Quiero manifestar
mi felicitación a EL PAÍS por la calidad y amplitud de la información que sobre los recientes Campeonatos Mundiales de atletismo ha venido ofreciendo, muestra de lo que puede dar de sí la colaboración de un grupo de profesionales especializados.No obstante, creo necesario advertir ciertas omisiones observadas en el cuadro de Récords que hicieron historia, publicado el pasado día 5. Tales son los 1.46.06 de Rudolf Harbig (1939) en 800 metros lisos, que perduraron 16 años como récord mundial, y los 14.36.06 de Kohlemanen en 5.000 metros lisos, obtenidos éstos tras su épica confrontación con el malogrado Jean Boin en los Juegos Olímpicos de Estocolmo (1912), y que sólo cedieron 10 años después ante el mismísimo Nurmi. Asimismo, marcas como los 10.11 de Bob Hayes en 100 metros lisos (Juegos Olímpicos de Tokio) o los 44.93 de Davis y Kauffman (Juegos Olímpicos de Roma), ambas ¡sobre tierra batida!, deben considerarse como hitos excepcionales, por más que las mejoras, fundamentalmente materiales, que las sucedieron las hicieran relativamente efímeras.
Respecto a las marcas obtenidas en los Juegos Olímpicos de México (1968), celebro que ya sea lugar común el considerar el favor que supuso la altura de la capital azteca. Debería, sin embargo, añadirse -a mayor abundamiento- que el favor fue cuantificado hace 15 años por José María García (el técnico deportivo, no el omnipresente locutor) y evaluado -redondeando- en una décima en 100 metros, dos en 200 y más de cuatro en 400 (esto es, ¡más de segundo y medio en los relevos 4 x 400!). Agréguese esto a las marcas presuntamente míticas, y evítese caer en pesimistas y razonables, por otra parte, reflexiones sobre el contrasentido de utilizar un cronometraje en milésimas y permitir semejantes distorsiones. Solución: no homologar marcas obtenidas por encima de los 1.000 metros de altitud o compensarlas. De lo contrario, se favorecerá la existencia de laboratorios de récords. Y entonces "apaga..."-Carlos Pla.
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