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Daniel Wagman

Norteamericano residente en Madrid, invitado por los soviéticos a un crucero pacifista por el río Dnieper

Norteamericano de Filadelfía, Daniel Wagman lleva 10 de sus 35 años viviendo y trabajando en Madrid, donde también ha encontrado amor, amistad y algunas causas por las que luchar. Dam, como le llaman en la agencia de viajes alternativos que montó entre varios en 1982, procede de una familia progresista que sufrió las iras del senador McCarthy. Recientemente estuvo en un crucero por el río Dnieper, invitado por los soviéticos de la perestroika, junto con 300 pacifistas del Este y del Oeste.

"Ibamos en el General Batutin, un barco de cinco plantas construido en la República Democrática Alemana, subiendo por el Dnieper, que es un río muy bonito, ancho como el Misisipi", dice Daniel. "Conocimos Kiev y Odessa, y otras ciudades de Ucrania, pero lo más interesante fue convivir los 151 soviéticos y los otros 150 europeos".Daniel, que habla un castellano casi cheli pero con una fonética irremediablemente yanqui, era uno de los 20 miembros de la delegación de la coordinadora pacifista de España. "Estaban extrañados por mi acento, y me dijeron varias veces que para ser español hablaba muy bien el inglés".

El objetivo del crucero, organizado por el Comité Soviético por la Paz, era el intercambio de opiniones y el contacto entre paci istas de los dos mundos. "Sobre la paz estábamos todos de acuerdo", dice, "pero la cosa se animaba cuando discutíamos quién tenía más responsabilidad en la carrera de armamentos".

"Aunque es verdad que Estados Unidos ha llevado la delantera, muchos opinamos que también la URSS en los últimos 40 años ha aumentado muchas veces la tensión bélica; de hecho, ellos consideraban una equivocación la instalación de los SS-20 en Europa oriental".

La perestroika fue la estrella, aunque "nadie sabe muy bien lo que es exactamente; la identifican con la superación de un estancamiento social, de esa frustración constante de lo que no funciona, y con la idea de descentralización".

"Los soviéticos son muy acogedores, incluso apasionados. En la calle, más comedidos; no hay la bronca de aquí, pero en casa sacan la guitarra y se destapan", dice Daniel, que está sorprendido de haber encontrado gente que no había visto nunca extranjeros, aun hablando varios idiomas.

Este chico con aire despistado es un trotamundos que de pequeño vivió con su familia en una granja de cuáqueros, luego ejerció de sindicalista y un día, de paso para Italia, descubrió Madrid, donde ha compartido comités anti-OTAN y otras luchas con los ciudadanos de Quintana, Canillejas, San Blas y Moratalaz. Ahora, soltero y con novia del país, se encuentra bien aquí y piensa quedarse.

Guarda un buen recuerdo del barco, que a veces "parecía una película de Fellini: había hasta un obispo ortodoxo, moviéndose con sus ropajes por allí, y un cineasta ruso que nos hacía largas entrevistas en su idioma, que nosotros contestábamos en correcto castellano, lo que no parecía preocuparle nada". Seguro que también influyen en su recuerdo la comida ucraniana, el vino de Moldavia y los numerosos romances que por unos días hicieron más real el acercamiento entre el Este y el Oeste.

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