiar a lo europeo. En las listas de vino aparece de cuando en cuando lo español. Hay quienes están dando, por libre, la batalla: las dinastías de espumosos, sobre todo, [Freixenet, Codorniú], y el trabajo de una mujer, Mari Mar Torres, que preside la Torres Wines North America con un vigor propio de una norteamericana de las que pisan fuerte el asfalto. De hecho, Mari Mar Torres, pese al abolengo familiar, levantó el mercado americano haciéndoselo con una botella bajo el brazo, puerta por puerta.

Lo que tiene de original el trabajo realizado por Mari Mar Torres es que ha enfocado la promoción desde un punto de vista muy personal hablando al consumidor en primera persona de su vino, su familia y su país. Para mejor difundir este último, ha escrito un libro que reúne todas las recetas de nuestras gastronomías y todos los vinos recomendables. The spanish table (La mesa española) ha sido editado por Doubleday hace escasamente ocho meses y está siendo muy aceptado a niveles profesionales.

San Francisco, una ciudad para todos. Para Lola Montes y para las damas de la asociación de Isabel la Católica. Para los gay o los refugiados políticos. Para los chinos y para los cristianos. Aquí, quien más quien menos se siente como un rey.

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