La hora de las responsabilidades
EL INCENDIO registrado el pasado día 3 en los Almacenes Arias de Madrid y en el que perdieron la vida 10 bomberos ha abierto numerosas interrogantes acerca del procedimiento seguido y de los criterios con que se abordan este tipo de catástrofes. El primer punto del problema, que está lejos de resultar sencillo, gira en torno a la presencia de bomberos en el interior del local en el momento de producirse la tragedia.Representantes sindicales exigen ahora responsabilidades por el hecho de que no se hubiera ordenado salir a las dotaciones mientras la estructura del inmueble estaba todavía caliente y, por consiguiente, podía contarse con el peligro de derrumbe. Aquí se pone en cuestión el papel que jugaron los técnicos en resistencia de estructuras durante el proceso de extinción del incendio. Su obligación era dejar constancia del alto nivel de riesgo que suponía la operación y, en consecuencia, impedirla. ¿Dónde estaban esos técnicos y cuál fue su informe, si lo hubo?.
El segundo punto importante del problema se refiere a la estrategia general que sigue el cuerpo de bomberos de Madrid para atacar un incendio de grandes proporciones y en edificios, como es el caso de unos grandes almacenes, donde el riesgo de materias inflamables es muy elevado. Los bomberos madrileños optan habitualmente por acercarse al foco y apagarlo desde dentro, comiéndose el fuego, según una expresión hecha entre estos profesionales. En un país como Estados Unidos, donde se han producido las mayores catástrofes del siglo en este capítulo y donde la experiencia sobre el sistema de afrontar estos desastres está suficientemente contrastada, se sigue la norma de apagar el fuego desde fuera cuando no hay riesgo de vidas humanas en el interior.
Las cuestiones que cabe todavía plantear no acaban, desgraciadamente, aquí. Hay indicios de sobra para pensar que el método que se empleó en la extinción del incendio de los Almacenes Arias fue contrario, no ya incorrecto, a cualquier análisis de las características que presentaba el edificio. Se calcula en una media aproximada de seis horas la resistencia de una estructura semejante a la de unos grandes almacenes al enorme calor provocado por el fuego, en el caso de que las vigas lleven el revestimiento de hormigón obligatorio desde 1976. Los Almacenes Arias, sin embargo, fueron construidos en 1967, y las vigas, en consecuencia, carecían de este revestimiento. El aviso de incendio llegó al parque de bomberos a las 19.45 del día 3, y el accidente que costó la vida a 10 miembros de ese cuerpo sucedió alrededor de las 2.30 del día siguiente. Habían pasado casi siete horas desde que la estructura del edificio empezó a sufrir las consecuencias del calor. A sabiendas de que el revestimiento no existía y que el plazo de tiempo sería considerablemente más breve, ¿cómo fue posible que se permitiera la entrada de una dotación en esas condiciones? ¿O se carecía de ese dato fundamental? Hay que volver a preguntarse dónde estaban los expertos.
La insensibilidad ciudadana y la desidia administrativa respecto al peligro del fuego no tienen ya ninguna justificación en una ciudad como Madrid, que en los últimos años ha sufrido varias y terribles catástrofes de este género. No obstante, hemos visto cómo la propia plaza a espaldas de los Almacenes Arias, con sus zonas peatonales y sus bancos, impidió, sin duda por errores de diseño, las tareas de extinción en los comienzos de la tragedia. La especulación urbanística, la corrupción administrativa, la arbitrariedad burocrática y la incapacidad técnica son las causantes de la indefensión global que ante incendios de grandes proporciones parece sufrir esta ciudad.
En el caso de los Almacenes Arias -en donde los incendios comienzan a ser casi una costumbre- ha llegado el momento de pedir explicaciones y responsabilidades. Aclarar los orígenes de la tragedia, saber si pudo o no evitarse, y los errores, desidias o ineptitudes en las tareas de extinción es el mejor homenaje y el único verdadero monumento que se puede erigir a la memoria de unos hombres que murieron heroicamente, pero también de forma innecesaria.
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